" Donde se llevan bien es en la cocina y en la cama". Indiferentes a horizontes lejanos, imprevisibles como las tormentas, "todos somos el fruto de nuestras pasiones"... tal vez.
Probabilidades de momentos tormentosos
José Pepe Juliá
Ernesto se acercó a la ventana del departamento y comprobó que una garúa tenue desvirtuaba la vista hacia la avenida. Desde el tercer piso se divisaba la humedad del empedrado. El pronóstico anunciaba lloviznas intermitentes. Decidió hacerle un mimo a Roxana y le avisó que la iría a buscar hasta la inmobiliaria donde trabaja, para compartir el regreso acurrucados en los asientos del colectivo de la Línea 87 viendo caer la lluvia por la ventanilla en esas diez cuadras que durará la travesía.
Ellos forman lo que se llama una pareja moderna. Ambos han aportado y relegado costumbres y maneras para que la convivencia se acerque a la tan anhelada perfección. Se dividen las tareas sin entrometer el género o el número. Roxana le abrió la puerta del lavadero para que él se graduara de experto en manejar los catorce programas del lavasecarropas. Ernesto con paciencia le explicó la enmarañada y nunca bien aplicada ley del offside y sus consecuencias cuando el árbitro la cobra en contra o la ignora a favor. Ella lo incorporó al mundo de los chinos cotejando precios y fechas de vencimiento. Él, en el universo de aprender a diferenciar un Malbec de un Sauvignon o un Sirah de un Cabernet. Donde se llevan bien desde un principio es en la cocina y en el dormitorio. A los dos les encanta experimentar en esos rincones del departamento. Con el delantal de cocineros son capaces de zambullirse en las recetas más originales del arte culinario de países remotos. Sin el delantal y entre sábanas, con la libertad de sus ímpetus juveniles, el menú es tan variado como extrovertido, donde siempre terminan siendo el uno para el otro, la frutilla del deseado postre preferido.
En lo que se distancian en esta armoniosa relación es en la descarada perseverancia hacia las distracciones que ostenta Ernesto con la puntillosa vida organizada y prolija de Roxana.
Por eso Ernesto puso todo su esfuerzo en organizar el rescate de su princesa. Ser el superhéroe que la rescatara de truenos y relámpagos. Trató de organizarse hasta el último detalle. Sacó el salmón del frízer y lo ubicó en la parte alta de la heladera para que cuando volvieran la temperatura fuese la correcta para empezar la cocción. Descubrió que el paragüero no estaba en el lugar de siempre, hasta que haciendo un esfuerzo recordó que hoy, como todos los jueves, antes de encerar el parquet de la sala, ella lo deja en la cocina y lo vuelve a colocar al lado de la puerta de entrada, cuando regresa del trabajo. Descartó el más grande y eligió el plegable. Quería tener a Roxana apretujada en el mínimo espacio circular que le propone el paraguas más pequeño. Lo ubicó sobre la mesa y sacó el celular para ver la hora. Tenía tiempo para ir a descolgar la campera impermeable del placard, bajar las persianas de las ventanas, no olvidarse de la Sube, y rogar que el 87 no demorara lo que acostumbra a demorar. En el ascensor se encontró con la pesada del 3º C, que siempre la confunde con la del 5º B y que por esa razón cuando la saluda le dice “Hola vecina” para no confundir los nombres. Al llegar a la calle, ya en la vereda, en el mismo momento en que descubre que se olvidó el paraguas y el celular en la mesa, ve al colectivo que llega a la parada distante a diez pasos de la entrada del edificio. Opta por tomarlo y rogar que las lluvias “impertinentes” como las llama él, no pasen a chaparrones aislados.
En esas diez cuadras que lo separan de Roxana, el vaporoso aire que provoca la garúa se va convirtiendo en pesada e incómoda ducha callejera. El crepitar de las gotas de agua en el techo del transporte se intensificó en los oídos de Ernesto cuando se paró a tocar el timbre cien metros antes de la parada. Al bajar, el frío y el agua le destiñeron por completo el traje de héroe. Cruzó la avenida hasta la Inmobiliaria y al llegar se encontró con Ignacio cerrando la oficina. Después de los saludos, el compañero de Roxana le dijo “ella se quiso comunicar con vos. Te quería avisar que la alcanzaba una clienta que pasaba por el frente del departamento. Como nunca le contestaste me dijo que si venías te avisara”.
Derrotado y húmedo espero el 87. Comprobó que sus zapatillas no sabían nadar y su campera, de impermeabilidad, solo tenía el precio que pagó. A los diez minutos, el colectivo se dignó a llevarlo.
Por el pasillo de entrada se quiso despegar de algo de la lluvia que empecinadamente se abrazaba a sus ropas. Se volvió a cruzar con la “Hola Vecina” que tozudamente desconoce los consejos de no deshacerse de los residuos en días tormentosos. Al llegar al tercer piso se apuró a buscar la llave y en cuanto abrió la puerta el aroma a salmón dorándose en aceite de oliva y ajo triturado, le confirmó que ella era la dueña de la cocina. El paraguas descansaba en el paragüero ubicado en el lugar correspondiente. En la mesa estaba solamente su celular. El “Hola Roxan” con el que quiso dar el presente. No tuvo el correspondiente “Hola Ernest”, cuando suprimen la última letra de sus nombres en muestra de cariño.
Ella asomándose por la puerta corrediza de la cocina, se quedó paralizada por el aspecto de Ernesto que no terminaba de escurrir. Y él, también sintió un escalofrío cuando en vez de apocopar, Roxana gritó su nombre completo en claro inicio de conflicto grave: “¡¡Ernesto Raúl!! ¡¡ Mirá el piso recién encerado!!”.
“Yo sé cómo termina esto”, se dijo Ernesto y sus ojos pícaros acariciaron a la distancia la puerta del dormitorio…
José Pepe Juliá
Los Cuentos de Pepe 2018
"Una vez pensaste
Que en el mundo existen
Palabras precisas
En cada momento
Mira las nubes y verás que el cielo
Sólo hace preguntas todo el tiempo…
… y arriba están las nubes
Con todo su silencio
Y parece que hoy…
… hoy lloverá."
LobosMagazine 2018