Y ahí estaba siempre sentado en su mesa de siempre, con sus cigarros a medio consumir, su melancolía y esa mirada…
Era viernes, hace dos días, último dia de mayo, la última recta del otoño rumbo al invierno, me lo había presentado Rossy, tan igual a la legendaria Roosy de Palma, que era ella sin más, la dueña del bar, ese tranquilo y clásico bar de siempre, un templo, y con ese nombre como sacado de alguna película de antiguos espías de post guerra. Uno de esos lugares que de afuera parecen insulsos, pero una vez adentro se siente esa cosa que envuelve y rodea, esa atmósfera especial, tan especial en ese bar al que todos conocían como El Pilon Bley, y su dueña, bah, quien lo regenteaba era Rossy. Y no sé porque fue que entré la primera vez, tal vez porque siempre parecía estar casi vacío y tranquilo, al menos desde la calle y eso era perfecto o casi.
La primera vez ni me había dado cuenta de su presencia, ni me fijé en él, sólo fue después de un par de cafés y acomodado a la música de esa última hora de la tarde casi noche, dejándome llevar por esa ola suave del jazz que le da esa alma tan profunda al lugar, El Pilon Bley. Y ahí estaba ese hombre, solo, en un rincón, cerca de la ventana, esas ventanas de los bares, la última, con una gastada agenda de gastado cuero marrón, esas que ya no se ven, con unos libros, un atado de cigarrillos medio vacío o medio lleno, vaya a saber cómo era su forma de ver las cosas y un cenicero a medio camino, una copa, de las copas de esa hora y un café, sobre la mesa del fondo, contra la última ventana.
No parecía ni joven ni viejo, ni muy alto ni muy bajo, era el clásico tipo que no llamaría la atención en ningún lado, pero en el que al final uno se termina fijando después de un rato, su pelo oscuro sin ser negro, ni largo ni corto, leves ondas, nariz de esas que imponen casi respeto, como la de Rossy casi. Eso sí, sus ojos llamaban la atención, tal vez lo que parecían reflejar, era como un resplandor, raro o especial, o algo, no lo sé, pero no era constante era como intermitente, como un pasaje de la ilusión a la nostalgia tal vez tristeza. Ojos vivos, ni grandes ni perfectos según quien lo diga, eran ojos vivos de haber vivido. Tal vez como esas piedras preciosas que sabemos preciosas, que tienen ese halo de dotado valor que hacen llamar su atención, dotadas de eso especial que atrapa la imaginación y pensar en las inmensas historias en peso y tiempo, que habrán sido parte de sí.
Rossy me lo describía, observándolo los dos desde la barra. El tipo completamente ajeno, absorto casi a lo que ocurría a su alrededor, en esa atmósfera del Pilon Bley; y el afuera, la calle era una película muda en ese viernes, último día de mayo. Y a veces levantaba su mirada y la perdía a través de la vidriera hacia la calle, como buscando.
Pienso sin decirle a Rossy, o es un poeta, o esos que juegan a filósofo en los bares, pero ya ni eso queda hoy día, no sé… o tal vez uno con mal de amores pensé, eso trasciende cualquier desastre político y económico del que ya es como un virus permanente, insalvable, así que me quedé con esto último. Pero… había algo más en él. Hay algo raro en él, me dice Rossy, que no termino de entender y me pica la curiosidad cada vez más, que dentro de ese aire melancólico hay algo más hondo como una fuerza que empuja y que intriga. Pero no sé, las cosas que pienso dice Rossy.
Y si te vas a su mesa y le preguntas? seguro te va a dar una explicación una excusa, y tal vez sea una forma de cazar, poniéndose en esa pose digamos “interesante”. Así que por unos leves minutos me dejé llevar por la trompeta de Miles Davis que me arrastraba por todo el Pilon Bley en los huracanes inciertos de Autumn Leaves que sonaba justo ahora.
