Cuando se encuentre con un conciudadano lleno de rabia, odio infundado y de infantiles ganas de salvar el mundo por la vía rápida, no le siga el juego. Piense que no es un enemigo, sino simplemente un pobre desgraciado sin educación.
El problema de la mala educación
Desde hace tiempo ya, asistimos atónitos -pero calladitos la mayoría- al sádico asesinato de la responsabilidad individual a manos de la casta política. Cuál es el arma?: El arma es el miedo congénito a lo desconocido.
Podemos decir que la gente mayormente, percibe la realidad de dos maneras, una es de manera personal, esto es a través de sus propias experiencias, su círculo familiar y de amigos. Y la otra percepción es a través de los medios de comunicación, la educación en las escuelas, institutos, universidades, etc., las películas, las series de tv, la literatura, la música…
Y nos vamos a ir aventurando en el tema al que refiere el título. Y la verdad es que tenía pensado escribir sobre otra cosa. Y es que en la mañana surgen o salen a luz ideas u ocurrencias, y a veces se buscan, o se nos ocurren algunas disquisiciones que tal vez alguien pudiese considerar como “no demasiado serias”; y por otro lado, hay sucesos muy relevantes de la vida real que parecen surgidos de alguna parodia surrealista. Y todo esto justo un martes de Carnaval, paradigma y emblema de la parodia, y como nada es casual…. No hay más que abrir cualquier periódico, programas de TV, y/o productos similares de nebulosa información diaria y pasearse por toda las secciones de noticias. Y problemas y culpas, culpas y problemas y “yonofui” por toneladas, y “estos tipos de acá” y “esos tipos de allá” y “la culpa es de aquellos” y “la culpa es de otros”…
Y cuanto más uno se lo plantea, más se convence y queda a la luz que el principal problema que tiene la democracia en Argentina es la falta de educación de los ciudadanos, todos. Y no es hacer referencia a cuestiones de formación, de conocimientos o el adoctrinamiento (que también es real), ni entrar en polémica sobre la calidad de las universidades, institutos, ni el sistema educativo en general. Y es que por Educación la referencia es a las buenas maneras, a la cortesía, la urbanidad.
Y es que existe tal falta de educación en ese sentido, en ese concepto concreto en sí mismo, que se ha convertido en algo tabú; y es que los buenos modales, las buenas maneras, la urbanidad, la cortesía, el buen trato, han pasado a ser sinónimo de lo antiguo, de oscurantismo, de represión. Todo como si actuar de forma tal que se cause el mínimo trastorno sin necesidad a los demás fuese algo malo, porque sí.
Y a esto habría que agregar el gusto por el exceso que tenemos los argentinos en general; en cualquier asunto que sea, esa tendencia a pasarse tres casilleros o a quedarnos cortos, sin que el concepto antiguo de los griegos “de nada demasiado” haya calado por estas tierras. La virtud de Apolo, la prudencia, la sofhrosy opuesta a la hybris, esa soberbia desmesurada que es trampa y privilegio del noble de antaño y del héroe trágico. Y es recomendable saber contrarrestar los embates contrapuestos de la fortuna con un ánimo ecuánime, esto es ni abatido en los reveses ni demasiado altivo en los triunfos…¿le resulta familiar, conocido?
El famoso escritor de fantasías y ciencia ficción, el británico Terry Pratcher, hace una ambientación de una de sus geniales parodias, en un lugar, un reino muy similar a la China Imperial; en ella un grupo de revolucionarios, pintan en las paredes sus expresiones disconformes del tipo de “moderadas molestias al tirano opresor”, si, es que es muy difícil eliminar así como así miles de años de educación y buenas maneras. Pero… en Argentina, paradójico país de por sí, tenemos que las situación es la opuesta. Así sin vueltas.
