La Náusea fue la primera novela filosófica del escritor y filósofo francés Jean Paul Sartre
Una mirada profunda de la condición humana
Jean-Paul Sartre fue uno de los filósofos más influyentes del siglo XX y su obra “La náusea” sigue siendo uno de los textos más destacados del existencialismo. Esta corriente filosófica examina la existencia humana y busca entender el significado de la vida a través de la experiencia individual.
“La náusea” fue publicada por primera vez en 1938 y sigue siendo una obra de gran relevancia para comprender la condición humana. A través de su protagonista, Antoine Roquentin, Sartre explora la experiencia del absurdo y la falta de significado en la vida.
“La náusea” también nos desafía a encontrar un propósito en una sociedad moderna que a menudo prioriza el éxito material y la conformidad. Sartre nos instiga a cuestionar las normas sociales y buscar una forma de vida auténtica que esté en sintonía con nuestros valores y deseos más profundos.
En la era digital, donde estamos constantemente conectados y bombardeados con información, “La náusea” nos invita a reflexionar sobre la autenticidad de nuestras experiencias y la búsqueda del significado en un mundo cada vez más superficial. A medida que nos sumergimos en las redes sociales y la cultura de la apariencia, es importante preguntarnos si estamos viviendo de manera auténtica o simplemente siguiendo la corriente.
En resumen, “La náusea” de Jean-Paul Sartre es una obra que examina la condición humana desde una perspectiva existencialista. A través de su protagonista, Sartre nos confronta con la perplejidad y la falta de significado en la vida, y nos invita a reflexionar sobre la responsabilidad individual en la construcción de nuestro propio significado. Aunque fue publicada hace décadas, la obra sigue siendo relevante hoy en día, desafiándonos a cuestionar el significado y la autenticidad en la era digital y a encontrar un propósito en una sociedad moderna. ¿Cómo crees que “La náusea” se relaciona con tu propia experiencia de vida? ¿Crees que la libertad es una carga o una oportunidad? ¿Cuál es tu propósito en la vida y cómo te enfrentas a la náusea existencial?
Uno de los aspectos más destacados de “La náusea” es su exploración de la libertad y la angustia. Sartre argumenta que la libertad es una carga para el individuo, ya que implica asumir la responsabilidad total de sus acciones y decisiones. Esta idea de la angustia existencial es fundamental en el existencialismo y ha influido en la forma en que se entiende la libertad y la responsabilidad individual en la filosofía contemporánea.
Y así vamos, hoy. Y sin pretender ser un análisis real entre el existencialismo de Sartre y la realidad actual, sí es un juego que da pie a un paralelo entre conceptos donde en definitiva el protagonista es el mismo, el ser humano… y en este caso los ciudadanos, los habitantes de este nuestro país.
Y así vamos hoy…
El Asco
Nadie puede negar, eso creo al menos, que salvo siendo cínico y mucho, que en esta Argentina maltratada, bajo la égida de una especie de monarquía impuesta por los que hacen del poder de gobernar, de turno, en nombre del bien común, de la República y las instituciones…y las esperanzas, y la vida…; ha triunfado totalmente el fraude y la estafa, la mendacidad y la frivolidad. Y es tan fácil, tan a simple vista ver, medir la corrupción, que únicamente los más idiotas lo podrían poner en duda.
La política, en una forma digamos ideal, debería ser un ejercicio constante de la razón en busca y resolución de lograr que conflictos inevitables puedan reducirse a mínimas expresiones. En su forma real, la política partidista es con mucha frecuencia todo lo contrario. Es un ejercicio de la emotividad que busca acorralar al enemigo. Y esto supone colocar a la política del lado de la guerra, más que del lado de la construcción de unas sociedades capaces de permitir la vida libre y de crear consensos reales, razonables que permita un progreso común en el marco de instituciones independientes y sabias.
