El derecho universal para intentar ingresar a la universidad, no implica ni el ingreso ni la permanencia asegurada. Debería ganarse ese derecho a través del mérito.
La Universidades públicas no son ni libres ni gratuitas
Por Rogelio López Guillemain
Las universidades nacionales de nuestro país son un monumento al despropósito y a la hipocresía, se mire por donde se mire.
La universidad gratuita es carísima. Las 56 universidades públicas de Argentina recibirán este año $95.000.000.000 (si cuesta leerlo, son 95 mil millones de pesos) para ¿educar? a 1.600.000 alumnos.
Eso quiere decir que cada alumno nos cuesta a los que pagamos impuestos $59.000 pesos por año, cifra muy similar a la que pagan los estudiantes de la Universidad Católica, por dar un ejemplo.
Sin dudas esto parece mucho más económico que estudiar en Cambridge, donde los extranjeros pagan $220.000 anuales, pero ¿es tan así?. Yo creo que no. Si vamos a comprar un automóvil, ¿qué nos importa? ¿el precio de las partes, de las etapas de fabricación y de los descartes? ¿o el importe del vehículo en la concesionaria?. Pues a mi parecer, debemos analizar el precio que nos cuesta el producto final, o sea el egresado. Y visto que sólo el 29% de los que ingresan en las universidades púbicas egresan, los $59.000 que nos cuestan todos los estudiantes se transforman en $209.000 por cada graduado.
Y a esto no se le ha sumado el del capital invertido en inmuebles ni su amortización.
Dicho de otra manera, de cada $10 que nos sacan en impuestos para las universidades “gratuitas”, $7 se pierden en estudiantes que no se reciben nunca.
En el monto total son $70.000 millones de pesos por año tirados a la basura. Es cierto, no estamos haciendo el mismo cálculo de eficiencia en la graduación universitaria (cantidad de egresados universitarios en un año determinado con la cantidad de estudiantes ingresados a dicho sistema educativo seis años antes) con Cambridge (que es de hasta el 90%), como si se hizo el cálculo con el mísero 29% de nuestras casas de estudios; no se hizo por el simple hecho, de que el costo de la universidad en Inglaterra (o una privada de Argentina) lo asume cada estudiante con su billetera, por lo que resulta irrelevante que alguien quiere tirar su dinero.
La universidad “libre” es esclavista
Una persona es libre cuando puede disponer de su vida, de su cuerpo, de su mente y de su propiedad; pero cuando se le extirpa parte de su propiedad para otorgarle un beneficio a otra persona, en ese momento se transforma en su esclavo.
Si dividimos el costo de las universidades entre todos los habitantes de la Argentina nos da un valor aproximado a los $2.250 por año. O sea, una familia integrada por el padre, la madre y cuatro hijos que vive en medio de la Puna o de las sierras de Córdoba o en la selva misionera, gasta $13.500 pesos por año para financiarle los estudios a alguien que no conoce (y que casi con seguridad está en mejor situación económica que ellos), dinero que dichos padres no podrán disponer para sus hijos.
¿Acaso esto no es esclavitud? Esa familia, que seguramente no tiene cloaca ni gas natural, que con suerte posee agua corriente o electricidad; esa familia que debe recorrer kilómetros para llevar a sus hijos a la escuela o al médico, ¿por qué debería financiarle la carrera universitaria a otro?
Esa familia que vive en un lugar recóndito de nuestra patria, sin internet, seguramente sin señal de teléfono, sin boleto estudiantil porque ningún colectivo llega allí; una de esas familias de las que, según las estadísticas, tan sólo 15 de cada 100 de sus hijos terminarán el secundario ¿es justo que esa familia le pague el estudio a un universitario? (y un jubilado también, si hace bien los números, lo verá)
La universidad tiene que ser un lugar de inclusión, en lo que se refiere a credo, raza o situación económica del alumno; pero también debe ser un lugar de exclusión, donde sus aulas queden vedadas para aquellos que no poseen la aptitud y la actitud para ser universitarios.
El derecho universal para intentar ingresar a la universidad, no implica ni el ingreso ni la permanencia asegurada, hay que ganarse ese derecho a través del mérito.
Existen muchos sistemas de financiación universitaria en el mundo para quienes no tiene los recursos necesarios, sistemas que funcionan y que podemos copiar; seamos más inteligentes, no seamos “tan vivos” queriendo descubrir la rueda: Por eso, cuando vuelvas a escuchar hablar de “la universidad pública, libre y gratuita”, recordar este artículo, que esa gratuidad nos sale carísima y sobre todo, recordar que no tiene nada de libre.
Recordar que miles de argentinos, esclavizados con impuestos, pagan esa fiesta dialéctica a costa del futuro de sus hijos. La universidad no es el “Palacio de Versalles”, los universitarios nos son ni Luis XVI ni María Antonieta y definitivamente los contribuyentes no tienen por qué ser los vasallos que mantengan el privilegio de una “aristocracia académica”.
Rogelio López Guillemain
Es médico especialista en cirugía, Jefe de Servicio de quirófano del Hospital Domingo Funes, de Córdoba , Argentina. Autor del libro “La Rebelión de los Mansos”