La ambición de poder es una mala hierba que sólo crece en el solar abandonado de una mente vacía.
EDITORIAL
Lobos, el capitán Monasterio y Matrix
En la recordada serie “El Zorro”, sobre lo que no es necesario agregar mayores datos, ya que es una historia ultra conocida, el bien y el mal se debatían en la primitiva colonia española de California, entre la tiranía encarnada por el archi impopular Capitán Monasterio y los lugareños y hacendados que pretendían defender sus privilegios ante el atropello del aventurero Monasterio.
Corría el año 1820 en aquella, por entonces California española, cuando Diego de La Vega retorna a su hogar en Los Ángeles, enterado de la terrible situación política y económica en la que se encontraba el pueblo, a la que se había llegado desde hacía ya un tiempo bajo el mandato y las órdenes del comandante Enrique Sánchez de Monasterio, “el capitán Monasterio” secundado por amistades y aliados supuestos, deseosos de la amistad con el “poder”, pero con incapacidades calificadas expuestas y genuflexión manifiesta , que todo el pueblo veía. En medio de todo esto, el Capitán Monasterio enloquece y pierde la cabeza, como nunca antes, y ahora lo único que quiere es cazar al Zorro.
El dogma democrático por el que la gente se hace una idea del mundo, discute sobre sus opiniones encontradas y luego impulsa decisiones políticas mediante su voto ya no funciona.
La gente ya no puede hacerse una idea del mundo, por lo que la moderna democracia de masas necesita de expertos que entiendan el mundo y puedan, con la ayuda de los medios de comunicación, “cristalizar” las opiniones de los ciudadanos. En lenguaje llano, esto significa: una democracia de masas moderna necesita de la propaganda de los “sabios” y los “bien intencionados”.
La gente no sabe lo que es bueno para ella. Pero, gracias a Dios, hay expertos e intelectuales que conocen el bien y llevan a sus semejantes de la mano en este proceloso y complejo mundo, desde la cuna hasta la tumba. Ese es el credo del paternalismo estatal moderno.
El término, tan usado, “participación ciudadana” hace referencia al conjunto de acciones o iniciativas que pretenden impulsar el desarrollo local y la democracia participativa a través de la integración de la comunidad al quehacer político.
Permanentemente escuchamos que se habla de “participación ciudadana” cuando desde determinados ámbitos de la sociedad y de ciertas organizaciones políticas, tratan de apuntalar el decadente sistema partidocrático que padecemos. Es muy normal que, tanto en el seno de partidos políticos, como en organizaciones sociales de muy diversa índole (ONGs, organizaciones profesionales, sindicales, etc), así como en municipios de cualquier color político, incluso en el seno de los denominados movimientos sociales, se escuche la defensa de “la participación ciudadana” como la panacea contra todos los peligros posibles, contenidos en las instituciones de representación y de poder, surgidas al calor del “Estado de Partidos”. Es, como si sabiendo que aquellas tienen un gravísimo defecto de representatividad y de legitimidad en la forma y en el fondo de su constitución, echaran mano de esta figura reglamentaria con formato institucional, y sometida a los controles y a las normas de las mayorías instituidas en dichas administraciones, para así acallar la mala conciencia por un lado, y sofocar posibles motines por otro.
No es esto en referencia de la noble intención investigadora, ni de la gran labor creadora de parte de grupos de estudiosos que han llevado a cabo numerosos trabajos, sobre la participación ciudadana como forma de completar y mejorar el control de los ciudadanos, sobre sus instituciones una vez constituidas estas con “su particular” método partidocrático. Sino que, más bien, es la referencia de lo que supone de negativo, para la comprensión de que es un hecho irrefutable de que no tenemos democracia, irrefutable que se diga que con la participación ciudadana se cierra ese círculo democrático que supuestamente son las instituciones constituidas sin principios de representatividad de la sociedad, ni tan siquiera con reglas de juego limpias. Qué cómo es esto? Es: constituimos municipios y concejos, comisiones de muy diversa índole, sabiendo que no son democráticos ni representativos de los vecinos, los ciudadanos; y luego en un arrebato de pureza y de “modernidad democrática”, añadirles graciosamente las esencias, la sal y la pimienta necesarias para su aparente consumo.
