Representó para muchos el triunfo de la Revolución pacífica en la RDA
Por Javier Moncayo
Caída muro de berlin
Berlín Oriental, minutos antes de las 19 h, 9 de noviembre de 1989. Al final de una conferencia de prensa convocada por el SED, el partido comunista de la República Democrática Alemana, el periodista italiano Riccardo Ehrmann pregunta sobre la existencia de una nueva ley que regula los viajes al extranjero. El secretario de Información y Propaganda, Günter Schabowski, responde que el Politburó ha aprobado una normativa que permite salir del país a todos los ciudadanos que lo soliciten. Salta un coro de voces: “¿Cuándo entra en vigor? ¿Sin pasaporte? ¿Ya mismo?”. Schabowski se rasca la cabeza, alude a una nota distribuida poco antes y la lee en voz alta. Los visados de salida se entregarán sin demora y quedan anulados los requisitos previos (demostrar la necesidad del viaje o vínculos familiares). Los periodistas insisten: “¿Cuándo entra en vigor?”. El portavoz echa un vistazo a sus papeles: “Según la información de que dispongo, con efecto inmediato”. “¿Vale también para Berlín Occidental?” Schabowski frunce el ceño y vuelve a mirar sus papeles. Tras vacilar un momento, lee: “La salida puede realizarse a través de todos los pasos fronterizos de la RDA con la RFA y Berlín Occidental”.
El Telón de Acero que durante 28 años ha dividido Berlín, Alemania y Europa en dos bloques antagónicos cae simbólicamente en apenas unas horas.
En cuestión de minutos, miles de berlineses orientales que han visto en directo por televisión la rueda de prensa se agolpan en los pasos fronterizos del muro. Los atónitos guardias, que no han recibido ninguna orden, telefonean frenéticamente a sus superiores, pero para entonces la situación es incontrolable y nadie quiere asumir la responsabilidad de ordenar el uso de la fuerza. Ante la imposibilidad de contener a la multitud, los guardias ceden y a partir de las 23 h dejan pasar, primero ordenadamente y después sin control alguno, a sus eufóricos conciudadanos. Al otro lado les reciben con los brazos abiertos los berlineses occidentales, que también han acudido en masa a la frontera tras enterarse de la noticia. En medio de escenas de júbilo, unos y otros se dirigen al muro, se suben a él, lo saltan. El Telón de Acero que durante 28 años ha dividido Berlín, Alemania y Europa en dos bloques antagónicos cae simbólicamente en apenas unas horas.
Historia de un fiasco
Siempre se ha creído que lo ocurrido ese día fue un accidente provocado por la intervención espontánea de Ehrmann, pero el periodista ha revelado este año que un alto funcionario del SED amigo suyo (identificado posteriormente como Günter Potschke, director general de la agencia estatal de noticias ADN) le llamó antes de la rueda de prensa pidiéndole que hiciera la célebre pregunta. Schabowski lo niega, y Potschke falleció hace tres años, pero, con o sin montaje, lo cierto es que la rueda de prensa se les fue de las manos a todos. Estaba previsto que la nueva normativa entrase en vigor una vez se ultimara y comunicara a las oficinas de pasaportes y los puestos fronterizos. Según Schabowski, la nota que le había entregado el propio Egon Krenz, nuevo secretario general del SED y jefe de Estado, no mencionaba una fecha concreta y, nervioso y atosigado por los periodistas, improvisó el fatídico “con efecto inmediato”.
“Queríamos satisfacer las expectativas del pueblo y demostrar que se podía iniciar un nuevo camino bajo la égida del socialismo”.
Los errores de Krenz y Schabowski dan fe de hasta qué punto el régimen estaba abrumado y se descomponía por momentos. Ambos, junto con Siegfried Lorenz, otro miembro del Politburó, habían forzado tres semanas antes la defenestración de Erich Honecker, el líder que durante 13 años dirigió el país con puño de hierro. El SED, desgarrado, se debatía entre la línea dura y los partidarios de emprender reformas y abrir las fronteras ante la fuerte presión popular.
El proyecto de modificación de la ley de los viajes al extranjero llevaba semanas rebotando entre el Consejo de Ministros y el Politburó, bloqueado por vetos y contravetos. Schabowski ha afirmado que la nueva norma “fue el verdadero motivo de la ruptura con Honecker y de su caída”, así como de la corrosión interna del régimen. El 7 de noviembre dimitían el gobierno en pleno, presidido por Willi Stoph, y dos terceras partes del Politburó, mientras Krenz reabría la frontera con Checoslovaquia. Fuera, las manifestaciones arreciaban y el éxodo de ciudadanos a través del país vecino alcanzaba un ritmo de 200 personas por hora. Había que rebajar la tensión, y rápido.
