Llevamos demasiados años viviendo como normal la permanente falla institucional y el fraude sistemático. Causa de nuestra crisis política y social.
La verdadera diferencia entre países que funcionan y fracasan descansa en la calidad de sus instituciones. Es la tesis de un libro famoso del economista turco Daron Acemoglu y el americano, politólogo, economista y profesor de Harvard James A. Robinson titulado, precisamente, Por qué fracasan los países. Mientras unos consiguen crear y hacer funcionar instituciones eficientes y profesionales, gestionadas racionalmente y centradas en sus fines, otros fracasan en el empeño por una razón u otra. Analizar las causas de aciertos y fracasos es, por cierto, una investigación apasionante y llena de sorpresas.
La fe en las constituciones y las leyes se revela a menudo ilusoria cuando tales leyes tienen poco que ver con la realidad social y cultural del país, son incoherentes y contradictorias o derivan plácidamente al estado amorfo de papel mojado. Resulta que las instituciones son más relevantes. Así, un buen sistema educativo, funcional y eficaz, es mucho más determinante para el desarrollo y bienestar de un país que leyes educativas llenas de sublimes proclamas y elevados principios; no digamos ya si dichas leyes rebosan arbitrariedad, intervencionismo ideológico y confusión burocrática como es nuestro caso, con logros como el aumento de agresiones sexuales entre los más jóvenes en pleno imperio de la educación de género y nuevas masculinidades, por ejemplo.
Copiar sistemas y reglas que funcionan en un país, como los “checks and balances” anglosajones, esto es controles y equilibrios referidos a la separación de poderes, no sirve de mucho si no se cuenta con las personas adecuadas, la exigencia social de juego limpio y la voluntad política de observarlo.
Una gran historia de evolución divergente a causa de la distinta calidad de las instituciones es el de la revolución liberal en los actuales Estados Unidos y en las repúblicas hispanoamericanas (o en Francia y Haití, revoluciones que siguieron los mismos principios y divergieron sin cesar).
Simón Bolívar intentó importar a su Gran Colombia (Colombia, Ecuador, Panamá y Venezuela) ideas liberales de JeremyBentham, James Madison y Benjamin Constant adaptadas a Gran Bretaña, Estados Unidos y Francia, pero fracasó amargamente: y es que las instituciones criollas caían invariablemente en manos de golpistas, caciques y saqueadores; las sociedades, divididas en castas y razas, eran incapaces de impedirlo. Es muy importante destacar que no tiene nada que ver con falaces diferencias raciales o caracteres nacionales; y como ejemplo tenemos un porqué en el caso de la modernización de China fracasó durante el fin del Imperio y muchos años más, mientras que tuvo un asombroso éxito en el vecino y no tan distinto imperio del Japón. ¿Por qué?, porque el secreto está en la calidad de las instituciones, que descansa en la calidad moral y profesional de las personas que las llevan.
Si esto se sabe desde hace mucho tiempo, nunca había sido tan fácil comprobarlo como ahora, comparando la marcha de países que, partiendo de condiciones similares, disfrutan de prosperidad y libertad política –que al final siempre van de la mano- o sufren pobreza y despotismo. El ejemplo más evidente es la divergencia de la dos Coreas (Corea del Sur y Corea del Norte) tras la guerra de 1953, pero hay muchos más: México (Nueva España) y los Estados Unidos después de 1820, o Europa Occidental y el Imperio Otomano tras el 1500. También se puede aplicar al mismo país en dos momentos de su historia. Y ahí encontramos a la Argentina de 1900 y la actual, o la Cuba de 1959 y la presente. Y también un ejemplo también cercano en el tiempo, y es la España de 1978 y la de 2023.
Argentina y sus instituciones fallidas
Llevamos demasiados años viviendo como cosa normal la permanente falla institucional y el fraude sistemático, y esta es la causa de nuestra crisis política y social.
Nuestro actual desastre político y social, con todo el país dependiendo de que los cálculos fríos del lunático de turno y sus rémoras, satisfagan sus ambiciones ilimitadas, y es incomprensible si eludimos el lamentable estado de las instituciones, públicas y privadas. Es que ninguno ha descendido de uno de los cohetes del metaverso, ni es un producto inesperado de la mala suerte, o del tanguito llorón de turno, sino de la selección negativas de liderazgos. Si, hablamos de líderes negativos. Llevamos demasiados años viviendo como cosa normal la falla institucional y el fraude sistemático, y esta es la causa de nuestra crisis política, social, moral…
Sí, el fraude por defecto afecta desde los grandes premios literarios privados, las artes, el desarrollo, y hasta el funcionamiento de los organismos públicos.
La causa de tan extendida degeneración está en la estrategia de control de la clase política, y todos aquellos desesperados por pertenecer a ella con el sólo propósito de vivir de “prestado”.
En resumen, buena parte del sistema institucional ha sido colonizado por intereses espurios ajenos a los proclamados, especialmente en la cúspide. Los ejemplos más inquietantes se ven en la conversión y la constante erosión de funciones y autonomías de los estamentos de la cosa pública en todos sus niveles. Las mil y una y más, de las instituciones ocupadas, pervertidas y vaciadas de funciones. La causa de tan extendida degeneración está en la estrategia de control de la clase política, y especialmente de las que se arrogan tener el control de los ciudadanos, transformando a los individuos cada día en una masa informe, que es lo que necesitan las políticas colectivistas y de supresión del individuo, del ciudadano. Y deciden sin ningún disimulo (es que la hipocresía es el homenaje que el vicio rinde a la virtud, y no siempre es buena su desaparición) para lanzar una ofensiva de exclusión de cualquier persona o corriente ajena a sus fines partidistas, su facción.
Del pacto de estado al reparto del estado
El problema empezó con el reparto de las instituciones y poderes del estado, en especial del judicial y de los organismos supervisores, pero también de grupos de comunicación y empresariales, en origen entre los dos partidos grandes y sus inevitables socios; este arreglo pronto redujo a beneficio de inventario las exigencias constitucionales de independencia y neutralidad institucional. La conversión de los pactos de estado en repartos del estado renovó el caciquismo. Argentina en realidad padecía un gobierno de partidos turnantes con fraude electoral sistemático. Hoy podemos decir que no hay urnas trucadas, pero sí nombramientos, concursos y controles fraudulentos o fallidos.
El saneamiento de las instituciones y el fin de la colonización partidista con selección negativa de gestores es una urgencia de vida o muerte. De supervivencia de una Nación, de la República y sus instituciones.
Además, el reparto de las instituciones instauró un proceso de selección negativa que elegía y elige aun para los cargos a los menos capaces, pero más sumisos, o a los menos honrados (cualidades compatibles, dicho sea de paso). En fin, el saneamiento de las instituciones y el fin de la colonización partidista con selección negativa de gestores es una urgencia de vida o muerte se puede decir. Sería muy oportuno y necesario que los principales sectores, facciones partidistas, que aún hoy están a flote, con otros nombres o marcas de acción en épocas electorales, corresponsable de este proceso degenerativo, explicara qué piensa hacer al respecto, o si solo se apresta a una nueva edición de la serie del pacto al reparto.
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EDITOR: JOSÉ LUIS SAN ROMÁN
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