No es muy difícil ! El fútbol o yo!, me dijo. Justo el día que ella cumplía17 y a mí me convocaban a jugar en las inferiores de la Academia
Con la ambigüedad que caracteriza a toda mujer
…un cuento no machista de Pepe Juliá
—Mirá cuando aparezcas dedicándome un gol en el suplemento deportivo del diario, mostrando una remera con mi foto— me decía Marisa, soñando mi mismo sueño.
—Aunque preferiría que tengas esa foto, colgada en alguna pared de tu futuro taller mecánico— concluía mostrando una doble intención, por si acaso.
Fanática de Independiente, igual que su padre, quería convencerme de cambiar la casaca roja por la inmaculada blanquiceleste del glorioso Racing Club.
La Iglesia, la Municipalidad y en la otra esquina, el Club Social. Después de cinco años no han cambiado mucho. Tienen el mismo color de pintura en sus fachadas.
Y hasta puedo asegurar que las palomas del campanario, son las mismas que sobrevivieron a los hondazos de nuestros crueles ataques preadolescentes.
Sentado en el banco más cercano al mástil de la plaza, escondido debajo de una gorra de béisbol y detrás de los lentes oscuros más grandes que pude conseguir, me entretengo en descubrir si la viejita que cruza la calle Salgado es la abuela de Ignacio. ¿O será la madre? Y el que cruzó corriendo las puertas giratorias del Banco Nación, enfrente del Social ¿Será el padre de Daniel? Me niego a pensar que sea Daniel ¿¡Tanto pelo no se puede perder en cinco años!?
El cuidador de la plaza no puede ser el mismo. Aparenta la edad que tenía el que nos corría por aquel entonces, cuando le pisábamos el césped, dando vueltas alrededor del cartel que lo prohibía.
A la Iglesia, la conozco de las veces que mamá nos traía a misa los viernes a la tarde. Supe cruzar sus portales para presenciar casamientos de tíos y funerales de abuelos. Del bautismo no me acuerdo, pero sí de la primera comunión.
A la Municipalidad, cada tanto íbamos de visita con la escuela. Nos recibió una vez el Intendente, cuando ganamos el zonal de fútbol organizado por la Liga local.
—Estoy convencido que algunos de ustedes volverán a pisar este recinto consagrados como verdaderos ídolos del deporte. Y tengan la plena convicción que serán recibidos con los brazos abiertos por este pueblo agradecido y memorioso, que hoy por mi intermedio, les brinda este sencillo pero emotivo homenaje— fueron sus palabras.
Al que nunca pude tener acceso fue al Club Social. Su cuota mensual no estaba al alcance de nuestros bolsillos.
Siempre lo mirábamos de reojo cuando pasábamos por la vereda. A través de sus enormes ventanales, se veían los trofeos y galardones que sus socios ganaban en los torneos de ajedrez o de póker.
Recuerdo que en una oportunidad juntamos entre ocho, el valor de una cuota y lo mandamos a Martín para que nos diera todos los detalles del interior de ese espacio exclusivo “reservado para pudientes ciudadanos de alta alcurnia”, como decía la abuela de Ismael.
Rememorar el momento en que volvió Martín a un banco de esta plaza, donde estábamos esperándolo, casi me hace perder el estado de anonimato, en el cual me propuse permanecer hasta la próxima semana. Que es cuando “oficialmente” tengo que aparecer por la ciudad. La risotada que se me escapó, llamó la atención de la gente que pasaba por el lugar. La cara de Martín, desencajada y roja de la bronca, no me la olvido más.
—Estos me piden escrituras de bienes raíces y no sé qué pelotudeces más— dijo y culminó su relato con una puteada que tendría que haber quedado registrada en el libro de los records. No solo por su extensión, sino por la expresividad y dedicación con la cual Martín, dio por terminado el tema “Club Social” en su vida y también en la de todos nosotros.
La próxima semana con Ismael, Martín y los demás, podremos por fin, traspasar esas puertas inexpugnables.
Una de las pocas condiciones que puse para el “Homenaje del pueblo para uno de sus hijos célebres”, como reza el programa protocolar, fue el de compartir con los míos, “la cena que se brindará en los salones del Club Social”, como dice renglones más abajo. Por lo poco que quisieron contar mis amigos pude averiguar en estos años fuera del país, que Marisa sigue en la Municipalidad.
Fue mi primera novia. Hasta que me dio el ultimátum:
—No es muy difícil. El fútbol o yo— me dijo la misma tarde en que me convocaban a jugar en las inferiores de la Academia y ella cumplía diecisiete años. En esa época Marisa estaba terminando el Bachillerato y yo el Industrial.
