Hemos llegado allí donde ellos querían tenernos: la dictadura. Temerosos, inseguros de nosotros mismos, consentimos, incluso aplaudimos cualquier medida encaminada a la construcción de un "todo va bien" ficticio.
El miedo ciega, dijo la chica de gafas oscuras. Son palabras ciertas, ya éramos ciegos en el momento que perdimos la vista, el miedo nos mantendrá ciegos…
(José Saramago – Ensayo sobre la Ceguera - )
La misión de la Política y de los políticos es convencer a la gente de que pueden solucionar sus problemas mediante las leyes y luego aplicarlas.
Aunque evidentemente no mediante leyes que garanticen la libertad, porque entonces la actividad de los políticos acabaría rápidamente.
Pero los políticos no están interesados en una acción limitada de la Política, ni siquiera tienen como objetivo la solución de los problemas, los políticos están más interesados en crear tensión. Por lo menos los malos políticos, que son casi todos en este país.
Es bien sabido y palpable que la política no suscita pasiones entre aquellos que podríamos llamar sus usuarios o jueces, esto es entre quienes, por principio, tienen la posibilidad de elegir con su voto y no lo hace porque no le generan confianza, ni empatía, ni credibilidad porque está demasiado desprestigiada, y es que se piensa en ella bajo el muy discutible principio de que los políticos hacen muy mal lo que sus críticos, casi cualquiera, sabrían hacer de manera eficaz, simple y brillante. Y viendo y tratando definir al populismo, entendido como el gesto de repudio de los que no gobiernan frente a los que sí lo hacen, se funda de modo muy claro en esta premisa que se ve acompañada de una visión bastante naif del poder como un principio maléfico, algo así como el argumento de quienes culpan de cualquier guerra a los fabricantes de armas.
Entonces, entender la política como un negocio de minorías, es un error explicable pero funesto. Lo primero que una política hace, que debe hacer, y nada ni nadie más puede hacerlo, es construir una comunidad, que enraizada en el pasado se proyecta a un mañana común, y la mejor manera de quedar excluido de esa tarea, que es esencial a los seres humanos, es la de ver la política como quien ve un fenómeno natural frente al que se es impotente porque está ajeno a cualquier designio o empeño personal.
No cabe echar la culpa a los políticos si toleramos que nos traten como bobos, que nos engañen repetidamente y que, contentos con lo que consiguen, no sepan dar, al menos de momento, ninguna señal de que se proponen mejorar.
Por lo tanto, se puede decir que este concepto, esta visión implica una interpretación de la política que tiende a convertirse, de manera peligrosa, en un hecho demasiado común, es una forma de ver que no solo se extiende, sino que acaba creando su propia verdad, una de esas profecías que fuerzan o favorecen su cumplimiento. Y entonces, con independencia del juicio que merezca este fenómeno, el que la política se independice del resto de la vida social y se convierta en una actividad de nicho, resulta evidente que su auge tiene mucho que ver con las formas en las que lo que llamamos “políticos profesionales” realizan su trabajo.
Es bien comprobable que los políticos de profesión pueden sentir preferencia porque su actividad sea considerada como algo a lo que nadie puede aspirar o que ni siquiera se puede tratar de entender, y de ahí la profesionalización de los políticos, la carrera política y la conversión de supuestos gestores en líderes y que, en consecuencia, los ciudadanos se sientan desvinculados de lo que ocurre en la política y se reserven el derecho a despotricar. La forma de hacer política que se acaba imponiendo en un país, en este país y la idea que los ciudadanos se hacen de ella son dos caras de la misma moneda.
Es muy claro entonces que dejar del todo apartados de la política a los ciudadanos es un riesgo, si es un riesgo, supone un riesgo porque se podría llegar a producir una abstención electoral escandalosa y eso convertiría a las políticas que se suponen representativas y democráticas en una insoportable farsa. Y que de hecho ya lo es, sólo hay que ver como se opta por unos u otros, porque ya no se elige, solo se opta. Los políticos profesionales que desean que nadie les moleste en su trabajo, y en Argentina tenemos casos bien cercanos y a la vista todos los días, necesitan movilizar a “sus electores”, no a los electores sino a los suyos. Y de hecho entonces una contradicción práctica se hace visible y es cuando buena parte de esos electores pertenecen al grupo de los que sienten la política como una preocupación absurda y muy ajena y como un ejercicio desastroso.
