Estaba tirado sobre la orilla, sin moverme, con la cara sobre las piedras de la playa, ...y pensando,...Que mi vida desde ahora será distinta.
EL FONCK
Un relato de Mamón Contrera
Mario encontró entre los papeles de su padre, una hoja amarillenta bastante deteriorada, sobresalía, entre tantas hojas prolijas y ordenadas. En ella, había un mapa de cómo llegar al Lago Fonck. Recordó una historia contada por su padre, cuando él era niño, de la cantidad de truchas que habían pescado junto a un baqueano de la zona. El problema era lo difícil de llegar, ya que no existían caminos habilitados, y aparentemente el mapa fue realizado por ellos en base a su búsqueda; como el Perito Moreno.
En el verano me habían prestado un departamento en Bariloche y decidimos con Marcelo, mi hermano, irnos unos días de vacaciones. Cuando Mario se enteró, me llamó y me pidió de encontrarnos, ya que él, tenía una casa sobre el lago Nahuel Huapi y hacía tiempo que tenía que ir. Debía arreglar cuentas e impuestos con su casero y de paso me comentó lo del mapa.
Mario era el novio de la prima de mi novia. Los encuentros eran bastantes seguidos. Y como los dos estudiábamos la misma carrera, teníamos bastante afinidad. Buena persona, servicial, buen deportista. Y así fue. Nosotros habíamos llegado tres días antes que Mario. Recorrimos la zona. Fuimos al casino y nos fue “rebien”. Subimos al cerro Otto por su camino habitual y decidimos bajar por atrás del cerro; bueno, esa es otra historia. Era verano, y el paisaje es tremendo, celestes, azules, flores multicolores, montañas impactantes. Ya hacía tiempo que iba a Bariloche tanto en invierno como en verano. Pero no me alcanzaría toda una vida, para descubrir todos sus lugares.
Nos encontramos con Mario a cenar y coordinar la excursión y adivinen ¿a dónde? ¡Sí!!, al Lago Fonck, a pescar truchas-
Mario había viajado solo, en una Ford Ranchera, desde Bernal. Estaba cansadísimo, pero la idea de ir al Fonck lo tenía al palo.
Mario, querido, le digo…. No soy amante de la pesca y Marcelo para colmo ni sabe nadar, te bancamos en esta aventura, porque es un desafío, que se sabe cómo comienza, pero no como termina. Te haremos de Sancho Panza y de Rocinante, e iremos a combatir los molinos de viento.
Salimos de Bariloche con rumbo a la Villa Mascardi, para tomar la ruta que lleva a la cuenca del Manso.
Aproximadamente son 9 Km desde la ruta hasta los rápidos, lugar donde el camino es de ripio y de mucha precaución, ya que se bifurca en dos, uno que va hacia el Manso Superior, y el otro hacia el Lago Hess, al Julio A. Roca y al Fonck. En este punto a la derecha del camino se va al lago Los Moscos. Después de recorrer entre 13 a 14 Km llegamos al puente sobre el Rio Manso. Desde el puente habrá que recorrer unos 500 metros para encontrarnos a la derecha, una huella que va hacia el Fonck. A 5 Km aproximadamente se complicó bastante la huella, más digo, era el fin del mundo. Había caído un meteorito y después pasó por el mismo lugar, un elefante abuelo con otro a caballito, más barro, más troncos caídos. Pero el habilidoso piloto, se introdujo en la maleza y… a fruncir. A los doscientos metros retomamos la huella original y entre pozo y pozo, vimos entre los árboles, una franja azul. Sí señor, ahí estaba el deseado Fonck. La alegría de Mario era inmensa, por el mapa, por el camino, por la inmensidad del paisaje, por la aventura.
Estacionamos en la orilla del mismo y a pocos metros había una cabaña, que era del guarda parque. Nadie salió a recibirnos. Nos quedamos los tres, uno al lado del otro, contemplando las aguas tranquilas del lago y la belleza del entorno. En silencio me fumé un cigarro como premio. Ahhh!... que placer el Parissien fumado en ese contexto. Mario me observó y sacó sus Particulares 30, imitándome y haciendo una mueca de agrado. La soledad del lugar me estremece. Eran la tres de la tarde, bajamos con sumo cuidado y delicadeza, las dos damajuanas de vino tinto y después todo el quilombo de bolsos, carpa y demás. Desenganchamos el bote y los remos, ya que no llevamos motor. De repente un estruendo panorámico me hizo tiritar las rodillas, Marcelo se agachó pensando que era una bomba. Y Mario se reía de nuestra reacción, me señala la montaña que estaba delante nuestro y al fondo del Fonck, era el famoso Cerro Tronador, y bien puesto que estaba su nombre. Durante toda la estadía, habrá bramado unas diez veces. No había forma de acostumbrarme a su tremenda explosión.
