La seguridad para las personas que viven en una comunidad fue el primer valor perseguido cuando las tribus y clanes primitivos comenzaron a organizarse en ciudades.
Izquierda, derecha y seguridad
Por Ricardo Lafferriere
Resulta curioso el esfuerzo por vincular la seguridad a “la derecha”. Quien haya visitado Cuba, Venezuela o -en su momento- los países del ex bloque socialista, seguramente no los recordaría como países sin seguridad. Al contrario, ésta es -y era- uno de los principales valores defendidos por regímenes auto identificados como de izquierda. Y vaya si lo garantizaban…
La seguridad para las personas que viven en una comunidad fue el primer valor perseguido cuando las tribus y clanes primitivos comenzaron a organizarse en ciudades. El poder nace históricamente para garantizar el orden. Los primeros esbozos de distribución de funciones sociales contenían tres grandes grupos: los que oraban y administraban las relaciones de la comunidad con los dioses (chamanes o sacerdotes), los que trabajaban para crear riqueza y los preparados para el ejercicio de la fuerza, normalmente identificados con la clase gobernante.
No es éste el lugar para hacer revista de la evolución histórica del poder. Si se lo menciona es para recordar que el uso de la fuerza está reservado al poder con la finalidad de defender el orden en el que una comunidad decide convivir y hacer cumplir las reglas -que pueden ser democráticas constitucionales, como en la mayoría de las sociedades modernas, o autocráticas como en las sociedades primitivas o regímenes autoritarios modernos-.
Es cierto que hay tiempos revolucionarios, en los que el poder sufre embates de nuevos modelos de sociedad que intentan reemplazar al existente. En esos tiempos la ruptura de reglas para instalar nuevas suele ser violento.
La violencia privada que sufren las personas con ocasión de delitos que se cometen en su contra, sin embargo, no proviene de quienes quieren producir cambios revolucionarios sino normalmente de personas que atentan contra principios básicos de cualquier convivencia civilizada, al punto que existían ya en las místicas “Tablas de la Ley”: No matar, no robar, no mentir bajo juramento.
Después vienen las filigranas normativas, más necesarias cuanto más compleja sea la sociedad a medida que avanza en su desarrollo. Esas filigranas normativas no pueden ir contra los principios básicos, a riesgo de provocar reacciones que tienen la fuerza de pulsiones antropológicas, más que fundamentos filosóficos o sociológicos. Hacen a la esencia de la condición humana.
Esto quiere decir que si la organización política no es capaz de garantizar esos principios que dieron origen al surgimiento -y respeto- del propio poder, habrá reacciones que olvidarán las filigranas y pondrán en riesgo el sofisticado armado normativo y axiológico de las sociedades.
Estas reflexiones surgidas al correr del teclado vienen a cuento de la pregunta que muchos nos hacemos sobre la ubicación “ideológica” de la seguridad. ¿Es la seguridad un valor de “la derecha”? ¿o es más bien ese reclamo antropológico que surge de cualquiera, sean cuales fueren su convicciones éticas, religiosas, sociales o ideológicas?
Tiendo a creer en la segunda opción. Hay reclamos de seguridad en países capitalistas como EEUU, comunistas más o menos ortodoxos como Cuba, comunistas cerrados como Corea del Norte, comunistas modernos como China, post-comunistas burocráticos como Rusia, autoritarios como Venezuela, socialdemócratas como Suecia, Francia o Alemania… es decir, en todo el arco. Cada uno con su perfil, sus creencias oficiales, sus marcos normativos y sus estilos, buscan garantizar el orden social respondiendo a un reclamo elemental de sus ciudadanos.
En todos hay monopolio de la fuerza por el Estado -primer paso de la marcha civilizatoria-, en todos hay Fuerzas Armadas y Policías, organismos de inteligencia, y violencia para aplicar la ley. Y en todos ellos, la falta de capacidad del Estado para garantizar la seguridad es fuertemente sancionada por la sociedad con la pérdida de legitimidad del poder.
En la política práctica, pura y dura, no hay gobierno que se precie que pueda renunciar a esta obligación. Y desde esa óptica, parece inteligente para el pensamiento progresista no dejarse arrebatar por “la derecha” la propiedad de ese valor básico, sino reclamarla con firmeza, para que junto a la acción represiva -normalmente, la única que suele ejercer el poder autoritario- puedan elaborarse políticas inclusivas que lo reduzcan y encapsulen progresivamente en su dimensión más reducida, la de aquellos hechos y personas que sea como fuere preferirán vivir en la marginalidad delictiva antes de integrarse al funcionamiento de la sociedad.
“Junto a”, no “en lugar de”. La primera es el sello de la vocación humanista que las sociedades modernas y las democracias abiertas pretenden imponerle a sus políticas. La segunda, es la puerta de entrada a la pérdida de legitimidad, y entonces sí, al pensamiento de la “derecha salvaje”.
En Argentina, país donde rige el estado de derecho, la democracia abierta y el debate político libre, que tiene el mayor porcentaje de gasto social en América Latina, que incluye salud y educación gratuita en los tres niveles, sistema previsional universal, grandes espacios de ingresos universales -como a la niñez, a la vejez y a infinidad de categorías sociales necesitadas-, generosos subsidios a los servicios básicos a través de las tarifas sociales, y planes de inclusión en marcha y en crecimiento, el reclamo por la seguridad no refleja ni es exclusivo de la “derecha salvaje”, y no debemos dejar que sea, a riesgo de poner en riesgo todo lo anterior.
Justamente para defenderlo, profundizarlo y evitar la llegada al país de fenómenos autoritarios como los que se ven en Europa -y en nuestra región- es necesario actuar con la firmeza que sea necesaria. Hacerlo y a la vez mantener la vocación inclusiva -e incluso profundizarla- es el camino hacia una sociedad mejor. Una buena política de seguridad es el mejor antídoto contra las reacciones sociales espasmódicas que terminan abriendo cauce a locuras fascistoides.
Ricardo Lafferriere. Escritor. Abogado. Analista político. Ex Embajador Argentino en España. Político. Ex Senador de La Nación.
LobosMagazine 2018