Se hacen imprescindibles reformas muy profundas en nuestras llamadas democracias occidentales. Y en nuestra democracia por sobre todo.
La confusión reinante con respecto a la definición de País, Nación y Estado, dificulta enormemente el estudio de las atribuciones que les corresponden. Si el país es el pequeño territorio, la Nación el hecho histórico y el Estado la personificación jurídica de ésta, la Administración, ¿cómo dudar de qué funciones les competen? En el Estado está el Gobierno, y ejercerá de forma acorde a como a él llegó. El hecho nacional es consecuencia de la historia y de sus mitos fundacionales, la herencia de los antepasados y la convivencia en el tiempo, esto es, su cultura. Cuando el Estado se inmiscuye, contra natura, en la atribución de las funciones correspondientes a la nación: mitos, religiones, educación, leyes, fiestas, arte… nace el monstruo. Hemos visto a lo largo de la historia moderna regímenes dictatoriales del pasado siglo XX, ya fenecidos que padecían esta aberración. Perduran otros estatismos, bien totalitarios, bien en forma de oligarquías en un “Estado de partidos políticos”, que nunca dejan de ser facciones en él, de todo el variopinto muestrario de colores e ideologías, desde las supuestamente más serias hasta las más fantasiosas, ridículas e irracionales, como vemos día a día.
Es muy común decir que la cara es el espejo del alma, y por mucho que algunos se empeñen, no, la cara no es el espejo del alma. Porque son las propias acciones de la vida en sociedad las que definen de qué pasta estamos hechos. Porque al fin y al cabo, y aquí también se suele afirmar una cosa cuando en realidad es la contraria, nadie carece de sentido común, sino que los observadores externos desconocemos todos los elementos de contorno, condicionantes y variables, que impulsan a un ser humano a tomar una decisión que nos parece absurda desde la lejanía y la comodidad de nuestra subjetividad. Porque en caso de conocerlas, es muy probable que tomaríamos una decisión similar que solo podría verse diferenciada al entrar en carrera los componentes de esa pasta de la que hablaba en las primeras líneas del párrafo. Así, empezando por el final, por lo hechos, añadiendo cuantas condiciones de contorno y variables entren en juego podremos determinar la envidia, la generosidad, el aplomo, la valentía, la honradez, la altura o la bajeza, con la que se rigen aquellos que analizamos. Definiría el sentido común como el hilo conductor que une a la persona con el entorno y sus acciones y, créanme que no difiere mucho de unos a otros seres humanos.
Esta es la única forma que tenemos los ciudadanos para controlar a nuestros servidores públicos. No podemos caer en el error de juzgarlos por sus intenciones si no por las consecuencias de sus actos, como una vez Milton Friedman bien supo manifestar, para llegar a conclusiones medianamente fiables sobre la política, la nuestra en particular o cualquiera en general. Si tiramos del hilo, conductor, a iguales actos, en similares circunstancias, la masa madre será también pareja. Si unos olvidan todo cuanto dijeron sobre poner firmes razonamientos en pos de la República y los ciudadanos de este país. Y mientras otros acaban por subir más de diez, treinta o cincuenta impuestos, para el caso es lo mismo, cuando habían prometido bajarlos, incluso eliminarlos, confirmando que lo que se dice cuando uno está en la oposición dista mucho de lo que se hace cuando se pisan las alfombras del poder, por lo cual, lo que se diga estando en la oposición debe tomarse siempre con reservas. Lo que uno diga y digamos muchos otros también.
Ante un modelo agotado y con toda su carga en los ciudadanos toca desmontar burocracias y pesebres. Trabajo arduo, complicado, desagradable, necesario y encima con muy mala prensa.
Analizando cuantas opciones quieran, llegaran a la conclusión, si no han llegado ya, de que el embuste consiste en gritar y dramatizar cuando no mandas y en escurrir el bulto y echar pelotas afuera cuando te sientas en los sillones del Congreso. Intuitivamente todos acabamos por llegar al mismo punto, pero creo que es importante remarcar que no se trata de colores de una u otra facción política, puesto que todos, en mayor o menor medida, acaban por defraudar al votante sensato. Tropezamos constantemente con algunas de estas piedras porque, de alguna manera, entre las variables que manejamos se incluye, conscientemente o no, la de haber cedido algunas de nuestras cuestiones vitales a terceros, cosa que jamás debió ocurrir. “Papá Estado” sabe muy bien cómo mantenernos cautivos.