“Mario, este lago es pequeño”, le comento. Está rodeado de montañas a pique, es decir no tiene playa, como si fuera la boca de un volcán, pero a nuestro frente había como una barrera de arbustos. Y él me comenta,… el lago está formado por dos lagos, uno el llamado Fonck CHICO y que está separado por esta mata de arbustos acuáticos, y el Fonck GRANDE está detrás. Desde nuestra orilla solo se veía esta barrera verde y sobre la misma y al fondo, el Tronador.
Decidimos embarcarnos e ir hasta los arbustos. En línea recta habría unos setecientos metros.
Fuimos más que nada a chusmear un rato, remar tranqui, e ir pescando con cucharita. La idea era hacernos amigos del entorno, sintiendo sus códigos, ruidos, olores y embriagarnos de tanta soledad.
Marcelo nos dice “creo que esta es la segunda vez que voy a pescar”, y haciéndome el canchero le digo “yo en cambio fui cinco y con esta, seis”. Mario nos va pasando data de las reglas básicas de pesca: “Vamos a ir remando lento, sin ruidos, con las cañas puestas en sentidos diferentes, y dejar que el anzuelo junto con la cucharita, valla haciendo su trabajo”. La cucharita es un señuelo de metal plateado con forma de pescadilla, que va girando permanentemente. “Si alguno de los tres” -continúa Mario-, tiene pique, automáticamente los otros deben levantar su señuelo, ya que la trucha comienza a pelear y en esa pelea se pueden enredar las líneas. Habrá pasado media hora de remar hacia los arbustos, que Marcelo sorprendido grita ¡TENGO UN PIQUE¡ Mario grita ¡LEVANTEMOS¡ mientras va dando instrucciones, le observo una envidiable alegría. Era el punto culminante. El hecho que cerraba ese deseo de estar en el lugar que su padre había descripto en ese papel y que él podría no haber visto nunca.
La tanza tirante brillaba con el reflejo del sol, en forma perpendicular a la postura del bote. El pez se alejaba a gran velocidad. De pronto giró hacia la derecha. Ya la vara de la caña mostraba sus virtudes. Imprevistamente saltó del agua vigorosamente arqueándose en el aire para caer nuevamente. Mario gritaba: anda recogiendo!! anda recogiendo!! Luego: anda soltando un poco! Marcelo, excitadísimo, seguía las instrucciones; yo expectante; Mario entusiasmado. Y así la trucha peleaba por su libertad y nosotros por el recuerdo.
¡Mamita! Qué bonita y grande era esa trucha. No podíamos creerlo, y menos mi hermano, parecía Burruchaga haciendo el gol contra los alemanes. Es una “marrón” - dice Mario-.
Al estar ya sobre la mata acuática de ramas con follaje, observamos que había una abertura que aparentemente era el lugar por donde se conectaban los dos Fonck. Encaramos el camino de agua de aproximadamente 40 metros, y si,..¡Ahí estaba el verdadero Fonck! ¡IMPACTANTE!. En forma de boomerang, Mario, nos comenta: “Por lo que me dijo el casero, el Fonck Grande, solamente tiene una playita en el lado extremo, y que todos los días sopla tipo cuatro de la tarde, viento del valle”. Es decir que podríamos ir hasta el final del lago, bajar, pescar desde la orilla, comer algo, y cuando empiece a soplar el viento del valle, nos volvemos. Tardaríamos menos ya que remaríamos con viento a favor. A mí me da lo mismo, así que ese era el plan. Esa noche comimos las truchas que sacamos. Atravesamos las mismas con caña de colihue. Las clavamos en el suelo rodeando la fogata. Cuando la trucha empieza a caer deslizándose por la vara de la caña, es que ya se cocinó también por dentro. Desclavamos del suelo y las tiramos arriba del capot de la rural. Y a comer con la mano. Pero que manjar, esa carne rosada saborizada con el humo de la leña. Luego de tomar media damajuana, nos fuimos a dormir.
El día era espléndido, lozano, perfumado. Café, pan, queso y obvio un cigarro. Cargamos el bote y partimos.