Así, los municipios constituidos en base a una ley electoral y a unos reglamentos, que impiden la democracia y la participación ciudadana porque no separan la elección del Intendente y la de los Concejales en procesos diferentes; y que además hace imposible que el pleno, el Concejo Deliberante pueda controlar al Intendente/alcalde y que los concejales puedan representar a los vecinos por distritos, por barrio, por circunscripción, y con mandato imperativo de éstos sobre aquellos. Que demuestren su capacidad, su interés, que son competentes, esto es con inteligencia, raciocinio, ética ciudadana; ¿es mucho pretender no? ¿Es mucho pretender que quienes aspiran a, y luego ocupan esos cargos y funciones, alguna vez puedan reunir algunas condiciones mínimas? ¿Es mucho pedir? Y todo esto reconociendo que existe una muy ínfima cantidad de buenos ciudadanos dispuestos y que actúan y se desempeñan en la cosa pública. Que están solos. Pocos, pero ahí están.
Cuando se habla de participación ciudadana y no se tiene en cuenta que esta puede darse con tanta intensidad y pujanza en el ámbito de la sociedad civil, sin que para ello sea necesaria tanta reglamentación institucional, sino que más bien lo que necesitamos es acercar al ciudadano a través del concejal de distrito o diputado de distrito a su administración y favorecer de esta manera, que ciudadanos, gremios, sindicatos, obreros, empresarios, profesionales, y los más diversos sectores sociales puedan establecer vínculos con su representante y que éste pueda a su vez rendir cuentas frecuentemente a sus electores, es cuando nos planteamos una pregunta: ¿por qué surge con tanta potencia y con tanta fuerza la teoría de la Participación Ciudadana, sin que esté sin resolver el paso previo que debe establecer reglas de juego claras, democráticas y representativas de los ciudadanos; sin las cartas marcadas?. Y esto también ocurre con quienes acceden o pretenden acceder a un máximo cargo ejecutivo de un Municipio, el Intendente. Que por lo general participan de la elección, porque están en una gran lista, desde el cargo presidencial para abajo todo. ¿Y quién sabe de sus cualidades? Salvo excepciones. ¿Quién es? ¿De dónde? ¿Cuál es su proyecto para la ciudad, el municipio?. Pero como se vota con miedo; el famoso “voto del miedo”, no está tan lejano el voto del miedo de hace unos años, y ¿qué ocurre?, que cuela cualquiera, no importa de dónde venga ni qué proyectos tiene, si es que los tiene (siempre hablando de la cosa pública), ni si es un ciudadano ético y con capacidades para el cargo, al menos, ¿es mucho pedir?
Llamar a los electores para que no puedan elegir, llamarlos para que solo puedan refrendar listas, llamarlos para que acudan a legitimarlos… es como llamarlos a formar consejos de participación ciudadana para luego no convocar reuniones, es como llamarlos para luego no hacerse eco de sus propuestas, llamarlos para no respetar sus iniciativas. Es llamarlos a refrendar un engaño.
Harían bien los defensores de la participación ciudadana, si establecieran con anterioridad a la constitución de las Comunas, esto es la Intendencia y Concejo Deliberante, la necesidad de que éstos, fueran elegidos con reglas de juego democráticas, representativas de la sociedad, y separando los poderes en origen, y esto tiene un nombre, DEMOCRACIA FORMAL.
Democracia formal y participación ciudadana son complementarias. Por el contrario, la mentira partidocrática falsea y contamina la participación ciudadana impidiendo que esta última pueda germinar, secuestrando para siempre la libertad política y la democracia.
En Argentina no tenemos Democracia Representativa, tenemos, lo que se llamaría un “Estado de Partidos”. Y este se caracteriza no precisamente por ser representativo de la sociedad civil, ni de los electores, sino por ser integrador de las masas en el Estado.
Para que una democracia sea representativa, requiere que los elegidos representen a los electores, y para ello, es necesario que aquellos hayan sido elegidos en candidaturas uninominales, en distritos pequeños, por mayoría absoluta y a doble vuelta si es posible.
