Porque los mejores, los mejores quedaron allá en las casas bajas del barrio pueblerino. Los que con saña bien intencionada se colgaban de sus orejas religiosamente una vez al año.
Tal vez una historia, por más simple que parezca a simple vista, no es algo de este mundo…¿de cuál? … bueno de éste; ¿y si hablamos de éste es porque hay otro? Tal vez. Así que una verdadera historia tendrá que tener una iniciación casi mágica que conecte esos mundos. Tal vez ese camino entre mundos sea una forma de nostalgia, si es que la nostalgia tiene forma, de un deseo del hombre de seguir siendo un niño, tal vez. Y puede ser, tal vez, que solo en momentos especiales tengamos consciencia de la edad y el tiempo y que el resto de ese tiempo no tengamos edad. Por instinto, algo seguros que las cosas estén perdidas, guardadas secretamente en algún lugar. Un calmo lugar donde todas esas cosas van abrazándose unas con otras, unas sobre otras, una tras otra, y van formando una gran imagen única; y a medida que vamos girando la vida, tirando de un hilo, vamos arrastrando y descubriendo coincidencias en esas cosas imperfectas seguro y necesarias a la vez. Si la vida es imperfecta y se borraran esas cosas imperfectas, “inútiles”, la vida dejaría de ser imperfect, ¿existe la vida perfecta? No. Como si el destino se pudiera saber de antemano, tal vez. –DEL EDITOR –
La mala costumbre de festejar cumpleaños.
José Pepe Juliá
Facundo se despierta sabiendo que hoy no será un día igual a los demás. Hoy cumple años. Algo que no le agrada. Sentado en el borde de la cama trata de encontrar las pantuflas con la punta de los pies en el mismo instante en que sus brazos alcanzan la máxima elongación apuntando al techo acompañando el primer desperezo. Ese es el único gesto de actividad física diaria que se permite. Con ese movimiento armonioso y sincronizado, se da por hecho para terminar de erradicar de su cuerpo los últimos vestigios de modorra nocturna. No le gusta pedalear siempre en el mismo lugar en las bicicletas fijas ni mucho menos desafiar a los aparatos de los gimnasios.
Mentalmente recorre su agenda laboral. Será un día cargado de obligaciones. Como siempre, aunque sea casi “festivo”. Reunión con el nuevo cliente dispuesto a descubrir alguna mínima falla en el mecanismo que tan pacientemente ha pergeñado el Departamento Desarrollo de Productos. Más tarde el encuentro con otro usuario que en fase 2 del proceso, está casi convencido que no hay trampas legales ni fiscales que mermen su patrimonio financiero. Y por último llegarse hasta el mismo centro de la ciudad para participar del almuerzo de negocios donde otro interesado, ya en fase 3, pueda seguir viviendo de rentas al mejor porcentaje, estampando su firma en el documento que permita cerrar el trato bursátil.
El almanaque, regalo del cliente más antiguo, colgado sobre la cafetera le recuerda, como si hiciera falta, que hoy es su cumpleaños. “¿Cuarenta y cuántos?” se pregunta, sabiendo que la década no le puede dar más que diez años. Sus cincuenta y tres están bien disimulados entre la tintura que esconden sus avanzadas canas y el abdomen que lucha por su libertad global.
Con la taza de café descafeinado en una mano y el celular en la otra se sienta a desayunar. El aparato hacía rato que a intervalos precisos vibraba en silencio. Se propuso leer los mensajes acumulados antes de untar las tostadas light con el queso crema bajas calorías.
Comenzó con los de Whatsapp:
“Feliz Cumple Facu!!! Esta noche nos vemos en el bar”.
“Abrazo Facu. Te quieroooo!!!”.
“Que los cumplas, que los cumplas, que los cumplas Feliz. Abrazo amigo”.
“Feliz Cumple Bombón. Nos debemos una noche de lujuria y salvajismo”.
“Facundo Moreli: tenga usted un agraciado onomástico. Abrazo fraternal de mi parte en nombre de la Empresa”.
“Happy Birthday Mr. President. Si no estuviera casada me pondría una peluca rubia y me convierto en tu Marilyn. Besote en el cuello”.