Y tenemos que a la mala educación se le acopla la situación confusa de no comprender (o no querer) lo que significa contenido y significado de los derechos. Los derechos deberán ejercitarse de acuerdo a las exigencias de la buena fe; que en la mayoría de las ocasiones significa plantearnos un problema de graduación de nuestras acciones. Pero para nosotros, aquí, parece ser que esa ponderación se decide por el tradicional método de la “ley del embudo” (Lo estrecho para otros, lo ancho para uno)
Y va un ejemplo común: el clásico familiar, vecino, conocido y por qué no un amigo, que sin ser consultados, te descargan una supuesta opinión acerca de que estas criando mal a tus hijos, que tu casa está medio fea, que tu coche es viejo u ostentoso, o el modo en que debes hacer tu trabajo; y cuando le haces ver, cortesmente acerca de la escasa estima que merece su opinión y acerca de lo poco apropiado de meterse en la vida de los demás, entonces muy ofendido seguramente reaccionará con un “estamos en un país libre” y que sólo ejerce su derecho a opinar, su derecho a la libre expresión. Y uno pacientemente, lo dejará ahí, porque nunca comprenderá que la libertad de expresarse, de expresión, es un derecho que tiene frente al Estado, no frente a uno. Y le podrás decir que si le gusta podría escribir un libro sobre el tema, o crear un blog o enviar cartas a los directores de todos los diarios y periódicos, sin que el Estado o el gobierno de turno pueda censurarlo, pero… que no puede obligarte a aguantar sus tonteras. Le podrás decir que una opinión no solicitada acerca de un asunto personal, el meterse en la vida de los demás está feo, muy feo. Y sabes qué?, que no lo entenderá, porque padece de una lamentable falta de educación.
Todo esto es visible en el ejercicio de otros muchos derechos. En las manifestaciones o protestas callejeras, en otros países con una tradición democrática más asentada, esos en los que no se encuentran heces de mascotas en las veredas y calles, es que la gente tiende a manifestarse por las aceras. Y menos que el número no lo permita, se procura no cortar el tráfico, porque lo que se pretende es hacer visible la opinión de un grupo de ciudadanos, y para ello ya están los carteles y las consignas. No es necesario molestar más a los conciudadanos cortando el tráfico. Los vecinos no son el enemigo, como aquí en nuestro país, donde es corriente llegar a ver a un grupo de no más de 10 personas cortando una calle o avenida. Es como si los ciudadanos argentinos sólo sintieran que los escuchan si fastidian a alguien, aunque no sea el destinatario de sus protestas. Y eso es porque tristemente, a una buena parte de nuestros conciudadanos le importan un pepino los demás.
Tal vez podría parecerle a usted que tampoco es tan importante, pero realmente lo es. Y es que una vez borradas las líneas internas que a cada uno le marcan dónde se empieza a hacer más daño del imprescindible, la escalada es inevitable y muy peligrosa, ¿o no lo vemos a diario?, y si a ello le sumamos la polarización en la que nos hundimos, en la que no hay personas con ideas distintas, sino que hay enemigos que se mueven por pura maldad, y que por lo tanto sólo se merecen lo peor. En esto estamos, triste y lamentablemente, y la cosa tiene visos de ir a peor. Y no es un tema de que la culpa es de “los imperios” o los “neo algo…”; no, es simple y pura mala educación.
Y lo triste, lamentable es que estamos acostumbrados a que personas más o menos públicas tengan que suspender actos, o no se les deje hablar, porque un grupo de manifestantes decide que no; que no es suficiente con el mero hecho de expresar sus opiniones o quejas. Y no sólo se trata de un abuso del derecho, sino que estamos ante algo más peligroso, y es el intento de expulsar al objeto de las quejas de la vida civil. De cercenar su propio derecho a la libertad de expresión y sabotear el funcionamiento de las instituciones. Porque al fin de cuentas no es una persona que piensa distinto, sino que es malo, perverso, y como tal debe ser tratado. Y de la pancarta, megáfonos y percusiones varias, consignas medianamente duras o duras, por la crítica a un cargo o gestión, se pasan directo al insulto personal, a la amenaza, agresiones y agresiones. Y existe un derecho de manifestación, pero no existe un derecho a la agresión, ya sea ésta física, verbal o moral. Y no existe el derecho a expulsar a nadie de la vida pública porque nos caigan mal sus ideas o no nos guste su cara. ¿Y cómo sabemos cuándo pasamos de una cosa a la otra? Con un mínimo de educación no habría problema. Pero lamentablemente no la hay. No la hay. Los propios manifestantes piensan que no están ejerciendo ningún tipo de violencia ni de intimidación alguna.