Podemos ver muy claramente que el recurso más a mano, cómodo y recurrido para el caso está en crear una atmósfera de polarización, y es llevar a los electores al estado de ánimo en el que se hacen compatibles dos sentimientos contrarios, el de que la política es un desastre, con el de que todavía sería mayor el desastre previsible si no ganasen los nuestros. Y es muy corriente a estas alturas ver, por poner el ejemplo, la soltura, la liviandad con la que algún representante de la política profesional a la que investiga la Justicia por la comisión de delitos en el ejercicio de su cargo se acoge a la excusa de que ha de seguir en el sillón, “su sillón”, porque no consentirá que acaben con su posición “intrigas judiciales” y porque, además, de paso, declamando convencidos que hay que enfrentarse al fascismo…¿¡!?.
Queda entonces de manera patente que la polarización ejerce un poder de identificación forzada con el político que puede servir de excusa para que éste olvide totalmente sus obligaciones morales y sus funciones representativas, es lo que hace que los diputados y senadores y también vale para el caso de los concejales en las ciudades, sean de un partido mucho antes que de cualquier lugar que se supone representan, al que deberían representar, algo que los asimila a los autócratas. Y cuando se consigue este efecto se puede hablar a los electores en términos que nada tienen que ver con sus necesidades, sus proyectos o sus deseos, con nada que pueda significar una política en el sentido más estricto del término, un proyecto comprensible y deseable que requiere participación, de modo que el político profesional reducirá la campaña al manejo de las expectativas acerca de que su partido gane y a hacer explícitos sus temores de que pierda. Y el truco…el truco es casi mágico ya que logra que muchos no se hagan la pregunta que sería pertinente: ¿y a mí que me importa?
Se pueden lograr auténticas maravillas casi milagros, en el camino de la polarización, esto es desde que un partido no tenga el menor programa, o tenga programas alternativos y contradictorios, no tenga idea ni interés de nada más que el uso y abuso del poder y sus propios beneficios y se presente como el partido de Argentina, el del Norte, del Sur, de la gente o del progreso, les encanta hablar de “la gente” como otra cosa, “una cosa” distinta a ellos… “la gente” hasta que pueda llegar a reprochar a sus electores que no profundicen demasiado en la guerra cultural, lo que al parecer, esconde el intríngulis último de cualquier política. Da igual que la misma expresión “guerra cultural” sea contradictoria, como lo sería hablar de un “amor asesino”, porque lo que pretende es la movilización total, una actitud en la que ya no hay nada de qué hablar con el adversario que es un criminal que solo merece derrota y extinción. Y entonces, de esta forma, lo que sería natural en partidarios del terrorismo metódico se convierte en un arma habitual en manos de partidos que se escandalizarían si fuesen considerados violentos, cuando lisa y llanamente es violencia lo que usan y hacen.
En la polarización está implícita una renuncia a la política, a cualquier forma de razonamiento, de diálogo y de comprensión, de análisis y de objetividad, de forma que a quien señale problemas o carencias se le considerará un enemigo, y se le expulsará del espacio de debate en el que no cabe otra cosa que la cobardía y el aplauso. Como es lógico, esta forma de entender la política la devalúa y la convierte, en efecto, en una guerra.
Es absolutamente ofensivo y ridículo que formaciones políticas que dicen estar convencidas de que proponen lo mejor no se dediquen a explicar en qué consiste y se refugien en el nebuloso mundo de las ideologías, nunca ideas, solo ideologías… dogmas, un universo en el que reina el principio de que dos cosas iguales a una tercera no son iguales entre sí. Vivimos un momento en el que los hechos y las realidades están en un nivel muy bajo de cotización, como se ve en el trabajo de quienes dicen dedicarse a lo que se denomina, de manera harto ampulosa, fact checking (verificación de los hechos), un supuesto chequeo que se convierte en persecución habitual de las ideas que, a juicio de estos censores, son contrarias al progreso, algo que ellos, en el colmo de la fatuidad y la ignorancia, dicen conocer y proteger.