El tipo se llamaba Ulises y su apellido nunca lo supimos… ¿importaba? no lo sé, como jamás supe ni supimos tantas cosas que debía guardar en su interior, ahí dentro, el interior del interior. Nos abrió espacio en su mesa así como de la nada, o por esas artes de Rossy, toda una chica Almodóvar, mejor dicho una mujer de frente, con su personalidad sin tapujos, poderosa nariz y ojos medio vaya a saber de dónde, medio inciertos. Al tiempo que Ulises lanza como respuesta a una pregunta no hecha, “bueno, que me estoy confesando antes de irme no sé dónde” respondiendo tal vez a la intriga que nos tenía puesta, qué cosa era lo que escribía tan en sí mismo. Y esa frase no era algo que esperábamos, al tiempo que Rossy apoyaba en la mesa más café y otras copas, y de percibir que estaba hablando muy en serio…
Pero bueno, Ulises ¿escribes cartas en los bares? ¿para alguien? dispara Rossy al tiempo que él levanta la vista mirándonos con una leve luz de cansancio y percepción de alguna tristeza.
“Es que estoy diciendo adiós, ¿nunca vieron a alguien decir adiós”, en un susurro suelta Ulises. Y nos dejan sin palabras casi, en un acto reflejo de volver a la barra, pero insistió, -”quédense, no escribo sobre cosas inconfesables, quédense” haciendo espacio entre sus notas.
-“Y es que lo vimos así que no ha llamado la atención, más en un bar como éste, y mejor dicho ya no queda nadie o es muy raro ver quien lo haga” y sigue Rossy –“sabe, es que soy medio metida y curiosa, me intriga, y acá medio que somos todos amigos, no importa cómo ni por qué” “y tengo esa cosa, que necesito saber, me invade saber”…, mientras yo los miraba.
-“¿Problemas sentimentales?” le dispara Rossy, en su estilo de siglos de terapia de bar “bienvenido al club hombre”, yo soy Rossy, -“es un placer conocerte Rossy, hermoso nombre Rossy de todas las rosas que habrá en el mundo, tal vez”
-“Y si problemas de esos creo, sentimentales, no sé, pero esas cosas pasan y seguirán pasando, creo” dijo con su leve tímida sonrisa intentando no sé qué demostrar de sí.
Y siguió –“El recuerdo de que fue bello y fue bueno…” y encendía otro cigarrillo, porque en el PIlon Bley nadie prohíbe fumar.
Lo miro, preguntándole –“¿es una canción de Serrat no?”, -“sí” con un dejo de sonrisa –“Lucía”.
Y no era ya una cuestión de seguir la conversación. No quería ni seducir ni ligar con Rossy ni con nadie, y la duda invade el área de querer seguir la conversación, de saber más de él, del porqué de ese brillo raro en esos ojos y encima la percepción de qué ocultaba Ulises.
La curiosidad, la intriga, el morbo casi del misterio superaba lo racional mío y de Rossy, estaba la suerte echada… aunque él también tuvo un dejo de duda sobre si seguir o no la conversación, de abandonar esa postura de caracol, aislado en la mesa del rincón, ahora con nuestra compañía tal vez forzada, tal vez un alivio para él. Pero se puso en modo de seguir conversando, dentro de todo era un alivio, pensé al tiempo que decía: -“y sí este es un lugar tranquilo, buena música, se puede estar sin estar, se puede estar concentrado o no, sólo eso”, comento como explicando.
-“y aparte en este lugar fue donde hablamos, nos vimos por primera vez, entre esta música y algunas copas y café ¿saben? decía susurrando mirándose las manos, los dedos esos que habían destilado el cabello de Lucía en sus manos, si eso era…
-¿“La quieres mucho?”, le dispara Rossy, así como ella sabe hacerlo, tal vez fingiendo pudor ante esa pregunta disparada, impresionando gratamente a Ulises, que levanta la vista de sus manos diciendo –“Y cómo no, si ella es el amor de mi vida, al menos eso creo, siento”, sereno, rotundo, mientras decía esas palabras y se podía ver eso, eso amor del que hablaba, tal vez, de lo que para él era lo real y la profundidad donde y desde donde venía eso.
