Ella... entrecerrando los ojos le dice "déjeme aclararle que soy sólo la mensajera y no la autora de los acontecimientos, que aún no se han dado a conocer..."
No lo debería saber
José Pepe Juliá
—Ahora me dicen bruja, pero supe ser un hada buena en mis años adolescentes— le comentó y soltó una carcajada que dejó al descubierto que en su boca, la mayoría de las piezas dentales seguían ocupando el espacio correspondiente. Le sobraban para parecerse verdaderamente a una de esas brujas que son coprotagonistas de cuentos infantiles. Le faltaban la verruga en la nariz y los pelos descuidados. Nada de hechicera tenía. Sus inmensos ojos, penetrantemente verdes, brillaban en la penumbra de la sala. Sus pómulos tersos y sus labios armoniosos redondeaban una rara belleza exótica enmarcada en una ensortijada cabellera morocha.
En cuanto dejó de reír, el silencio pesado y lúgubre lo ubicó nuevamente en el lugar.
En ese momento Luis se preguntó que estaba haciendo allí. En medio de la penumbra que jugaba a las escondidas al compás de las llamas amarillentas de tres velas estratégicamente ubicadas. El ambiente aromatizado a incienso y palosanto, simulaba ser tenebroso, pero para nada desamigable. Espacio al cual ya había accedido en un par de oportunidades anteriores.
—Usted no lo debería saber sino hasta en el mismo momento en que tenga que ocurrir. Y se lo digo en contra de mis intereses— le murmuró la adivina, apoyando las manos en el mantel azul de la pequeña mesa redonda donde estaban sentados uno frente al otro.
—Si no lo quisiera saber, nunca habría tocado el timbre —canturreó Luis señalando la puerta de entrada.
—Debo aclararle que yo soy solamente la mensajera y no la autora de los acontecimientos que aún no se han dado a conocer—dijo ella mientras hacía tamborilear sus largas uñas esmaltadas de negro en el candelabro de bronce.
—Vamos a lo nuestro—apuró él, mientras le sostenía la mirada intimidatoria y cautivante a la vez.
Cuando ella entrecerró los ojos, sintió una sensación de triunfo. Como cuando dos, a punto de enamorarse, se desafían visualmente y uno de ellos desvía, sonrojado, la mirada. O cuando el otro parpadea primero en el desafío de saber quien lo hace último.
Cuando se vanagloriaba de su victoria, la voz sensual de la pitonisa lo depositó nuevamente en la realidad, tan dura como la silla de roble en la que estaba sentado.
—¡¡Ya capto las vibras!!—sentenció.
Luis estirando el cuello se acercó al centro de la mesa, soportando el calor de la vela. Ella apenas murmurando lo obligaba a achicar distancias para poder escucharla.
La bruja abusando de su excentricidad, con una terminología propia de un ámbito de magia oscura, en voz apenas audible, le va presagiando los hechos por venir. Que a juzgar por los gestos de satisfacción pero contenidos de Luis, aseguran buenos vientos.
Cinco minutos después, el monólogo “brujeril” llegó a su fin. Se dieron la mano.
—Usted ya sabe el procedimiento—indicó por último la bruja y extendiendo el brazo agitó sus dedos indicándole que depositara en la copa ubicada sobre el bargueño el monto de sus servicios. Esta vez Luis consideró acertado dejar más de lo estipulado.
Salió a la calle y el viento frío del final del otoño lo obligó a ajustar las vueltas a su cuello de la gastada e inconfundible bufanda a rayas bien marcadas en celeste y blanco.
José Pepe Juliá
Los Cuentos de Pepe 2018
"... que no se rasgue como seda
el clima de tu corazón..."
LobosMagazine
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