Lo que caracteriza al actual régimen de partidos estatales (partidos del Estado, porque los mantiene el Estado), es que precisamente los diputados, los concejales no representan a nadie, ni tan siquiera a sus votantes, ni tan siquiera a los militantes de ese partido, porque esos diputados y concejales están en las listas del partido gracias a que lo ha puesto el “Jefe” del mismo. Ellos sólo cumplen las órdenes imperativas del jefe, o la disciplina de voto impuesta por el jefe. A veces son jefes-caudillos podríamos decir de “la vieja escuela”, y otras veces son pobres hombrecitos que andan circulando, arrastrando su sumisión por las ciudades, por pueblos que ni sabían que existían, bendiciendo al candidato a intendente de turno o alguna otra candidatura; pobres hombrecitos con sus mochilas vacías de ideas, pero buenos incompetentes. Lo vemos a diario. Cada día más, no?
La disciplina de voto es natural al “Estado de Partidos”. La libertad de voto de los diputados o concejales es y debe ser natural al sistema democrático de representación. El mandato imperativo del elector sobre el elegido, es parte fundamental de la representación política democrática.
En el “Estado de Partidos”, a los diputados, concejales se los conoce como el diputado de tal o cual partido, en una Democracia Representativa al diputado se lo conoce como el representante de tal o cual distrito electoral.
El sistema es algo así como una “Monarquía de Partidos Estatales”. Al no darse la condición de “representante de distrito” ya sea un concejal o un intendente en la persona de los elegidos, no se puede hablar de representación política. En consecuencia los diputados, senadores, concejales, votarán por mandato imperativo de sus jefes de bancada, y por “disciplina de voto”; eso es la negación del sistema representativo. Tal vez aun no es el momento de llevar a la democracia argentina, a un sistema parlamentario, es posible. Puede que sea una cuestión de no madurez cívica.
Hemos olvidado que somos nosotros quienes hemos de decidir quién nos representa?, ¿quién administra lo que decidimos poner en común?, ¿cómo lo administra y para qué lo administra?. Y no cada cuatro años, o cada ocho. Todos los días. ¿Hemos olvidado que somos nosotros los responsables primeros de nuestra propiedad privada, de nuestras vidas, de las vidas de nuestros hijos, de nuestros vecinos?
En la novela de Aldous Huxley “Un Mundo Feliz” se dice que un gramo de soma cura diez sentimientos melancólicos, no tiene efectos secundarios y el Estado es el encargado del reparto de esta sustancia para controlar las emociones sentidas por los miembros de la comunidad con el fin de mantenerlos contentos, factor necesario para no poner en peligro la estabilidad social. Permítanme que les diga que no, que el soma no era una pastilla, y que estamos atiborrados de eso que voy a llamar “felicidad estatal”, gracias a una herramienta mucho más sutil: la democracia pervertida.
No es necesario recurrir a ninguna pastilla, no hace falta una nueva revolución. Nosotros, con nuestro miedo, nos hemos encargado de ello. Hemos permitido que nos desarmen, que nos quiten la voz firmando una capitulación irreversible. Y que paradoja no? Hartos, hartos, pero gobernados por incompetentes, gobernados por ignorantes.
Mantener la mediocridad como meta final no sólo consume los recursos, impide la producción de otros nuevos. Cuando la dualidad inseparable entre riesgo y oportunidad se resuelve siempre y cobardemente en detrimento del riesgo, no estamos sólo ante un estancamiento, nos abocamos a la regresión. Hay algo mal, tal vez no sepas lo que es, pero lo percibes. Entonces… tú eliges…tú decides.
"El tango que ocultamos mejor
(del que preferimos no hablar)
es el que nos tiene narcotizados
Andás dando guerra y temblás
gastándote en relámpagos
(tu estómago gruñe como enjaulado)
Tu gracia mete miedo mi amor
dejo de beber tu licor
que huele a tormenta de viejo estilo
Vivir, solo cuesta vida
Ahora! Ya mismo! Puedo ajustar un guión de ropa sucia
Ropa sucia... fuera... Ahora mismo!
Lobosmagazine 2018