Luego de cruzar el Fonck Chico, encaramos el Grande en dirección lineal. La otra alternativa era ir rodeando la montaña. Derecho llegaríamos más rápido a la playita. La cantidad de truchas que fuimos sacando –según Mario- “era un bolazo”. La verdad fue una de sacar y sacar, tan entretenidos, que se nos hizo rápido el trayecto.
Poco antes de llegar a “la playita” intento frenar el bote dejando fijo el remo. Los remos son cortos, como los que se usan en los kayaks. Me quedé sin respiración, quería revertir ese momento pero ya era tarde ¿qué pasó? El remo se quebró. Por suerte, no se lo llevó el agua. Se podía seguir usando la paleta pero te costaba el doble de esfuerzo.
Sacamos el bote del agua, le dimos unos tragos a la bota. El oleaje era suave. El paisaje inmensamente abrumador. Mario –le pregunto- “¿cómo era el tema del viento?” -Me explica- cuando llegamos, desde la cabaña mirando el lago y El Tronador, tenemos el oeste, en sentido a la cordillera. Ahora estamos al revés, sentido al este, es decir mirando al valle. Todos los días, todas las tardes, se levanta viento de la montaña al valle. Son las tres de la tarde, yo creo que tipo cuatro, tendríamos que pegar la vuelta, con viento a favor vamos a llegar al toque. Solamente dos veces al año, sopla al revés. Siento que el piso tiembla, y como en las tormentas, seguido vino el más fuerte de los estruendos jamás escuchados. Otra vez el hijo de puta del Tronador. Claro ahora estábamos más cerca.
Tiraba la cuchara lo más lejos posible, al agua, y recogía. La verdad desde el punto de vista de la pesca, fue un chasco. No picaba nada. Empecé a observar el oleaje suave del agua, que cada vez se hacía más intenso. Mario – le digo – “che ¿cuándo empieza a cambiar el sentido del viento?”; me contesta: “No rompas, en un ratito vas a ver que el viento te sopla por la nuca”. A los quince minutos, el oleaje ya era fuerte y me preocupé por que el viento era de frente. “Mario, rajemos cuanto antes”. Hoy será uno de los dos días de mierda o vos sos un bolacero, para colmo tenemos un remo roto. Cargamos a los pedos las cañas y los bultos y encaramos la vuelta nuevamente por el medio del lago. En línea recta abría que recorrer unos 4 kilómetros. Cuando íbamos por el kilómetro y medio, se puso bravo. El oleaje era fuerte, distinto al del mar. Eran olas cortitas, lo que las hacen más peligrosas. Marcelo parecía un fantasma. Estaba pálido por el movimiento del bote y por el “cagaso”. Mario se hacia el boludo, quizás se estaba haciendo responsable de la situación. ¿Y yo? La verdad me estaba descubriendo. No podía en ese momento tomar dimensión del peligro. Solamente me concentraba en que la función del remo roto cumpliera lo mejor su función. Llegó un momento en que ya no podíamos avanzar. Marcelo, aterrado estaba hecho un ovillo. Se encapotó el cielo, y ya el viento era importante. Hacía frío. Por suerte no llovía. Mario que se esforzaba con el remo sano, solo se recriminaba. Medí el estado anímico de los chicos y el entorno, entonces me dije estamos al horno. En este escenario perdemos mal. Nos vamos a cagar ahogando. Estamos remando en contra del viento y nos falta una distancia considerable. No hay costa, solo roca y algunos arbustos posándose sobre el agua. Decidí reaccionar y tratar de cortar con el pánico latente antes que sea tarde. Observé que entre los bultos había sogas gruesas. Mario -le digo en un tono calmo- ¿por qué no nos fumamos unos cigarros tranquilos? En vez de seguir, encaremos para el costado, para el lado de las rocas. Allí donde sobresalen esas ramas gruesas que caen sobre las aguas, con las sogas nos atamos a la cintura y esperamos tranquilos que pase el temporal.
Mario me miro con cara de cordero degollado. Marcelo ni me miró, ni me contestó.
Y así fue. Giramos hacia la derecha, encaramos la montaña que rodea al lago, y hacia donde más arbustos había.
