Vivimos en una época de maquillajes y mascaradas en que se intenta curar el cáncer con aspirinas, los déficits crónicos con deuda pública y presiones impositivas asfixiantes.
Las Grietas del edifico… o (Sexo , mentiras y video)
Una mujer casada con un joven ejecutivo, emprendedor y ambicioso, pasa su tiempo encerrado en casa. Aunque, aparentemente forman una pareja ideal, ella acude a un psicoanalista al que cuenta su inexistente vida sexual y su dificultad para relacionarse con los demás. Mientras él engaña a su mujer con su cuñada, una desinhibida que es el polo opuesto de su esposa Ann. En este grupo de personajes se introduce Graham, un joven impotente, que sólo se satisface sexualmente contemplando su colección de grabaciones en video de entrevistas a mujeres en las que éstas hablan de su vida sexual. – Sexo, mentiras y video - EEUU 1989 – Guión y Dirección: Steven Soderbergh
El título de la película de Soderbergh ha venido a la mente en medio de la nota ya iniciada. El tema principal es la mentira, mucho empeño en crear una realidad paralela “para seguir tirando”, desde hace décadas y décadas. Lo demás, fuegos de artificio, maniobras de distracción en la que muchos creerán. Los gobiernos, uno tras otro, han superado hace ya mucho tiempo la normalidad para haberse convertido a estas alturas en casos clínicos. Tal vez una explicación nos llevaría a tuertos, a ciegos, y ver quién es el rey. (tal vez ver la película también)
Se ha leído por ahí, que Ignacio de Loyola, decía, “que quienes no viven como piensan acaban pensando cómo viven”. Eso es precisamente lo que sucede a propietarios e inquilinos de inmuebles antiguos con todos los problemas que acumula un edificio al que no se le pone ni un peso para mantenerlo, ni voluntad, digamos; con los vicios típicos de los años: revoques destruidos y descascarados en las paredes, vigas podridas bajo los techos, humedades que ascienden desde el subsuelo, cañerías rotas, instalaciones eléctricas desprotegidas y otros desperfectos por el estilo. Estas fallas se agravan con el tiempo y van exigiendo constantes gastos, que al cabo de los años ascienden a un importe mayor que el costo de una reforma general o incluso una casa nueva. Y si no llegamos a tomar la decisión de hacer algo más que poner parches y más parches, es porque ya es una costumbre, estar habituados al estado de cosas existentes. Ocurre, como cosa común que cuando los daños son limitados, no se contempla una necesidad de realizar grandes gastos para prevenir otros que vendrán. Y terminan llegando inexorablemente. Cuando hemos gastado una cantidad de dinero parecida a lo que cuesta el edificio entero, tampoco nos vemos en la coyuntura de duplicar el gasto. Y así nos encontramos cuando años tras año nos hemos visto obligados a invertir grandes sumas en la reparación ininterrumpida de roturas que surgen por todos lados y extienden un efecto que va deteriorando, destruyendo a todas las estructuras de la construcción, todas las instalaciones y ahí entonces es cuando nos invade una cosa que nos vuelve extrañamente fatalistas. Y qué se hace? ¿qué hacemos? Nada; y no hacemos nada porque “total la cosa ya no tiene remedio”, o porque es el mismo Dios que nos condena a vivir en una ruina?. También podemos mirar esto con falso optimismo y considerar que las casas antiguas también tienen su encanto?, que forman parte del patrimonio histórico y requieren su pequeña dosis de sacrificio. Esa cosa “trágica” por sí misma, sin explicación. Y a la larga, de un modo u otro, vamos a llegar a la misma conclusión y resultado: hay que demoler el edificio y construir otro nuevo. Vemos que los contratos se vencen. Vemos que los inquilinos más viejos se van muriendo o se van, y que los jóvenes comienzan desde cero con un nuevo régimen económico y otra concepción de la vida, con sus hipotecas, sus normativas de propiedad horizontal, sus nuevos estándares de calidad y de instalaciones eléctricas adaptadas al reglamento eléctrico, un nuevo estatuto para los copropietarios, por supuesto con nuevos problemas y con nuevas formas de abordarlos y resolverlos. Y un ciclo que vuelve a comenzar. Pero esa ya será otra historia, seguro.