-“Pero hombre, Ulises, ¿cómo estás tan seguro de eso? ¿Cómo lo puedes saber?, le opone Rossy a duras penas, y yo sólo miraba sus ojos.
Y empezaron a brotar a surgir palabras de ahí dentro –“¿Has sentido la sensación de algo perfecto?” “¿De sentirte pleno después de haber vivido como al borde de un abismo y mutilado y de pronto en ese abismo nacen flores?” “¿De tener una cosa interna de certeza de tu existencia?” “¿Sin exigir nada a cambio?” “¿Cómo de encontrarme a mí mismo?. Yo solo los miraba, Rossy y Ulises, ella ensimismada, la desconocía casi. Y es que la mirada de Ulises no era la de un loco ni de una postura de guionista de sentimientos, ni de alguien alterado, al borde de…, era un tipo partido en dos, la mirada esa que tantos poetas han pintado, del famoso tema que mueve al mundo, tal vez…Y Ulises me miraba a mí, como buscando alguna respuesta de parte mía, pero sólo se me ponía delante un mar de dudas de preguntas que no sabía cómo se hacen y que en definitiva uno mismo sabe las respuestas, es cuestión de cómo fluye la sangre y de cómo esa sangre respira, es decir eso de estar vivos, misterio y milagro… Y ya era una confesión de Ulises a dos almas desconocidas o tal vez no, no lo sé, y nos tira por la cabeza: -“Miren, mi amor o lo que yo creo y sé que es, por grande o no que sea, sólo sé que es humano, y por eso terriblemente imperfecto….” Y deja a medio camino sus palabras bajando la mirada y enciende otro cigarrillo, en la mesa del fondo del Pilon Bley, y ahí estábamos, era el último día de mayo, viernes frío, gris…
-“Nos hemos puesto un biombo en el tiempo” dice sin levantar la cabeza y sigue jugando con sus dedos en el imaginario cabello de Lucía. –“Para sabe a quién quiere” dispara susurrando…
Se levanta poniéndose su abrigo, juntando su cuaderno y libros mientras se disculpaba de nosotros, -“Perdón si los he aburrido con mis cosas, mientras nos daba la mano en señal de despedida, sólo atiné a decirle un tibio –“Nos vemos Ulises”
Y ese último día de mayo sentía una cosa que se ve en las calles cada día, y tal vez no sabemos que es, que desangraba a Ulises y tal vez a muchos más cada día, con todo eso encerrado, y pensé en todos los miedos de todos. Como una pena por todos de los todos de esa cosa llamada sociedad en donde se ve cada vez más una pérdida de la capacidad de dejar aflorar esos “Yo” más internos, de mirar como miran los ojos de los niños con inocencias sin vueltas, con ilusiones… y Rossy que dice –“Por un momento tuve envidia de ella… de Lucía…”
El último día de mayo se hacía largo, eterno, y de nuevo en la puerta de aquel bar, ya noche, El Pilon Bley, llovía apenas, sin intentar entrar, pero buscando nadar esas aguas de Ulises, profundas, y descubrir, lo que toda la humanidad sabe y no sabe cómo. Y Rossy ya estaba en su mando del Pilon Bley, porque sabía que vendría por más, después de tantas y tantas historias edulcoradas, ella sabía lo que sabíamos. Y de nuevo dentro del bar, en un natural “hola Rossy, hola Ulises”, como una rutina tácita de la vida, el tendernos la mano los tres y la invitación a seguir la marcha de pensamientos. A descubrir más. Los sentimiento y sensaciones cada vez que se veían y cómo, de la primera que se adentraron en sí mismos… Y sus ojos los ojos de Ulises hablaban en ese viaje suyo que salían con ternura, cálidos con melancolía, con la certeza de lo real, vivo, presente… hablaba del tiempo que vivieron vivos juntos, de cómo se amaron en la mesa recién comprada donde firmaron el contrato de alquiler, de todo, de todo al ritmo de una canción de Serrat… y nos contaba más, de cómo es eso que la gente suelta así como así, y que dice Ulises que significa sentir la aridez de la vida, de vacío, de piedras, y que cada paso es el del caminante y lo que significa en medio de algún desierto diario encontrar una rosa roja, que contraste con la aridez que rodea todo… Y hablaba, hablaba, metiéndonos en una especie de trance, y se daba el lujo inocente de decirnos que: -“Me parece que debo estar aburriéndolos con mis cosas, lo siento”, dijo como una disculpa.