Estaríamos aproximadamente a cien metros. Nos fuimos acercando muy lentamente, ya que corríamos peligro de estrellarnos contra las piedras. Mario manoteo la punta de la rama del lado en que se encontraba y yo de la otra punta hice lo mismo. Primero atamos las puntas del bote en cada una de esas ramas. Luego cada uno eligió una rama y nos atamos a ellas por la cintura. Creo que los chicos vieron en ese momento que todavía teníamos una alternativa. Dije ¿y? ¿Vamos a fumar unos cigarros tranquilos o no? A Mario se le rajó la cara con la pequeña sonrisa que me regaló. Marcelo, nos estaría reputeando en silencio. Varios cigarrillos fueron los que calmaron los nervios. El hecho en sí, ocasionó que hablemos de otra cosa, de amainar el miedo, que dame fuego, que no prenderán porque están húmedos, que los tengo todos doblados. -Pensé- cigarro, viejo compañero de andanzas; cigarro, vos eras el premio a una buena labor sexual, a ser la muleta en los momentos difíciles, en la pérdida de un ser querido, en los exámenes, en los levantes de mina, en las borracheras, o aquel encuentro casual, después de años sin vernos con el Rodo, un íntimo amigo, donde me dice después del abrazo, -te invito a un café y a fumar-
Al amainar un poco el viento, decidimos continuar con el regreso, pero no por el medio del lago sino seguir por el borde. Si fuese necesario nos ataríamos nuevamente. El recorrido seria el doble, pero ahora teníamos un aliado. La vuelta nos puso a prueba no solo en lo anímico, sino en lo físico. Los tres éramos buenos deportistas, jóvenes y de buen temple. A medida que avanzábamos le poníamos mayor entusiasmo y nos alentábamos mutuamente. Sin estas cualidades cualquiera se hubiese ahogado. Pero no. Ahí estábamos extremadamente exhaustos. Al llegar al FONCK CHICO, sentimos que el peligro ya había desaparecido. Logré divisar la orilla, la camioneta, la cabaña y me vi a mi mismo esperándome (como Diego de Zama). Cincuenta metros antes de llegar, me tiré al agua y nadé a toda velocidad hacia la orilla. Fue un auto reflejo, una reacción inesperada, pero así fue.
Quede tirado sobre la orilla sin moverme, con la cara sobre el ripio y pensando en que mi vida desde ahora será distinta. Que me encontré con lo que seré el resto de mi vida. Que no me importará tener éxito. Si conocer. Si buscar. Si ayudar. Que la prioridad ahora y siempre, seré yo. Trataré siempre de estar bien, anímica y físicamente. Porque uno ayuda solamente cuando está bien. Siempre confiaré en mis decisiones, en mantenerlas. En entender las desgracias, las pérdidas. En relativizar los problemas. No perder nunca la calma.
¡HIJO DE PUTA! gritaba Mario - ¡vamos a fumar un cigarro! decía este hijo de puta en medio del pánico. Sí, es un hijo de remil putas. Los tres largamos una carcajada y nos abrazábamos como si hubiésemos salido campeones.
Con los años esta anécdota aburrió bastante a nuestros amigos, ya que en todas las reuniones, no podíamos aguantar de contarla repetidamente. No era el mismo entusiasmo el de los escuchas que el nuestro. Y así la historia se fue diluyendo, olvidando. Al no vernos seguido, definitivamente la llama se apagó... Pero seguro que la experiencia del miedo y el buen trato entre los tres, influyó en nuestras vidas.
*Herman Melville, escritor, novelista y ensayista estadounidense. Principalmente conocido por su novela Moby Dick.
En un pasaje de Moby Dick, donde Starbuck, el primer oficial del Pequod, interpela a la tripulación:
“No toleraré en mi buque -dijo- a ningún hombre que no tenga miedo de una ballena.”
Insinuaba, que el coraje más confiable y útil es el que surge de una justa estimación del peligro.
La persona valiente no es la persona que nunca tiene miedo. Quien no tiene temor es una persona precipitada o inconsciente, alguien que puede causar más daños que beneficios en una emergencia
*del Editor
La imagen que ilustra este relato es la Torre de Breogán. En las costas gallegas. Las antiguas tierras de la Gallaecia. Es el faro más antiguo del mundo. Funciona hasta el día de hoy Desde donde se observaba todo el plano mundo de entonces. Desde esta torre el hijo de Breogán, Ith, divisó las costas irlandesas y procuró su conquista... Los Celtas tenían el concepto, tal como es en la naturaleza, del eterno recomenzar de los ciclos; construían tomando como base la forma circular. Los Celtas concebían la vida y la muerte como un contínuo; un círculo… una espiral… Los Celtas decían: “El profeta debe girar acompasada y armónicamente la mirada en todas las direcciones de la espiral para encontrar y encontrarse en el intento”.
LobosMag 2017