Krenz decidió informar a la prensa internacional de los cambios que el nuevo liderazgo del partido contemplaba en respuesta a las protestas masivas y las quejas de Checoslovaquia. La nueva normativa de los viajes era solo una parte de un paquete más amplio de reformas políticas y económicas que incluía la promesa de elecciones libres en cuanto se legalizara la oposición, pero sorprendentemente fue la más polémica en el seno del partido. Y por una palabra: “permiso”. El texto original establecía que los ciudadanos podrían viajar libremente tras obtener el correspondiente permiso de las autoridades, pero como ha recordado Schabowski, “todos sabíamos que en la RDA un permiso significaba que podía ser denegado”, por lo que Krenz y él lo reescribieron, esta vez sin la palabra de marras. “Queríamos satisfacer las expectativas del pueblo y demostrar que se podía iniciar un nuevo camino bajo la égida del socialismo”.
La tarea principal del nuevo ministro fue negociar con la RFA y las antiguas potencias aliadas la reunificación de Alemania.
Todo fue en balde. Tras el desastre del muro, el SED intentó recuperar un espacio político e influir en la coyuntura que se avecinaba, pero no hizo sino autoinmolarse. El 3 de diciembre el Comité Central y el Politburó dimitieron en bloque, y cuatro días después hacía lo propio Krenz, dando paso a la refundación del SED en Partido del Socialismo Democrático y a un nuevo gobierno. Seguidamente se abría la Mesa Redonda de negociaciones con representantes de las organizaciones de la oposición, entre otras el Nuevo Foro, el Partido Socialdemócrata y Despertar Democrático.
El resultado fue la convocatoria de elecciones libres el 18 de marzo de 1990. Ganó la Alianza por Alemania, una coalición de la Unión Demócrata Cristiana y el Partido Socialdemócrata liderada por el conservador Lothar de Maizière. En los meses siguientes, la tarea principal del nuevo primer ministro fue negociar con la RFA y las antiguas potencias aliadas (Estados Unidos, Francia, Reino Unido y la URSS, que debían dar su visto bueno) la reunificación de Alemania, un proceso que concluyó el 3 de octubre de 1990.
El principio del fin
Si la caída del muro de Berlín asestó el golpe de gracia a la RDA, su desmoronamiento comenzó en el exterior. El detonante fue la decisión de Hungría de desmantelar las alambradas de su frontera con Austria el 2 de mayo de 1989. Por ese agujero huyeron en verano más de 13.000 “turistas” de la RDA con la aquiescencia de las autoridades húngaras. Honecker respondió prohibiendo los viajes a Hungría. Fue entonces cuando los falsos turistas se refugiaron en las embajadas de la RFA en Praga y Varsovia. Bonn concedía automáticamente la nacionalidad a todos los alemanes orientales que entraban en su territorio, embajadas incluidas, pero en el caso de Checoslovaquia y Polonia no podía garantizarles visados de salida. Al final, Honecker, tras extremar las restricciones de movilidad, permitió huir a los desertores con la condición de que lo hicieran a través de la RDA, en trenes sellados y en calidad de expulsados.
Mientras, por todo el país, sobre todo en Dresde y Leipzig, cientos de personas empezaron a salir a la calle de forma espontánea. Al principio gritaban “¡Queremos salir!”, pero el 4 de septiembre, en la primera manifestación de los lunes celebrada en Leipzig, mil ciudadanos corearon las que serían las dos consignas más importantes de la llamada Revolución pacífica: “¡Nos quedamos!” y “¡Somos el pueblo!”. Cinco días después nacía el Nuevo Foro, el movimiento que lideraría la oposición al régimen y las protestas populares. Le seguirían Democracia Ahora, Despertar Democrático, el SDP (el primer partido político independiente del país, socialdemócrata) y muchas otras organizaciones.
Honecker se jactó de que el muro de Berlín seguiría en pie durante otros 50 o 100 años.
La manifestación del lunes 9 de octubre en Leipzig reunió a unas 70.000 personas. Algunos dirigentes del SED exigieron la adopción de una “solución china”, en referencia a los sucesos de la plaza de Tiananmen de junio de aquel año, cuando Pekín aplastó con tanques una rebelión popular. Las autoridades apostaron 6.000 policías antidisturbios y soldados en Leipzig, listos para efectuar arrestos masivos y usar la fuerza, pero la presión internacional logró que la manifestación transcurriera sin incidentes. El corsé con que Honecker había mantenido a raya el país se resquebrajaba sin remedio.
El pulso de Gorbachov
Entre los dirigentes del bloque del Este, el líder del SED fue quien se opuso más rotundamente a las reformas políticas y económicas de Mijaíl Gorbachov en la URSS, las famosas glásnost y perestroika. En enero, tan solo un mes después de que Gorbachov anunciara en la Asamblea de la ONU una reducción significativa de las tropas soviéticas en Europa del Este, Honecker se jactó de que el muro de Berlín seguiría en pie durante otros 50 o 100 años.
En realidad, la advertencia de Gorbachov, con la que dejaba claro que la URSS no intervendría militarmente en apoyo de sus tutelados (como sí había hecho en 1953 en la RDA, en 1956 en Hungría y en 1968 en Checoslovaquia), iba dirigida a Polonia y Hungría. Las huelgas del sindicato Solidaridad en protesta por el aumento descontrolado de los precios, así como la masivas manifestaciones cívicas de los húngaros por cuestiones internas, habían puesto contra las cuerdas a los gobiernos de los dos países.