-“Hombre que estamos encantados, nos dejas mudos”, le dice Rossy apretando sus manos sin pensar lo que hacía… sólo dijo -“Gracias” con voz suave débil.
Atino a preguntarle. –“Y qué escribes?, sin mirar contesta –“Un poco de todo” “Impresiones, miedos, ideas, miserias, y todo eso que está ahí…” “Tal vez como esos guerreros japoneses, con eso que tenían como una causa para vivir, para pelear según ellos, frente a lo que surgiera. Esos que se rebelaban contra la ansiedad de la impotencia, de sentirse arrastrar, de no aceptar humillaciones, de verse rendidos y sin todas esas cosas, de decidir por sí mismos, como libra sus combates…
Y seguía Ulises: -“No puedo rendirme, sea como sea, pase lo que pase, di todo por ella…”
No teníamos ya palabras, y dijo –“Tomaré la última decisión, que nadie me robará, nadie y emprenderé mi último vuelo, como esos guerreros japoneses, como un kamikaze”. Nos hablaba directo a los ojos y el brillo nos llevó a ver ese solitario avión de guerrero kamikaze, de uno solo, en vuelo sobre el mar hacia el fin del horizonte tras la última luz del día.
Los dejé solos en la mesa del rincón del Pilon Bley, él y Rossy. Quien me contó más tarde que esa noche lloró, de tristeza y de alegría, de tanto tiempo encerrados, que había llorado por ella, por lo divino, por el miedo, por la alegría, por lo humano, por lo bello de una simple y compleja puesta de sol, por el horror de la ciudad y las gentes cada vez más deshumanizadas, por los que sí y por los que no quieren ver nada. Me contaba Rossy que lloró por él, por ella, por todos los que se sienten y sentimos perdidos en el camino, tal vez por un mundo que no deja llorar a la gente, tal vez.
No supimos nunca como terminó su relación, si ella sería parte de su vida viva, si tomó su decisión finalmente y en plena derrota, fue su último gesto de orgullo y se fue en aquel solitario vuelo.
Nunca volvimos a verlo en El Pilon Bley, cada tarde cada noche, su rincón estaba vacío, que había sido el rincón de sus sueños confesados, seguía vacío, cada noche cada conversación con Rossy era en dirección a la mesa del rincón, vacía.
Me decía Rossy que la vida juega con todos nosotros tal vez como muñecos, no lo sé bien, que a veces premia pero otras no, que se ríe de los fracasos tal vez. Me decía que no sabe que ha sido de los dados tirados por Ulises. Sólo que pese al tiempo pasado no ha podido olvidarlo. Me decía que algunas noches lo puede ver en esa mesa del rincón del Pilon Bley, puede ver esos ojos y vuelve a soñar cada vez con ese enigma de Ulises en su vuelo como un guerreo kamikaze, enfilado hacia el final del sol.
Me decía Rossy que él amó con esos ojos ciegamente, como un loco… nunca lo volvimos a ver…
Vuela esta canción
Para ti, Lucía
La más bella historia de amor
Que tuve y tendré
Es una carta de amor
Que se lleva el viento
Pintado en mi voz
A ninguna parte
A ningún buzón
No hay nada más bello
Que lo que nunca he tenido
Nada más amado
Que lo que perdí...
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EDITOR: JOSÉ LUIS SAN ROMÁN
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