Quería que el trayecto hasta la casa, o mejor dicho hasta Carla, se extendiera en distancias y tiempos. Para buscar el aire y el coraje que le están faltando. “Si no digo nada, no pasó nada”.
EPILOGO CAP 8
A él aun le seguía dando vueltas en la cabeza eso de “que le habían pasado tan pocas cosas en la vida” Era real o sólo se engañaba cuando se decía a sí mismo que en el mundo de las mujeres se sentía en “un reino de relativa libertad”?, o sólo se quería demostrar a sí mismo algo que ni siquiera entendía? Venía de un miércoles “raro”… Se juzgaba a sí mismo con una “cosa nostalgiosa” de las que él creía que eran oportunidades que se le escapaban. Y no eran cosas concretas; sino del sentido de alguna oportunidad como tal; y de todas las que había perdido o que había dejado pasar, o que había evitado, o que nunca había tenido. Como una larga cadena de infinitos. Y se pregunta, mientras camina con las manos en los bolsillos de su abrigo y una fría lluvia empieza a caer sobre las calles, si estará condenado también a dejar pasar de largo al otro infinito, al más cercano, al que tiene al alcance de la mano?. Y se iba escapando de ese raro y odioso miércoles… - DEL EDITOR -
Cap 9
Carla, Carlos y jueves extremo
José Pepe Juliá
La reunión del Ministro de Economía con los destacados jóvenes periodistas económicos se extendió más allá de los cálculos de Carlos. Llegar después de las siete y media de la tarde implica un cambio sustancial en el ámbito febril de la Redacción.
Al salir del ascensor, le extrañó no escuchar los ruidos característicos. Los gritos del jefe pidiendo urgente los artículos; los insultos de Aníbal por no encontrar un sinónimo que cierre su nota deportiva; los alaridos de Ricardo con el celular incrustado en su mejilla tratando de convencer a alguien para realzar el sensacionalismo de su sección. Miró su reloj y justificaba ese silencio. A esa hora, en un día normal, hace rato que se despidieron hasta mañana. Todos alargaran su jornada laboral desde el lugar que elijan. “Porque el periodismo es un sacerdocio”, como les repite el jefe apoltronado en su sillón de mandamás.
Se sentó en su silla giratoria y pensó en irse rápido. Solamente el tiempo que le llevará serenar la adrenalina de haber sido protagonista de un encuentro tan importante para su carrera. Preparará con tiempo el artículo del martes próximo, un poco aquí, otro poco en su casa.
La puerta del baño (toilette, según ella), se abrió a sus espaldas y el “¡Ay! Me asustaste” en la voz sensual de Susana lo sobresaltó. “¿Vos también te retrasaste?” investigó pasando demasiado cerca. El perfume “susanezco”, lo volvió a desacomodar. Ella lo sabe. Se apoyó sobre el borde del escritorio y su minifalda azul se disminuyó un poco más (Carlos imagina si Carla lucirá así en su oficina). Dueña de la situación, se suelta la cola que sujeta el cabello, eleva el mentón y deja al descubierto su cuello. Con movimientos absolutamente controlados, sacude la cabeza para acomodar su morochez. Lo mira con intencionalidad y el giro de su mirada, de un lado hacia el otro, lo obliga a imitarla, abarcando todo el ámbito de la oficina. Sí. Comprueban que solo ellos dos pueblan el desierto. Susana desenvuelve toda su seducción y se sienta en el escritorio. Con delicadeza aleja con su pie, enfundado en un taco aguja, la silla giratoria. Carlos se deja transportar hasta una mínima distancia. Con la punta del zapato frena el movimiento. Las curvas de Susana invaden el lugar donde él apoya cotidianamente su notebook.
Hay que tener una sutileza apropiada para no caer en groserías y Susana la tiene. Hay que poseer una firmeza de espíritu para no caer en tentaciones y Carlos… duda.
Encanto y suspicacia desvanecen las distancias y Susana lo sabe. Hay que conocer el límite del inconsciente y Carlos… no lo encuentra.
Susana, ama y señora de la circunstancia, le toma la mano y la apoya en su rodilla, facilitándole la iniciativa. Carlos empieza a dejarse llevar por las sensaciones. Su mano, independizada de su cerebro empieza un recorrido que no pretende retorno y se desliza más allá de la minifalda. La piel, suave y tibia le recuerda a Carla. Retira sus dedos al contacto de lo que sería una delicada y minúscula tanga. Susana se deja caer hacia atrás y a Carlos se le desdibuja el rostro de Carla. Se arrima con su silla a la anatomía expuesta de Susana y confirma la estrechez de su ropa interior. Sigue acercándose hasta que su cara se enmaraña con la intimidad de ella por un buen tiempo. Ahora Susana desciende del escritorio hasta el nivel de la silla y con su voracidad se apodera aún más del cuerpo y de la voluntad de Carlos hasta que él, pasado un rato prudencial, vuelve a apoyarla en el escritorio con vehemencia animal (ella responde en la misma medida) y sus cuerpos se van amoldando... encastrando... devorándose uno al otro. Ya no hay tiempo para la culpa. Ni para ir juntando lo que van desparramando con sus movimientos apasionados de ímpetus amatorios. “Al fin fue mío, señooor” le dijo Susana, reacomodando la figura, sentada en su silla. Esta vez la palabra con más “o”, no le provocó nada.