Es una obviedad que el mundo contemporáneo es tan complicado de entender, y tan imposible de predecir, en el que una reacción muy común nos lleva a refugiarnos en lo que consideramos principios básicos y a estar a la defensiva. Y es claro que las actitudes defensivas son propias de la guerra, de los enfrentamientos al margen de la razón y no de la vida pacífica, armónica, y nos arrastran a identificar una serie de enemigos, digamos, existenciales, esos “los otros”, gente contra las que nos parece imperativa una especie de lucha sin cuartel. Y así entones llegamos a un punto en el que una expresión como “guerras culturales” se haya hecho tan común es una muestra de que están fallando los supuestos básicos de cualquier política razonable, pacífica y sometida a principios democráticos básicos (gobierna la mayoría, pero respeta a las minorías y no altera las reglas básicas de juego). Y los más patético es que se habla así sueltamente de “guerra cultural” o “batalla cultural”, ¿qué diablos es eso?, sólo eslóganes baratos de una supuesta intelectualidad a la que poco y nada le interesa el bienestar real de la ciudadanía.
Nos encontramos con que no hay escapatoria al dilema entre extremismo y democracia. Por difícil que pueda ser, en cada caso, fijar los límites entre el fanatismo y la cordura, esos límites existen y olvidarlos conduce al desastre… y estamos al borde
En medio de toda esta insana inquietud, hay una doble imagen de quietud y pasividad al menos en apariencia, los ciudadanos que no se dedican de ninguna manera directa a la política pueden, y tal vez deban, sentir asco frente a las desviaciones de las políticas extremas, frente a quienes hacen evidente que no trabajan por un porvenir común, que exacerban las diferencias o que intentan engañar de forma intolerable a los electores, y más aún si creen que los políticos hacen eso en forma deliberada, bien porque estimen que la polarización y un cierto grado de belicismo les conviene, porque su ceguera les lleve a preferir un país roto y atrasado, embrutecido, en lugar de una patria común, una Nación, en la que sus ideas puedan subsistir, pero sin exclusividad alguna.
Los ciudadanos en las democracias conservamos un poder enorme, aunque los que se benefician de nuestro voto, los gobiernos, siempre traten de disminuir nuestras capacidades destitutivas por todos los medios a su alcance. Y así, muchas veces llegan a cambiar las reglas del “ juego político” y electoral para forzar que sea cual fuere el clima de opinión en su contra se conviertan en un poder por encima de la democracia misma. Un caso extremo de esta avidez por el poder sin control democrático se da cuando se pretende anular un resultado electoral, algo que, por desgracia, hemos visto más de una vez. O una reforma de la Constitución, solo por afianzar el poder de la llamada “política” por sobre los ciudadanos.
Hay que considerar que la salud de cualquier democracia depende de la voluntad de los electores y se pone en riesgo siempre que estos actúan en función de su preferencia, cosa en principio, esencial y legítima, y se eximen de castigar a los gobiernos que ponen en riesgo la democracia misma. Esta es una regla que no conoce excepciones y cuyo olvido ha hecho posible que las democracias llegasen a desaparecer, como pasó con todos los experimentos totalitarios que asolaron la Europa de la primera mitad del XX, y algunos pocos esperpentos en Latinoamérica.
¿Hay escape al dilema entre extremismo y democracia? No, no lo hay; y por difícil que pueda ser, en cada caso, fijar los límites entre el fanatismo y la cordura. Porque esos límites existen y olvidarlos conduce al desastre, que es lo que ocurre cuando el fanatismo deja de ser visto como un delirio peligroso, cuando no se percibe como un atentado a la libertad y a la convivencia. ¿Y un fanático qué es? Fanático es quien no es capaz de entender los motivos que tiene el ciudadano común para sentir asco de las políticas que no trabajan por la concordia, la libertad y el respeto, el máximo respeto a las libertades individuales; asco a las políticas que sobreponen los deseos de minorías radicales al buen sentido que se refugia en lo que se ha han llamado las mayorías silenciosas.
Y así, los verdaderos triunfos de la democracia, ocurren cuando los ciudadanos, el electorado es capaz de superar el chantaje emocional y moral que tratan de imponer los gobiernos fanatizados y son capaces de ejecutar el castigo político que merecen los que se olvidan de estar al servicio de la comunidad para ser esclavos de sus pasiones ideológicas.
