"...con la imaginación propia de un niño de aquella época, me escondía para que mi viejo no pudiera encontrarme; recuerdo que el juego consistía en que él se demorase lo más posible en descubrirme"
A veces, casi siempre y aunque no se note, aunque no se asuma, todos necesitamos que alguien nos mire y todos pensamos en cómo nos ven los demás. Y también está presente el ansia que produce el tipo de mirada bajo la cual queremos o pretendemos vivir. Podrían ser muchas opciones, pero podríamos centrarnos en cuatro categorías. Una primera categoría pretende la mirada de una cantidad infinita de miradas, de ojos, “la mirada del público”. Una segunda aquellos que para vivir necesitan muchos ojos conocidos que observen. Centros de la escena. En una tercera categoría, podremos definir a aquellos que necesitan la mirada de la persona amada. Y también tenemos una cuarta categoría, ¿podría ser la más preciada?, tal vez sí; es la de quienes viven bajo la mirada imaginaria de personas ausentes… ausencias presentes; son los soñadores; con un sentido poético, tal vez. Un sentido de la poesía que no es para deslumbrar con ideas sorprendentes, sino un sentido de la poesía que logra que un instante, un momento del ser sea inolvidable, indeleble, y digno de una nostalgia “insoportable”… tal vez . – DEL EDITOR -
Vallate
Por José Pepe Juliá
Me apresuré a abrir la puerta. Quedó en claro que los tiempos de actuación de mi nieta Almendra, no son iguales que los míos. Ella aún no había escogido el lugar en donde escabullida, tendría que ser rescatada por su abuelo, convertido en salvador. Asocié mentalmente el mismo juego sesenta años atrás, en el cual yo, con la imaginación propia de un niño de aquella época, me escondía para que mi viejo no pudiera encontrarme. Recuerdo que el juego consistía en que él se demorase lo más posible en descubrirme. Después de mucho tiempo, ya con más horas de vuelo en esta vida, me di cuenta que el viejo hacía trampa. Se hacía el que no veía. Se demoraba en encontrarme. Y cuando por fin lo hacía, era para volver a empezar la búsqueda de un lugar más osado para que le costara asustarme con un grito grave al encontrarme que terminaba en el zamarreo tosco y cariñoso de ogro bueno. Era en ese momento cuando el que les escribe, volando por los aires, sentía una libertad que iba más allá de esa “libertad” con la que lidiamos cuando crecemos con el contrapeso de nuestras obligaciones. Sabiendo que el aterrizaje era en los brazos seguros de mi padre. Mi risa y la de él se confundían con el grito de mamá pidiéndonos prudencia y seguridad en nuestros combates de hombre a hombrecito.
Volviendo a mi nieta, supongo que ya atrapada en un lugar donde su superhéroe, entrado en años y kilos, la tendrá que rescatar cual Princesa habitando un castillo equivocado, esta vez golpeo para preguntar si ya puede aparecer “Abuelomán”. Antes que el “Sí” me habilite a actuar la “Toma 2”, abro la puerta y ella a medio esconderse me grita “No te dije sí” y con voz autoritariamente infantil me ordena “Vallate” y me lo repite separando en silabas para que suene más contundente “Va-lla-te”, en clara alusión a “Andate”. Mi carcajada la desubicó. Y otra vez la imagen de mi viejo se apropia de la memoria. Fue cuando me dijo al descubrirme metido en el bajo mesada: “Yo ahí no entro” y le dije orgullosamente “Yo sí cabo”. Su risa contagiosa, no muy común en él, hizo que yo lo mirara con el inequívoco fastidio de mis escasos años, dándole a entender que aún me faltaba mucho para aprender a conjugar verbos. Almendra me miró de la misma forma. Con un poco de bronca y otro poco de contrariedad. Con su pequeño dedo índice señalando la puerta me invitó a repetir la escena del rescate.
Aprender a conjugar correctamente los verbos nos lleva un tiempo y tratar de ponerlos en práctica, toda la vida.
“Toma 3”, me organicé. “Allá voy” le dije. “Sí. Ahora sí” contestó dándome una pista de donde estaba escondida. Entro con voz de oso imitando a Papá Noel: “¿Donde tienen atrapada a mi Princesa?”. “No abuelo ¿Donde tienen presa a Almendra?” me corrige.
“Toma 4”. La definitiva. Vuelvo golpear la puerta, tengo el visto bueno para entrar y lo primero que veo son las puntas de sus zapatillitas sobresaliendo del ancho de la silla donde acomodo mi ropa. “Almendraaa” susurro su nombre como a ella le gusta cada vez que me pongo a buscarla. Veo que sus piernas se contraen. La espío por arriba de la campera colgada en el respaldo y la veo con sus ojitos cerrados. Apretadísimos. “Aquí abuelo, aquí”. “¿Dónde?”. Me deshago de amor, pero me contengo. Alargo el suspenso No voy a ser el culpable de arruinar otra vez la parte más interesante de esta historia.
José Pepe Juliá
Los Cuentos de Pepe 2018
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“Exprimir la vida quiero,
Hoy es un logro seguir en esas,
Y ahora vamos a andar despacio
por nuestro sagrado y pequeño espacio.
Y que los desencantos sean barridos por nuevos encantos.
Vamos a andar serenos pedaleando como señores,
que la balanza iguale heridas doloridas y emociones.”
LobosMagazine 2018
EDITOR: JOSÉ LUIS SAN ROMÁN