Del 11-S, la Reina… y alucinaciones de negación desde 2001
El jueves 8 de septiembre de 2022, el Palacio de Buckingham anunció la muerte de la reina Isabel II del Reino Unido, a los noventa y seis años de edad, en la residencia real del castillo de Balmoral (Escocia). El anuncio fue hecho oficial a las 18:30 horas (UTC+01:00, hora de verano Inglaterra) a través de la BBC. Su reinado, extendido desde el 6 de febrero de 1952, ha sido el más longevo de la historia contemporánea.
El funeral de Estado de la monarca y el posterior entierro simbolizan el último adiós del Reino Unido a quien ha sido su máxima institución desde 1952. La era isabelina ha llegado a su fin tras la multitudinaria asistencia a la capilla ardiente.
A las 19.30 hora local de este 19 de septiembre (18.30 GMT), en una ceremonia íntima de la que el Palacio de Buckingham no desveló detalles, la reina Isabel II fue enterrada en la cámara real, al lado de su marido, el príncipe Felipe, que fue sepultado aquí en abril de 2021
El sepelio cierra una jornada histórica para el Reino Unido, en la que cientos de dirigentes mundiales rindieron tributo a Isabel II por la mañana en un gran funeral de Estado en la Abadía de Westminster y decenas de miles de ciudadanos se despidieron de la reina en una procesión en las calles de Londres.
Al término de ese servicio, fueron retirados del féretro la Corona Imperial, el orbe y el cetro que fueron símbolo de su reinado desde 1952, y sus restos fueron llevados a la cripta bajo la capilla de San Jorge. La losa de mármol sobre la sepultura de la reina quedó grabada con las palabras: "Elizabeth II: 1926-2022".
Un 11 de septiembre de 2001, han pasado ya 21 años del atentado a las Torres Gemelas, en Nueva York (EEUU), 4 aviones comerciales fueron tomados por asalto por 19 terroristas de la banda criminal Al Qaeda, estrellando dos en cada una de las icónicas torres de Wall Street, un tercero contra El Pentágono, en Virginia, y otro se estrellado en un terreno en Pensylvania, su objetivo frustrado era el Capitolio, en Washington. Este duro golpe sorprendió al mundo entero, que emitía las imágenes como si se tratase de una nueva película de firma norteamericana. Lo real se hizo irónico, y Al Qaeda lo convirtió en sarcástico y trágico. Muchas de las víctimas se suicidaban lanzándose por las ventanas, encerradas por el fuego, el humo y el terror. Finalmente cayeron las dos torres de una manera imponente, como si se abriese un agujero en la tierra y las engullese. Nacieron así las nuevas guerras del siglo XXI en boca del Presidente de Estados Unidos George W. Bush: “la guerra no terminará hasta que todos los grupos terroristas de alcance mundial hayan sido encontrados, detenidos y derrotados”. Las Guerras-Estados se desfocalizaban, los enemigos se ocultaban geográficamente, incluso vivían rodeados de sus potenciales víctimas, Francia como ejemplo, y las guerras las podían iniciar desde “lobos solitarios” hasta células terroristas organizadas con vocación expansionista, por ej el Dáesh (Estado islámico)
El 11-S supuso, psicológicamente, el inicio del fin del siglo XX, no solo por posición cronológica (año 2001) sino por representar la muerte de una obra o idea. Una obra de arte, tradicionalmente, era ejecutada en unos días, semanas o meses y después era guardada para la posteridad en un museo. La velocidad con que se produjo la muerte de las torres y su desaparición (apenas horas) era de un nivel técnico sublime, que algunos (como Stockhausen) no dudaron en calificarlo, desde un punto de vista estético, como “la obra de arte más grandiosa de la historia”; si bien, un tanto desafortunado teniendo en cuenta que aún había víctimas luchando por su vida. La filosofía detrás de los rascacielos (subir y subir), el pensamiento detrás de la aviación (libertad), y la imagen que representaba Estados Unidos (la cuna de la libertad, la seguridad y el sueño americano) se mezclaban formando un detritus que les explotaba en la cara. El cuento del lobo con piel de cordero, el caballo de Troya, la guerra de ocultismo terrorista aprovechándose de las garantías jurídicas que la legislación globalista y woke (progre) proporcionaba a cualquier tipo de inmigrante. El 11-S representaba así la caída de una idea del mundo basada en la libertad, la igualdad y la economía de mercado, pero que tenía como principal defecto su eurocentrismo y arrogancia geopolítica de EEUU, el conflicto Israel-Palestina (la pacificación de Bill Clinton en el pacto entre Ehud Barak y Yaser Arafat, en 1999, fue un teatro que no contribuyó en nada y recrudeció el conflicto religioso de la zona) y la globalización, permitiendo, bajo su justificación económica, abrir la puerta a la interculturalidad sin antes afianzar las normas de convivencia social básicas.
Comienza, ahora sí, el Siglo XXI, los Estados languidecen entre dudas y crisis de identidad, la sociedad igualitaria y virtual se adormece en cuestiones hipnopómpicas mientras la realidad prepara despertarla a fuerza de golpes.