El discurso oficial de la URSS sentenció la muerte política de Honecker. Aislado internacionalmente y cuestionado en el seno del SED, dimitió.
Gorbachov, a semejanza de la que había iniciado en casa, quería proceder a una voladura controlada de los anquilosados regímenes de sus satélites. Consciente de que la base comunista era mínima en Polonia y Hungría, decidió empezar por allí. Su táctica no pudo ser más acertada. Tanto el general Jaruzelski como Károly Grósz permitieron el pluralismo político y convocaron elecciones en la primavera de 1989. El mensaje de Gorbachov se podía oír ahora por toda la Europa comunista: las movilizaciones y la organización política no solo eran posibles, sino que tenían éxito.
Después vendrían la brecha de la frontera húngara y, de forma más humillante para Honecker, la desautorización que recibió de Gorbachov en persona durante los fastos del 40 aniversario de la fundación de la RDA, el 7 de octubre: “Debemos apresurarnos a reconocer las necesidades y deseos del pueblo”. El discurso oficial de la URSS, con “la historia castigará a aquellos que lleguen tarde”, sentenció la muerte política de Honecker. Aislado internacionalmente y cuestionado en el seno del SED, dimitió el 18 de octubre tras el golpe de mano de Krenz.
Sin quererlo, Schabowski dejó entrever recientemente el patetismo que alcanzó el aparato del partido en aquellos días: “Solo destituyendo a Honecker podíamos salvarnos”. El 23 de octubre la manifestación del lunes de Leipzig reunió a 320.000 personas. El 4 de noviembre, 500.000 berlineses orientales clamaban por la libertad de expresión y de movimiento y elecciones democráticas mientras una nueva oleada de ciudadanos escapaba por Checoslovaquia. Todo ello tolerado por un impotente Krenz. La suerte del régimen, superado por los acontecimientos, estaba echada.
Una verdad incómoda
¿Pero qué hay de la población de la RDA? ¿Cómo se explica que su reacción fuera tan tardía y que no existiera apenas oposición durante tantos años? Según la historia oficial en Alemania, la adhesión de los ciudadanos al SED siempre fue posibilista. El régimen dominaba la economía y controlaba la sociedad a través de la Stasi –la policía secreta–, la omnipresencia del SED y la censura, por lo que la gran mayoría se hizo al sistema. A ello contribuyeron unos productos básicos baratos gracias a las subvenciones oficiales, los grandes éxitos internacionales en el terreno deportivo y el hecho de que el país alcanzara en muy poco tiempo la cota de producción y el nivel de vida más altos de todo el bloque del Este.
El celo paranoico de Honecker, con su blindaje del país restringiendo los viajes y cualquier atisbo de libertad individual, condujo a muchos a huir de la RDA.
A pesar de la propaganda, la población fue admitiendo gradualmente que el objetivo de sobrepasar a Occidente era una quimera. En los ochenta, el agotamiento de los recursos, la pérdida de productividad y la crisis general de los países comunistas, sus principales socios comerciales, llevaron a la RDA a endeudarse cada vez más en el exterior (estratégicamente, el canciller de la RFA, Helmut Kohl, se ofreció raudo a prestarle dinero, que emplearía como instrumento de presión política). La consiguiente improvisación en el abastecimiento de bienes de consumo y su encarecimiento, sumados a la terca negativa de Honecker a adoptar las reformas que había acometido Gorbachov en la URSS, aumentaron la frustración. El celo paranoico de Honecker, con su blindaje del país restringiendo los viajes y cualquier atisbo de libertad individual, fue lo que condujo a muchos, convencidos de la imposibilidad de un cambio, a huir de la RDA.
Pero este relato del ocaso inevitable de un sistema represivo, derrotado por la evidencia de su fracaso y el deseo mayoritario de la población de abrazar la democracia y la economía de mercado –en suma, el modo de vida occidental–, suele obviar que la realidad fue mucho más compleja. Por un lado, influyeron decisivamente los factores externos: el “efecto Gorbachov”, pero también las negociaciones secretas de Kohl con la URSS y Hungría. Gorbachov exigió 12.000 millones de marcos por la retirada de sus tropas de la RDA (recibió un pago de 8.000 millones más otros 4.000 millones en créditos) y el gobierno húngaro aceptó un préstamo de 1.000 millones a cambio de la apertura de la frontera con Austria. Por otro, ni la oposición de la sociedad era total –cientos de miles de personas apoyaron la Revolución pacífica, pero la RDA contaba entonces con 16 millones de habitantes– ni quienes ansiaban libertad y reformas económicas comulgaban necesariamente con el orden capitalista.
Javier Moncayo
"llévame a la magia del momento
en una noche de gloria...
donde los niños del mañana sueñan
con el viento de cambio..."
LobosMagazine 2018