Se sintió invadido. Sucio. Impregnado de fragancias ajenas a Carla.
“¿Cómo la miro? ¿Entenderá si le explico que fue casual?” se preguntaba regresando en el auto. No tenía ánimos de escuchar música. Le dolía su existencia. “¿Cómo reaccionaría yo si la situación fuera al revés? ¿Entendería sus explicaciones?”, se interrogaba sin darse tiempo a contestarse. Quería que el trayecto hasta la casa, o mejor dicho hasta Carla, se extendiera en distancias y tiempos. Para buscar el aire y el coraje que le están faltando. “Si no digo nada, no pasó nada”. En un semáforo un pibe le quiere vender la solución al problema: un ramo de jazmines. “Para tu chica que te debe estar esperando” le grita desde afuera. El verde lo apura y acelera. No es una buena idea llegar con flores. “Nunca le llevo jazmines, ni fresias, ni flores de Bach”. Carla con toda razón dudaría. El que no tiene que titubear es Carlos. Desde la excusa por llegar tarde, hasta el beso desaforado que le piensa robar antes que pregunte. “Mantenerme sereno y seguro”, se propuso.
El tránsito no lo ayudó con eso de demorarse. Pocos autos. Onda verde en la avenida. Estacionó justo a metros del edificio. “Todos indicios para enfrentar sin pérdida de tiempo la situación” se dijo. Al abrir la puerta para bajarse, el aire cálido le recordó el momento cúlmine conseguido sobre el escritorio.
Se le cayó el llavero al abrir la puerta del edificio. “Tranquilo Carlos”, se aconsejó. Tomó el ascensor y quiso convencerse que el perfume de Susana se había evaporado en el trayecto. Acarició la puerta del departamento. Giró la llave en cámara lenta y al abrir escuchó “Hola amor ¿Cómo fue tu día?”. Le pareció que su voz sonaba inocente. “Contame la reunión con el Ministro ¿Cómo te recibieron en la redacción?”.
Se paró en la puerta de la cocina y la abrazó. No se animó a besarla. “Eh ¿Qué pasa?”. La miró y la vio tan frágil que la volvió a abrazar. Fue Carla quien lo besó. “Bueno, después me das los detalles de tu día” le dijo y se dispuso a terminar de poner sobre la mesa del comedor las copas que tenía en sus manos. Carlos cerró los ojos y al volver a abrirlos se topó con el block de hojas imantado en la puerta de la heladera. Se atragantó con el “SEÑOOOR” que había escrito Carla, con tres “o”. De un salto arrancó el block. Tenía que explicarle de una buena vez que se hacía cargo de lo que hizo. Que se dejó llevar. Que lo llevaron. Que no va a volver a ocurrir. Que lo perdonara. Se dio vuelta para enfrentar la situación y quedó petrificado cuando vio a Carla con los brazos cruzados apoyada en el marco de la puerta. Volvió a cerrar los ojos para no ver la reacción de Carla cuando con la garganta cerrada por la culpa le decía “¡Te lo puedo explicar! ¡Te lo puedo explicar!
Las manos pequeñas de Carla lo zamarrearon con la fuerza de la erupción del despecho. “¿Qué tenés que explicar Carlos?”. La voz suave de la pregunta no coincidía con la potencia que tienen los reproches. Y lo que lo confundió por completo fue escuchar: “Mi amor despertate. Estás soñando”. Entreabrió los ojos y a la luz del velador pudo distinguir a Carla con el codo apoyado en la almohada sosteniendo la redondez de su cara enmarcada por su cabello corto y despeinado. Ella le acarició el mentón y antes de darse vuelta para seguir durmiendo le murmuró: “Carlos, lo nuestro no tiene explicación”. ¿Desde cuándo lo estaba escuchando?. No se lo iba a preguntar.
Se sentó en la cama, apoyándose en el respaldo. Miró el celular. “3.24 am” le contestó la pantalla. Tenía tiempo para seguir soñando. Pero esta vez trataría de hacerlo con el “MUTE” activado...
José Pepe Juliá
Los Cuentos de Pepe 2018
“hay un sedal, que enreda nuestros cuartos
…capta una señal
Y tira del anzuelo sin piedad
… me lleva lejos la inercia más feroz
Si no soy el de ayer
Y ya no queda fuel para volver
Seremos naves en plena colisión
Caeremos lento
Que inercia tan feroz…
Hay un umbral, hay un punto sin retorno
Sea o no el final, quítame el disfraz
Y salva de la ruina nuestro hogar
Me lleva lejos la inercia más feroz…”
LobosMagazine 2018
EDITOR: JOSÉ LUIS SAN ROMÁN