Las postales de Buenos Aires sitiada por piqueteros y sindicalistas se replican en los medios del mundo. Aumentan, como una lupa social, la crisis profunda y límite que viven los argentinos.
El curro no es de los piqueteros, sino de quien les da de comer
Hay que entender que trabajan de eso. Son convocados por organizaciones que manejan presupuesto de multinacionales y enseguida responden con sus herramientas habituales: bombos, banderas, niños, la infaltable pelota de fútbol, mate y otras infusiones y sus gritos y protestas de siempre.
Son parte del paisaje argentino. Y si no, que lo digan los turistas que ayer intentaron sortear ese cordón humano de piqueteros del Movimiento de Resistencia Popular que impedía llegar al aeropuerto de Iguazú a los viajeros. Ellos, de la nueva Maravilla del Mundo se llevarán algunas fotos de las cataratas pero el sabor amargo de reconocer que el diablo tiene en Misiones su Garganta y su propio infierno de protestas y reclamos.
Los piqueteros cuidan su trabajo. No importa cuántos planes sociales tengan -o justamente, por eso- ni qué reclamos haya que hacer, ellos siempre están. Creen, porque así lo avalaron las políticas públicas del gobierno kirchnerista y también de Mauricio Macri que esos subsidios (que, en un principio, fueron "transitorios") ahora no sólo son permanentes sino que además, se definen como derechos adquiridos.
Nadie se deja avasallar en sus derechos. Ni siquiera ante la premisa irrefutable de que está sustentado en el atropello de otros derechos. Ser mantenidos por el trabajo ajeno no puede ser considerado una virtud, ni un logro, ni una medalla. Es vergonzoso y humillante no sólo para el que paga si no -y sobre todo- para el que lo recibe.
Pero las postales de Buenos Aires sitiada por piqueteros y sindicalistas se replican en los medios del mundo. Aumentan, como una lupa social, la crisis profunda y límite que viven los argentinos. Al menos los que tienen que tomar el subte atestado, los trenes cada vez más lentos y llenos, por los que circulan por la calle esperando no perder el presentismo porque otros -que no trabajan ni piden hacerlo- les impide llegar a destino.
Uno de los pedidos más claros y concretos que el electorado le pidió al gobierno de Cambiemos es que termine con la cultura de la dádiva y las protestas callejeras, el corte de rutas, la quema de neumáticos, la mugre de los que no cuidan los espacios públicos. No a los tiros ni amedrentándolos con violencia. De manera sensata, facilitando al empresario a dar trabajo y capacitación para que todos -los que pagan y los que cobran- encuentren sentido a su tarea.
El gobierno prefirió comprar voluntades. Es decir, dio más planes a cambio de silencio. Multiplicó subsidios para que no salgan a la calle. Los mandó a guardar, como se dice en criollo.
Pero eso es como alimentar a un león enjaulado. Cada vez quiere más comida. Y cada vez quiere moverse menos para obtenerla. Que le den de comer en la boca, si fuera posible. O, caso contrario, saca las garras y recuerda a su protector (convertido en rehén) que el que manda es él, que el poder está en sus rugidos, en sus fauces, en su auténtica naturaleza.
Los leones agazapados piden obra social, subsidios, viviendas, lugares donde trabajar, contratos, medicamentos gratis, alimentos, viajes gratis, coberturas en los hospitales y vacantes en escuelas. Como una frazada corta, cuando se tapa la cabeza se enfrían los pies. Y empiezan otra vez con los reclamos. Eso no es necesidad, es extorsión.
Cada demanda es un "apriete". Al que se responde "tercerizando" el botín: es decir, el gobierno aplica más impuestos, exprime al contribuyente y paga el "rescate". Y se reinicia el círculo.
Oficialmente, en defensa del gobierno, aseguran que es la única forma de mantener la paz social. Y cuando los fantasmas se agitan, mejor que haya calma. "No agitemos las aguas", dicen políticos y no políticos que ven en los piqueteros un germen de desborde que pueda terminar en caos o muerte, como los que ya tuvimos y que nadie desea.
Pero se cede. Y se alimenta a “las fieras enjauladas” que sin decirlo, dicen: "tenemos el poder, tenemos el control. Podemos hacer que esta película termine mal para todos". ¿Entonces?
Soluciones hay. Los economistas y politólogos son creativos y las ofrecen. Se pueden debatir, mejorar, adecuar. Pero no postergar. Obviamente que si hubiera un plan económico integral y sensato buena parte de la partida estaría ganada para los argentinos.
Pero no hay. Al menos por ahora, estamos atravesando la tormenta con una brújula y un reloj de sol, no podemos distraernos más que por la coyuntura. Recuperar la cultura del trabajo, en el contexto de esta Argentina, no está entre las prioridades. Pero sí urge establecer nuevas reglas de juego. Barajar y dar de nuevo. No negociar, sino decidir como política de Estado que los planes sociales no van más por la sencilla razón de que ya no hay de donde sacar plata para sostenerlos.
Se acabaron los víveres. Eso es malo para el gobierno, para los empresarios, los empleados, los independientes, los "cuentapropistas", liberales, zurdos, grandes, chicos, ancianos. También debe serlo para los piqueteros. Sin violencia, sin correrlos a palos, sin provocar el caos por la fuerza es necesario transmitir la sólida idea de que ya no hay margen para la extorsión y el clientelismo.
Y en ese mismo acto de declamación, cortar el "curro" de los sindicatos, de las organizaciones "clasistas", de los piqueteros que mandan al muere (al menos de frío) a los niños a cambio de una foto conmovedora en los medios donde se refleje hambre y tristeza.
Se acabó en serio, no para los piqueteros sino para los que le dan de comer. No se puede extorsionar más a empresarios que pagan impuestos. No hay margen para los sindicalistas que monitorean desde su celular cómo se agitan las calles.
Si no hay plata, señores, se acabaron los curros para todos. No hay más vueltas.
Redacción/visiónliberal
5 sept 2019
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