En este sentido, el 11-S supuso la refutación a la patética tesis de Fukuyama de que la historia se había acabado con la caída de la URSS. No es que la caída del totalitarismo representase la caída mitológica del mal y habitásemos a partir de entonces la Arcadia, sino que el totalitarismo, que para nada era una particularidad, siempre tuvo lo que el 11-S recordó: fanatismo y violencia. Era un mito muy débil. Estados, religiones, rencores pasados, guerras… era absurdo pensar que lo que había sido la pauta base de cualquier conflicto pasado durante siglos fuese a desaparecer, pero su descentralización en grupos terroristas representaba el eje distintivo: la generalización de las prácticas de bandas como IRA o ETA infundiendo terror no a los políticos (como otrora los anarquistas a principios del siglo XX) sino a los ciudadanos. Falta por observar si, al igual que ETA (que fue una auténtica visionaria), las nuevas guerras se politizan y penetran sus ideales en las instituciones públicas. Esto supone un cambio de interrogante respecto a la seguridad de un Estado que no solo se prepara ante ataques físicos o ataques biológicos, sino también ante ataques informáticos.
Para muchos el 11-S ha pasado a ser el 11 “ese”, sin dotarle de la importancia histórica que representa: el inicio del fin de un siglo XX que aún no había terminado psicológicamente, seguíamos dándole vueltas a sus valores sin terminar de creérnoslos.
El siglo XX, así, acaba de terminar psicológicamente con el fallecimiento de la Reina Isabel II, en 2022, nos ha costado salir, y cuesta todavía. Dicho siglo no solo inició su fin con la caída de las Torres Gemelas, sino que se atestiguó con la ejecución de Sadam Hussein, la muerte de Bin Laden, el fallecimiento de Reagan y Thatcher, las nuevas escaramuzas del ejército ruso, el pago de la deuda alemana por la Gran Guerra, el fallecimiento de Gorbachov… El siglo XX representó, para la política, un parche ideológico tan sumamente débil de sostener en el tiempo que no podía terminar idealmente sin morir en forma temprana. Mueren los padres y los hijos dejan de hablarse, mueren los grandes símbolos del siglo pasado, sus personajes “buenos” y “malos, y el relato ya no se cuenta más.
La Reina Isabel II representaba la historia viva de esa Europa que conoció las guerras, que vivió tiempos duros que requirieron fuerza, decisiones difíciles y grandes alianzas. La última gran estadista de un Reino Unido que se hace más débil con la coronación de Carlos III. Y es precisamente eso: una Europa débil política y socialmente, una América “aparentemente débil” política y socialmente. Las democracias, esos gobiernos del mayor número, necesitan de grandes líderes; si no los hay revivimos las traiciones de la Dinastía de los Severos (Roma, siglo II al siglo III). Según lanzamos nuestra mirada al Este los objetivos de seguridad adelantan por goleada a los de la libertad y la igualdad. Es evidente que quien busca seguridad siempre se dejará ningunear por el proveedor, y un Estado que logra inducir ese estado mental a sus ciudadanos es más fuerte contra futuros enemigos. No parece que el siglo XXI traiga grandes líderes y sí grandes sirvientes.
El 11-S y la Reina Isabel II representan el principio y el fin del final psicológico del siglo XX. Ya no queda nada del pasado, solo su historia en libros. Comienza, ahora sí, el siglo XXI, los Estados languidecen entre deudas y crisis de identidad, la sociedad igualitaria y virtual se adormece en cuestiones hipnopómpicas mientras la realidad prepara despertarla a fuerza de golpes, la pandemia ha hecho más importante a la seguridad que a la libertad, el terrorismo internacional sigue despierto y atento preparando su siguiente ataque, si bien resurgen los clásicos conflictos internacionales entre Estados por pura especulación de recursos. Ni un solo político representa nada que no sea él mismo o su partido. En mi opinión, durante estas dos décadas hemos estado protegidos por los mitos de la democracia y el neo constitucionalismo característicos del siglo pasado; sin tótems ni símbolos no hay grandes relatos, y ahora que los hemos perdido o despreciado solo el conflicto y la nada axiológica nos puede hacer tejer nuevos mitos. Pero para eso tenemos que ser protagonistas y volver a preguntarnos por lo común frente a lo ajeno y encararlo. Quien piense que no habrá guerras será un idiota que lo más útil que podrá hacer será esconderse en su habitación con posters de Obama y U2; así no molestará. Es el conflicto lo que imprime carácter e identidad.
Como parábola, en nuestro país, Argentina, aún estamos en medio del humo del derrumbe de las torres, y el terrible derrumbe propio de diciembre de 2001 del que aún no hemos salido y no querido asumir, y mucho menos entender el fin del final del siglo XX, más grave todavía si se hace bien la cuenta y se concluye que se viene, que venimos barriendo bajo la alfombra desde ya casi cuarenta años. Y ya no quedan líderes de leyenda, el siglo XX ha terminado hace rato
Y la realidad es que todas las piezas están sobre el tablero y una pregunta puede darle título a la partida: “¿Qué se hará?” ¿“Qué hacemos”? Hemos empezado hace rato el siglo XXI mentalmente, emocionalmente dormidos en la bañera y con el grifo abierto…
“El suelo tiembla bajo tus pies
Este es el terreno de juego
Y tu aportación serán
Ladridos de perro
Y no te arrepientas
De tu falta de talento como rock star
El nuevo orden mundial sabe lo que hace
Y no lo sabes apreciar…”
LobosMagazine LM ™ 2022
EDITOR: José Luis San Román
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