Los dos se pusieron de acuerdo para que la fuga de los voladores invasores de sus respectivos estómagos sea al unísono... y es hoy, viernes.
Sucede a veces en que nos encontramos con eso de develar verdades obvias y que a veces pasamos por alto, como por ejemplo que el hombre, el ser humano, no puede saber lo que debe querer, de antemano, ya que vive sólo una vida, y tampoco tiene alguna manera de compararla con otras vidas precedentes, si es que existen, ni de poder arreglarlas en vidas posteriores, si es que existen. También sucede que todo, o casi todo, depende de que el ser humano sea tal como es, que no sea una cuestión vergonzosa, cuando quiere eso que siempre quiso, desear lo que siempre deseó. …Y al abrir los ojos vio un rostro, una cara, que se inclinaba hacía el suyo, con el pelo, liviano sobre el rostro; tan encima, tan cerca del suyo, que le parecía verse reflejado como en el agua. Ver así, reflejada su cara en el agua, de esa fuente, la otra cara que se fundía con la suya; fue lo último que vio; cuando las llamas se apagaron en el agua de la fuente; y una vez libres sus pensamientos y su imaginación de una unión difusa con lo que llamaba amor, sintió que todo era una satisfacción complicadamente sencilla… tal vez – DEL EDITOR -
Entre David y Goliat
Por José Pepe Juliá
David golpeó suavemente la puerta tres veces a la hora indicada, como habían acordado. Si Gabriela abre enseguida es porque no hay inconvenientes pero si se demora, lo dejarán para una próxima vez. “¿Qué apuro hay?” se preguntó al advertir que pasaban segundos interminables. “No la quiero apurar. Ella es especial. No la avasalles David. Las mujeres tienen un tiempo distinto. Ellas lo miden en un reloj de arena y nosotros en uno digital. El lapso es el mismo pero la apreciación es diferente. Ellas basan este momento en la contención y la dulzura que le podemos dar. Mierda ¿Dónde leí esto?”.
El ruido de las llaves desde el interior no le dio espacio a contestarse. Se le aceleró el ritmo cardíaco y un temblequeo en las piernas le hicieron pensar en salir corriendo desandando el camino que lo llevó hasta allí. “¿Y si es el padre?” se interrogaba en una sensación de angustia que le secaba la garganta. Ya estaba ensayando una excusa cualquiera. “¿Hola Hugo? ¿Está su hija?” Preguntar si estaba la hija en casa a las diez de la noche no le pareció acertado. Pensó una salida más elegante “¿Le puede decir a Gabriela si tiene mis apuntes de Historia?”. Llegó a la conclusión que con esa pregunta dejaba al descubierto una actitud humillantemente cobarde. “¿Qué haces Hugo? ¿Está el bombón de tu hija?” pensó en apurarlo. Pero midió imaginariamente su estatura con la de Hugo y si bien se le vino a la mente el enfrentamiento entre David y Goliat dejó el cancherismo para otra oportunidad. Él no venía armado con la honda y las cinco piedras (el David que cuenta la historia no se parece en nada a él) y calculaba que Goliat (en esta caso Hugo) mediría más de los tres metros que se le atribuyen si se tienen en cuenta los celos que un padre de hija única puede ir acumulando a medida que la va viendo crecer. David lo sabe y si bien no lo quiere tener como enemigo, es consciente que tampoco lo tendrá como amigo si se llega a enterar de las intenciones con las cuales golpeó la puerta de su casa un viernes a las diez de la noche. Y más sabiendo que Gabriela iba a estar sola. Muy pocas palabras se han cruzado en estas semanas en que David empezó a merodear más asiduamente la casa de Gabriela. Hugo le ha marcado su territorio con hechos puntuales y concretos. Todavía no encontró el tema de conversación que le interese y deje de contestarle o darle una opinión con sonidos guturales y monosílabos apenas audibles. Intentó congratularse comentándole que era fanático de la Ferrari cuando, invitado a comer las pastas del domingo, miraban una carrera de Fórmula 1. Aunque a David lo único que le interesa de los autos es que lo lleven y lo traigan sin importarle quien maneje. Tuvo el coraje de declararse simpatizante de All Boys cuando una tarde de un jueves se sentó compartiendo el sillón de la sala, a ver el partido del club del cual Hugo es acérrimo hincha. No le quedó otra alternativa de respuesta cuando le preguntó por quién simpatizaba. Mentira que no facilitaría de allí en más cualquier conversación basada en la honestidad. Pero la justificaba al ver que Hugo se diferencia de un barra brava tan solo por el hecho de no frecuentar las tribunas de un estadio. Lo que sí le escuchó decir una vez en forma clara y convincente fue esa frase que no tenía nada que ver con lo que se estaba hablando: “El que haga sufrir a mi hija, se las verá conmigo”. Fue ese domingo de ravioles, cuando quedaron por unos momentos solos en la mesa y como afirmando la sentencia, apoyó con firmeza el vaso vacío de vino. El ruido hizo que se asomaran desde la cocina las mujeres de la casa preguntando qué pasaba. “Nada. No pasa nada” les dijo, riéndose y murmuró para que tan solo David escuchara “Son cosas de hombres”.
“¿Y si es la madre?”. Con Leticia tiene un trato más familiar. Ella siempre le dice que él es el varoncito que no tienen. Con ella el diálogo es más fluido. “Cómo me gustaría que fueses el noviecito de nuestra hija” le decía hasta hace poco. Ella misma se propuso allanar el camino para que Hugo tome la noticia con calma. Algo que aún no le parece oportuno. No hay ningún apuro por parte de David. El apuro está centrado en otra cosa. Más precisamente en tratar de liberar ese cosquilleo incesante que va creciendo como un alud a mitad de la montaña. Esa sensación de “mariposas en el estómago” que su hermana mayor sostiene que se siente cuando uno está enamorado, no le pareció tan cursi, cuando se lo dijo Gabriela. A partir de ese momento a David, no solo lo acompañan las mariposas. Se le sumaron colibríes, palomas y gorriones que pugnan por su libertad. Los dos se pusieron de acuerdo para que la fuga de los voladores invasores de sus respectivos estómagos sea al unísono.
Y es hoy. Viernes.
Los padres de ella estarán ausentes el fin de semana. Gabriela prometió no abrirles la puerta a desconocidos. Hugo insistió en que alguna tía la tenía que acompañar. Leticia a duras penas lo convenció aduciendo que su hija ya estaba grande y que no correría ningún peligro.
Por fin la puerta se abrió y Gabriela asomó escondida detrás de una sonrisa nerviosa y expectante. David tomó aire y arrebatado extendió la mano regalándole un chocolate. Algo que tenía ensayado para hacerlo después, pero los nervios, lógicos y justificados, apuraron el momento. Un beso a las apuradas, por si alguien se le ocurriese estar paseando al perro. “¿Estás sola?” pregunta innecesaria. “Y, sí” respuesta implícita.
Se cerró la puerta y David se sintió Goliat…
José Pepe Juliá
Los Cuentos de Pepe 2018
“Podemos combatir nuestros deseos
… pero cuando comenzamos a hacer fuegos
nos ponemos tan calientes
oh… nos guste o no
Dicen que podemos amar a quienes confiamos
… pero ¿qué es el amor sin lujuria?
Dos corazones con devociones exactas
… ¿y que son sentimientos sin emociones?
mis palabras tropiezan antes de que empiece
¿Hasta dónde puedes enviar las emociones?
… ¿puede este puente cruzar el océano?”
LobosMagazine 2018
EDITOR: JOSÉ LUIS SAN ROMÁN