Sin más vueltas, la mayoría de esos manifestantes sufre de un grave episodio de falta de educación, sin más. Es cierto que sus organizadores tienen otros fines en mente. Y también lo es que además, a todo ello ayuda que los asistentes han decidido asumir una explicación de los problemas carente de razonamiento, simplona, de modo que no sea necesario ningún esfuerzo para creer entenderla, junto con una infantil polarización de la vida entre buenos y malos, donde uno siempre es el bueno y los demás los malos, que además son los responsables de todos los problemas. Y es posible que haya quien diga que además, los referentes morales de estas personas han permanecido inalterados desde tiempos inmemoriales, anteriores al derecho romano se diría, como si se tratase de auténticos fósiles vivientes. No hace falta explicaciones ni menciones, usted sabrá ponerle nombres. O no hemos sido testigos por estos días, ya sea en TV, diarios y demás medios, expresiones ante las cámaras y periodistas?:
a– “¿Por qué mis hijos, que son inocentes y no son responsables de nada, deben aguantar agresiones y manifestaciones en las redes sociales?”
b- “¿Por qué mis hijos, que son inocentes y no son responsables de nada, deben aguantar agresiones de manifestantes?”
Respuesta:– “Porque los hijos de otros han sido expulsados de sus casas” o “Porque los hijos de otros han perdido su trabajo”
Y no hay que darle más vueltas. El autor de semejante rebuzno, así como todos los que lo festejan, repiten y lo comparten, no es que sean partidarios de la justicia genesíaca, bíblica o en general tardo-neolítica, según la cual los pecados de los padres son heredados por los hijos; tampoco es probable que aprendieran moral en libros de leyes arcaicos del Imperio Chino, donde el castigo de los delitos graves debía alcanzar a todos los miembros de la familia del criminal, hasta el séptimo grado. Son sólo personas normales con sus esquemas morales corroídos por una incesante y machacona letanía que les habla de buenos, les habla de los malos, les habla de soluciones sencillas y agravios pasados. Les habla, les hablan y hablan. Y todo esto por supuesto, sin la más mínima educación. Y esa es la clave. De otro modo, quien se ofende porque lo comparan con otras cosas o se le critica, se daría cuenta que del mismo modo, otros pueden ofenderse cuando les insultan. Y, que amedrentar con su presencia violenta, vociferante, contra cualquiera, es un acto rastrero y propio de miserables. Y es inútil, porque de nuevo entra en juego la ley del embudo, según la cual, lo que ellos hacen, sea lo que sea, está bien porque son los buenos y el fin es noble. Y por el contrario, cualquier cosa que hagan los demás y los perjudique (la mera crítica, por ejemplo), es un acto indignante de represión y entra dentro de esa gran conspiración oculta, perpetrada por gente malvada, empeñada desde tiempos remotos en vaya usted a saber qué fechorías.
Y así, en esta eterna parodia de Carnaval, mientras siguen llegando y llegando informes e ideas de la malévola sinarquía, que lucha contra la mala educación y la ignorancia, sin distinción y tal vez me devele algún detalle más del Plan Maestro, a fin de ponerlo en marcha para conseguir nuestros oscuros designios, me permito y permítanme que les haga una sugerencia: la próxima vez que se encuentre con un conciudadano lleno de rabia, odio infundado y de infantiles ganas de salvar el mundo por la vía rápida, no le siga el juego. Piense que no es un enemigo, sino simplemente un pobre desgraciado sin educación.
Y a quién beneficia toda esta parodia? Pues beneficia a quienes no quieren permitir que veas el bosque de tanto árbol como plantan; árboles ficticios, espejismos del politiqueo barato que necesita la ignorancia y la no educación. Con lo simple que es sentarse los de un lado y de otro y discutir serenamente y reestructurar lo que sea necesario. No una Nación porque las naciones no se reestructuran, ya que son fruto de la historia y de la voluntad de sus nacionales. Esto es válido para todas las Naciones, para la Argentina también, si los argentinos así lo decidiesen… con educación.
"Acciones y facciones
Que no me convencen
Y el reflejo en el espejo está loco de atar
Todo este abanico de pantomimas
Todas las risas todas las rimas
No conseguirán engañarnos a todos
Aunque a veces parecemos tontos
No conseguirán engañarnos a todos
A todos no…"
LobosMagazine LM™ 2020
EDITOR: JOSÉ LUIS SAN ROMÁN
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