Facundo tiene en claro que el festejo de cumpleaños debería extinguirse en cuanto uno traspasa la nebulosa línea en la cual la sociedad lo declara mayor de edad. En cuanto empiezan a ausentarse físicamente de las fotos las personas que ya no volverán a estar. O en el momento en que, y aquí no importa la edad, ya no está la madre del cumpleañero asomándose por detrás de la torta con su sonrisa tan luminosa como las velas encendidas, ordenando que alguien apague la luz. Y así como se extinguen las guirnaldas colgadas del techo; los globos a medio inflar; las gaseosas o la taza de chocolate; la bolsita con golosinas que te dan cuando te vas, también se desdibuja el motivo del agasajo. De grandes, piensa Facundo, el festejo debería ser medido, íntimo. Si ya se ha perdido la impaciencia de abrir los regalos; la sorpresa de la llegada de algún familiar lejano o el simple hecho de querer invitar a más de lo que el presupuesto casero permitía. “Bastaría con un recordatorio, como homenaje a los progenitores” se escuchó decirse a sí mismo.
Volvió a prestarle atención al celular. Seguían acumulándose saludos en todas las aplicaciones.
“Queridooo!!! Otro añito más papaaa”.
“Facu. Muchas bendiciones. Tu tía Cata. Te manda un beso el tío Rogelio”.
“Felicidsdes. Te mand un abrzo. Wstoy en el xolecyivo jaja!¡!”
“Pasala lindo campeón”.
“¿Hoy es tu cumpleaños?”
“Desde Alaska te mando un abrazo de oso”.
Pasó por alto los audios. Los femeninos por extensos (¿conceptos reiterativos?) y a los masculinos por escuetos (¿qué concepto brillante se puede argumentar en 3 segundos?).
Se dio una real noción de la cantidad de “amigos” cuando se le amontonaban escandalosamente los mensajes. Desde el Facebook hasta el Instagram. Insultó a los que mandaron videos, gips o memes. Le carcomen impunemente la memoria. La propia y la del aparatito.
No quiere que llegue la noche para no tener que esconderse hacia adentro cuando en el bar le canten el Feliz Cumpleaños. Si le preguntaran cuál es el momento en que quisiera desaparecer sin dudas diría “ese”.
Argumenta, a quien quiera escucharlo, que no le encuentra ninguna similitud al hecho de romper una piñata que alguna tía, con mucho amor y poca habilidad manual, afirmaba que representaba al Superhéroe de turno y el que vos con tres amigos más tengan que dejar vacíos obligatoriamente y al unísono los cuatro vasos de tequila pegados en un esquí en desuso.
No hay ninguna semejanza que se le pueda atribuir el estar rodeado por primos, compañeros de la escuela y amigos del barrio en una tarde a pleno sol correteando por el jardín jugando a la mancha, con la media luz que te ofrece el bar temático de onda en que apenas distinguís los rostros de unos pocos.
Tenía ciento treinta y seis mensajes más por leer, solamente por whatsapp, cuando decidió dejar de lado el aparatito y agasajarse con la última de las dos tostadas permitidas que le exige la dieta.
Reconoce Facundo que en su vida capitalina amistades no le faltan a fuerza de imponer su espíritu “amiguero”. De hecho Oscar, el organizador de la “fiestita”, como él mismo la denomina, es compañero de la Facultad. La encargada de las invitaciones “virtuales” es Macarena, la secretaria de la Empresa donde trabaja. Alberto, que comparte el departamento, hará los papelones musicales cuando empuñe el micrófono y se adueñe del karaoke. Son tan solo algunos de los buenos amigos. Catalogados así por Facundo.
Porque los mejores, los mejores quedaron allá en las casas bajas del barrio pueblerino. Los que con saña bien intencionada se colgaban de sus orejas religiosamente una vez al año.
José Pepe Juliá
Los Cuentos de Pepe 2019
“Me gustaría continuar, una sala milenaria
Pero formo parte de una generación espontánea
Que se defiende mejor en el cara a cara
En el cuerpo a cuerpo y tiempo al tiempo
Es tarde ya para cambiar y
Nada puede dañarme con mis amigos
Nadie puede, nada puede
Las palabras no sirven para nada
Y empiezo a pensar que en realidad
Hay muy poca gente…”
LobosMagazine 2019 LM™
EDITOR: JOSÉ LUIS SAN ROMÁN