Por desgracia, los problemas que azotan a occidente, que son si cabe más sangrantes en esta siempre acosada y violada Argentina, desde dentro y desde fuera, pero siempre la puerta se abre de adentro, y siempre en esta “puñetera” Argentina, no se resuelven con cambios de caras y cumplimiento parcial de promesas electorales. Y aunque usted no lo note, o no quiera verlo, aquí en este nuestro país hemos retrocedido a paupérrimos estándares, propios del franquismo o del comunismo, en cuanto a protección de derechos y libertades, aunque no se perciba, de avasallamiento de los derechos civiles, del fruto del trabajo individual, de esperar todo de “Papá Estado”, por infantilismo, por comodidad, por estados emocionales de supuestas épicas de dar libertad a los pueblos y sólo se trataba y se trata de bandas de delincuentes, de dictaduras en nombre del pueblo, de asesinatos en masa por pensar distinto, por sí mismos. Lo vemos en una gran mayoría de países sudamericanos hoy día. Estamos inmersos en continuos estados de alarma, de urgencias, de odios de ignorantes contra ignorantes. Se ha desandado un trecho enorme, si no todo, de lo que venimos progresando desde la Segunda Guerra Mundial.
Entonces se hace imprescindible la toma de conciencia, a pesar de décadas y décadas de arremeter contra la “educación” aplastándola, llevando a los niños a un limbo educativo y despreciando a los maestros educadores; a la destrucción del tejido social, de la estructura familiar. Se hacen imprescindibles reformas muy profundas en nuestras llamadas democracias occidentales. Se hace necesaria y urgente en nuestra democracia argentina decadente desde que vive bajo la sombra de la siliconada y distractiva reforma de la siempre avasallada Constitución Nacional en 1994 que no pueden ya esconderse tras ningún maquillaje. Porque sencillamente el modelo está agotado y toca desmontar burocracias parasitarias y pesebres donde anidan al calor de los dineros públicos. Y sí, es un duro, arduo e ingrato trabajo. Extremadamente complicado y con muy mala prensa. Y sabe qué? pues que en algún momento acabará esta pesadilla “pandémica” política, y tomemos sólo estas últimas cuatro décadas para hacernos una idea en tiempo y lugar, dónde estamos parados hoy; y me temo y espero, como muchos tantos otros más, que no mucho tiempo después dejaremos de ser una sociedad infantilizada para convertirnos en adultos, por la vía de los hechos y contra esa voluntad general del “y para qué?. Porque es urgente y necesario. Porque los cambios bruscos son siempre más difíciles de asimilar, y no es del agrado de nadie, salvo de insensibles que viven del dinero de los contribuyentes, ya se trate de públicos o los llamados privados. Aunque no quedará mucho margen para exquisiteces en unos pocos meses.
Acostumbrados y domesticados asistimos pasmados a la absoluta ineficacia y falta de coordinación en nuestras “administraciones públicas” y estamos más que resignados a que un día sí y otro también una bota gubernamental apriete el cuello de nuestros derechos para ahogar nuestra Libertad. Y no pasa nada. Todo se da por bueno. Me pregunto y pregúntese si alguno de los que están en los primeros puestos para tomar el poder en algún lugar del planeta, de Argentina, de cualquiera de sus administraciones, se plantea y nos plantea un cambio de paradigma?. ¿Vamos a volver a enfrentarnos a una crisis económica, que devendrá en social y política, con las mismas herramientas oxidadas y nostálgicas, patológicas, que usamos desde hace cuarenta años, y encima hablando pomposamente de “modernidad”?. Nos preguntamos y nos respondemos: NADIE. Y tal vez a los que planteamos esto nos llaman disidentes, proscritos o simplemente locos, molestos.
Y mientras tanto, ellos – los que viven de la cosa pública a expensas de los ciudadanos - siguen su juego, sabe por qué? porque no les importa. ¿Y podemos actuar sobre nosotros mismos? y, con ello y por ello, actuar sobre el sistema? Sí. Y se hace muy indispensable, necesario cambiar el entorno para que las decisiones puedan salir de la rueda en la que están instaladas. Que de otro modo estaremos haciendo el idiota perfectamente, como rebaño actuando siempre igual, creyendo en peces de colores y esperando resultados distintos. Y es bien cierto que no podemos actuar sobre todas las variables, porque muchas se nos escapan, pero son otras las que quedan a nuestro alcance y en ellas debemos centrarnos. Porque conforme pase el tiempo y se nos pasa la vida a merced de estos “virus” las soluciones serán más traumáticas, pero lo cierto es que hay que amputar. Y no hace falta que vengan iluminados en nombre de libertades de libros y recetas cuasi mágicas, y se pongan de moda, que como todas las modas, sólo son emociones momentáneas. Hay que cercenar el poder de la clase política hasta que desaparezca, desintegrar la burocracia hasta convertirla en su mínima expresión, hasta sólo la necesaria, convertir una sociedad adolescente y caprichosa en adulta y responsable, y eliminar todo el entramado parásito generado alrededor del poder. Hay que hacerlo ya y es su responsabilidad y la mía y de todos. Es que se trata de nuestras vidas y las de nuestros hijos, y los hijos de sus hijos. En nombre de nuestros antepasados. Lo que se llama una Nación. Usted elige...
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