Es bien visible como las fuerzas políticas siempre tratan de obtener un equilibrio entre su capacidad de movilizar de manera muy activa a sus fanáticos, que son siempre los más propensos a convertir la política en guerra, y la necesidad de no perder píe en sus apoyos más "mesurados", el lado por el que pueden arruinar la mayoría política en la que se sustentan, con mayor razón si es precaria. Y entonces, cuando esta es la situación, quienes están en el poder solo pueden recurrir a una forma muy engañosa de persuasión.
Por lo tanto, la única retórica que está a disposición de los gobiernos de turno que se encuentran en una tesitura de este tipo consiste en hacer cada vez más tenue la relación entre lo que dicen y lo que hacen, en mentir de manera sistemática. Este tipo de mentira tiene una doble función, primero sirve para engañar a los “mesurados” que propenden a creer antes en lo que se les dice que en lo que ven, y, en segundo lugar, no desengaña a los fanáticos que asumen con naturalidad que, para ganar las elecciones, hay que hacer concesiones retóricas a los electores menos radicales. Es decir simular que se sustenta una opinión contraria a lo que realmente se quiere.
El poder de los electores, los ciudadanos, es enorme en estas ocasiones, y su responsabilidad también lo es. Si los ciudadanos, electores partidarios, son capaces de hacer que sus valores ideológicos se subordinen a los principios democráticos, castigarán al gobierno para deponerlo. Si los electores más independientes son capaces de superar los prejuicios que puedan tener contra la política en general y se atienen a la prudencia que aconseja la alternancia, no se abstendrán y votarán del modo más inteligente para que el gobierno tenga que dejar paso a otras fuerzas. Y ver dónde hay una idea y uso de la razón.
Y así, el asco que unos y otros puedan sentir es un factor motivacional muy fuerte, pero no debiera ser suficiente para olvidar que la democracia exige reglas de imparcialidad, compromisos muy sólidos con las razones de la mayoría para imponerse, pero respetando siempre el principio esencial, que la política existe para lograr convivencia, progreso y libertad, respeto a las libertades individuales y sus ideas propias, y su propios méritos, no para imponer creencias al mundo y dar por hecho que el mundo les pertenece por esa cuestión soberbia de la “superioridad moral”. Las políticas implementadas y los políticos ideólogos/ejecutores pueden inspirar asco y, cuando lo hacen, cavan su propia fosa, por lento que pueda parecer el proceso, pero lo que no puede inspirar ningún asco es la idea de que tenemos que convivir y que eso exige un importante grado de tolerancia con quienes defienden ideas que nos repugnan, con quienes hacen cosas que no nos gustan, en la confianza de que podrán ser derrotados por opciones mejores, incluso en un mundo tan difícil e imprevisible como el nuestro.
Nadie puede negar, eso creo al menos, que salvo siendo cínico y mucho, que en esta Argentina maltratada, violada sistemáticamente bajo la égida de una especie de monarquía impuesta por los que hacen del poder de gobernar, de turno, en nombre del bien común, de la República y las instituciones… y las esperanzas… y la vida…; ha triunfado totalmente el fraude y la estafa, la mendacidad y la frivolidad. Y es tan fácil, tan a simple vista ver, medir la corrupción, que únicamente los más idiotas lo podrían poner en duda.
En las primeras horas de esta mañana de Domingo 18 de Febrero, la ciudadanía conoció los datos que publica el Observatorio de la Universidad Católica Argentina: La pobreza fue del 57,4%. la población indigente habría pasado así del 14,2% en diciembre al 15% en enero y la tasa de pobreza del 44,7% en el tercer trimestre de 2023 a 49,5 en diciembre y al 57,4% en enero. El 57,4% es el nivel más alto de la serie, desde el 2002, cuando había alcanzado el 54% y proyectado a todo el país equivale a unas 27 millones de personas pobres y a 7 millones de ellas en situación de indigencia.
… dan Asco
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EDITOR: JOSÉ LUIS SAN ROMÁN
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