En este gran conventillo, que ha resultado de la reforma constitucional del 94, tenemos una buena colección de defectos estructurales que se han hecho notar de modo dramático a la entrada de este milenio, no vamos a entrar en detalles acerca de qué cosas sucedían y vivíamos al inicio de este siglo, hace ya casi dos décadas, y parece que fue ayer; cuando han coincidido todas las tormentas perfectas: en la economía, la política y la estructura social de la nación. Hace falta que hablemos del resquebrajamiento más grave?, el del tejido social: NO. Sobre esto informan en abundancia y de manera superficial sensacionalista los medios masivos de comunicación y una pintoresca legión de… llamémosle analistas, interesados en obtener su minuto de gloria en las histriónicas y coloridas tertulias de la TV. Ese resquebrajamiento de la fachada, esa grieta, ha traído consigo un peligroso desconocimiento, una doble y masiva enajenación de lealtades y responsabilidades de la ciudadanía con respecto a su propia clase política y al Estado.
Si llevamos esto al absurdo, vemos que incluso ha traído consigo la partición de la hipotética nación de los fundadores, en otras “patrias” nuevas. Y este escenario que resulta no es pernicioso por haber puesto al descubierto contradicciones nacionales o ideológicas. El problema, el peligro es que se extienda como una infección, que nadie se haga cargo, que nadie asuma responsabilidades y produciendo la misma desafección de la llamada clase política y las instituciones del Estado. Y por cierto estamos en una senda de algo similar.
Estas fisuras, figuras sin definir, se van transformando en una enorme grieta, que lleva a coincidir con las grietas del edificio y las potencia, se van extendiendo y amplificando su alcance desde los cimientos de la construcción hasta los pisos de arriba y las terrazas, donde los administradores del edificio, aun así, se tienden al sol en sus reposeras durante el verano. Tenemos una buena colección de grietas: la de la organización territorial y la financiación de las “provincias, autonomías federales”, que no se quieren asumir como federales; la grieta de los “partidos”, la partidocracia con su sistema de listas electorales cerradas, donde cuelan ignorantes en pelotón; la grieta de la competitividad económica; la grieta educativa y otras fisuras de mayor o menor gravedad como la de depender de monocultivos primarios, y sentirse orgullosos; los altos costos de los servicios de energía a fuerza de impuestos; el embotamiento intelectual generado por la corrección política; la cultura de “el que no llora no mama”, la subvención; la corrupción de los partidos, etc. Y todas estas grietas, que definen la pauta general de decadencia del simulacro de Estado de derecho levantado por la Constitución del 94, están ahí. Y lo saben todos.
Es bien claro que se sabe que era y es necesario repararlas, todas esas fisuras, grietas. Pero que por conveniencia del arrendatario y por pereza de los inquilinos lo hemos ido dejando correr. Hasta que llega un punto y al final sucede como con todas las grietas: a partir de cierta extensión, su avance se vuelve exponencialmente veloz, por la concentración de fuerzas en los vértices agudos. Es una simple cuestión de física, que se conoce como mecánica de la destrucción; producida por las mismas tensiones internas de la estructura; como en aquellos buques “Liberty” de la Segunda Guerra Mundial que comenzaban a partirse en ángulo recto desde sus escotillas de carga y se iban a pique rápidamente.
Y después, ¿qué vendrá? ¿Cómo será la nueva casa? ¿Qué arquitecto o ingeniero definirá los planos? ¿Quién se encargará de retirar los escombros? ¿a dónde los llevarán? ¿Cómo se financiará la nueva construcción? ¿Nos darán un departamento?. No lo sabemos. La historia se encarga de poner las cosas en su lugar (suponemos). Quizá lo haga de una manera que nos parezca adecuada a nuestro criterio. O no, y tal vez el balance final sea peor. De todas formas, ese será otro momento, con sus dinámicas, su sistema de valores y sus leyes. Pero ahora el tiempo que nos toca vivir es otro. En una época de maquillajes y mascaradas en que se intenta curar el cáncer con aspirinas y los déficits crónicos con deuda pública y presiones impositivas asfixiantes. Y se suceden las historias, cuentos, relatos, como más le guste; interminables historias, inverosímiles, falsas, tal vez sólo expresiones de deseos, fantasías y “confesiones”, como las de la película de Steven Sordbergh, (que nos da parte del título de esta nota “Sexo, mentiras y video”), que se van transformando en verdades a medida que se van aceptando sin pensar, sólo por emociones, sin explicación racional, como todas las emociones. Y así seguimos en “otra nueva época”, en la que los administradores del edificio y sus cuadrillas de operarios mandaderos corren apresuradamente por las escaleras, bajan y suben, a veces chocándose entre sí grotescamente, cerrando las puertas del ascensor que quedan abiertas, y otros abren las que estaban cerradas, y emparchando con yeso las paredes y atando con alambre lo que se pueda atar, y disimular las grietas que se extienden como un tumor, de esos que se extienden; pregonando esto como la única solución posible al problema. Y así estamos, encomendándonos a los Dioses… a cualquiera que esté de turno.
LobosMagazine 2018