—Que suerte que estudiamos carreras diferentes, así vamos a tener más oportunidades para poder casarnos— decía para agregar enseguida —Pero perdimos de compartir mucho tiempo, yendo a colegios diferentes—Se enojaba y me cuestionaba el hecho de querer ser padre enseguida.
—Que te quede claro: Hijos después de por lo menos ocho años de casados— me decía —Aunque si vienen con el color de tus ojos ¡No sé!— añadía bajando la mirada.
Si bien siempre mostraba esa ambigüedad característica de toda mujer, nunca me había cuestionado el hecho de ser un enfermizo jugador de fútbol. Por el contrario, me acompañaba a los partidos por la liga local. Pero en cuanto se enteró que existía la posibilidad de ir a probarme a Racing, empezó con su cuestionamiento tortuoso:
— ¿Y...? ¿El fútbol o yo?
—Si te quiere bien, ya se le va a pasar— me esperanzaba mi compañero de habitación cuando quedábamos concentrados por algún partido de las inferiores.
“¿Y...?”
Con mi futuro aferrado a una pelota de fútbol, la contestación a su pregunta de una sola letra, pero cargada de una profundidad infinita, me acotaba el horizonte de respuestas.
Le decía que me tuviera paciencia. Que no me ahogue justo cuando se habría una puerta para asegurar el futuro de mi familia, en la cual yo la contaba.
Le recordaba las veces que imaginamos un buen pasar criando a los hijos, con el esfuerzo de nuestros trabajos. Y por más que le explicase que con un taller mecánico y un puesto en la Municipalidad, nos llevaría mucho más tiempo conseguirlo, ella juraba que me amaba, siempre y cuando la eligiera por sobre el fútbol.
— ¡¡Este es tu sueño, no el mío!!— gritó el último día, olvidándose de los juramentos de compartirlo todo. Y se alejó de mí.
Yo no elegí una cosa por otra. Me sujetaba a las dos. Fue ella la que escogió entre el adiós y el fútbol.
—Jamás seré la señora de un futbolista por más famoso que sea— fueron las últimas palabras que le escuché decir. Y su espalda alejándose, lo último que me quedó de Marisa.
Traté de olvidar. Y me aferré más que nunca a una pelota de fútbol. Mal no me fue.
Con tal de no pensar en ella, dedique esfuerzo y entrega cada vez que me tocó defender la camiseta.
Mi trayectoria fue vertiginosa. Estuve en el lugar indicado, en el momento justo. Fui escalando las distintas divisiones en forma acelerada. Llegué a la Primera de casualidad. Se lesionó el titular y debuté en un amistoso reemplazándolo. Nunca más me pudieron sacar. Un año de profesional y campeón local, después de América y el salto a Italia con el pase record para un zaguero central. Estoy en la lista de los posibles candidatos a vestir la camiseta de la Selección en el próximo Mundial.
Pero lo más importante de todo, es estar con mi gente. Aquí en esta ciudad en la que pateé una pelota por primera vez. Recuerdo muy bien que fue en una calle de tierra del barrio, donde aún viven los viejos. Y estaban Ismael y Martín, compinches de la niñez.
La invitación a recibir un premio a la trayectoria deportiva más destacada de un vecino de la ciudad, me llenó de orgullo y alegría.
Aprovechando una pequeña lesión que me impide jugar, adelanté mi llegada sin avisar. Mis viejos y mis dos amigos son los únicos que lo saben.
Y aquí estoy. En mi plaza, de incógnito. Emborrachándome con este aroma a pinos y a césped recién cortado.
Con la Iglesia, la Municipalidad y el Club Social frente a mí. Que me recibirán la semana que viene en ese orden.
Con una misa, pedida por mamá. Un protocolo, pedido por el Intendente y un agasajo, para poder entrar de una buena vez por todas, al lugar vedado en nuestra infancia.
De pronto por la puerta del Palacio Municipal aparece ella. Bien vestida, como siempre. Más bella que de costumbre. Estos cinco años la han torneado de una forma exquisita. No ha perdido nada de su feminidad y lo demuestra bajando con una gracia única los escalones. Me quiero incorporar, deshacerme del camuflaje en el cual estoy tratando de pasar desapercibido. Se le acerca un tipo con un niño de la mano, que no tendrá más de tres años. Ella se deshace en ternura para con ellos y lo que termina por desmoronarme otra vez en el banco, es el soberano beso que le estampa en plena jeta al energúmeno.
Él devuelve la expresión de cariño, le deja el pibe que salta alrededor de ella y con la mano en alto se despide. Se va alejando y recién allí percibo que está vestido con pantalón corto; media; botines de papi fútbol; la camiseta de Racing y un bolso colgado en su hombro.
— ¡No vuelvas tarde, osito!— escucho que le grita Marisa. Osito. Le dijo osito, como me decía a mí.
José Pepe Juliá
Los Cuentos de Pepe
2017