Es muy común hoy día, cada día más, que los llamados partidos usan y abusan de una modalidad que atenta contra la ética y la moral, de un accionar, una tendencia muy peligrosa a confundir sus proyectos con pura propaganda y a presentar sus supuestos éxitos, en el dudoso caso de que existan, de manera por completo independiente, separada de los costos que hayan podido implicar. Y cuando actúan así, se presentan como auténticos charlatanes, como esos patéticos vendedores de tónicos mágicos para el cabello que se veían en los antiguos western y para disimular esa carencia básica tienen que acudir a que sus votantes crean que la política es el arte de presionar, de apurar al otro, de amedrentar, esa bajeza del virtuosismo del insulto, el carrousel de la caricatura grotesca del adversario que, para no ser menos, se presta a ello con soltura y devuelve la misma moneda.
Y, así las cosas, El Producto Bruto de la Argentina (PBI) se redujo 12% entre 2011 y 2019 según se desprende de un informe de la consultora Ecolatina. Si se suman los dos años de la pandemia -2020 y 2021-, la cifra alcanza el 16% tras la caída de la economía un 10% en esos dos años; con la deuda por las nubes, con el desempleo que cada día produce más malhumor, enojo y desazón en la sociedad que vive de su trabajo y esfuerzo y con un futuro bastante inmediato que ningún charlatán de feria va a ser capaz de disimular. No cabe echar solo la culpa a los políticos si toleramos que nos traten como bobos, que nos engañen repetidamente y que, contentos con lo que consiguen, no sepan dar, al menos de momento, ninguna señal de que se proponen mejorar, porque no saben, no pueden, no les importa.
Hemos llegado allí donde ellos querían tenernos: la dictadura en nombre de la democracia, vaya paradoja no? alucinante surrealista paradoja. Temerosos, inseguros de nosotros mismos, consentimos, incluso aplaudimos cualquier medida encaminada a la construcción de un "todo va bien" ficticio. Refugio de ciudadanos indefensos, cueva húmeda y lúgubre en la que apenas penetra la luz de la libertad. Video vigilancia en las calles, en los correos de internet, en las líneas de teléfono, adoctrinamiento ideológico en las escuelas, en las universidades, en la comida, en las emociones, en el sexo, en lo que sea puedan meterse, en los medios de comunicación. En la propaganda del miedo: terrorismo; cambio climático; pregonar a favor de la salud matando gente, con el disfraz de libertad claro; grietas y balcanización de un país. Nos ponemos en manos del “estado” en la esperanza de ganar seguridad, mansos, inconscientes de que vendemos para ello nuestra libertad. Aceptamos vivir en nuestras cárceles-cuevas, rodeados de cámaras, de verjas, de sistemas de alarma, encerrados en nuestro miedo mientras los criminales, los terroristas, los tahúres, sofistas, los liberticidas, nos acechan libres como lobos. ¿Somos las ovejas en el redil? Hemos olvidado que somos nosotros quienes hemos de decidir quién nos representa, quién nos gobierna, cómo nos gobierna y para qué nos gobierna. Y no cada dos, cuatro años, cada ocho, o lo que sea. Todos los días, cada día. Hemos olvidado que somos nosotros los responsables primeros de nuestra propiedad privada, de nuestras vidas, de las vidas de nuestros hijos, de nuestros vecinos. Hemos olvidado que la defensa de la vida de otro puede costar la nuestra.
Los sofismas políticos no están solo en las medias verdades que unos y otros cuentan, sino en la irresponsabilidad moral de no saber exigir más y elegir mejor, algo que no tiene que ver tanto con las jornadas electorales como con lo que hacemos y nos pasa cada día.
Argentina es un socialismo sin dogmas y un capitalismo sin mercados.
Es un país necrológico donde se levantan monumentos a los muertos, los mismos que en vida el sistema no les dio contención.
Es un país que iguala hacia abajo, oculta al mejor, exporta inteligencia, pisotea ideas y donde las masas son usadas para seguir manteniendo un sistema perverso y pervertido que beneficia a pocos y degrada la moral y la fe pública.
En la Argentina de los sofistas y de los sofismas, se habla de distribución de riqueza y no se la práctica, se habla de justicia y nadie lo cree, se perdió el respeto por las instituciones y las investiduras, se habla mucho y se hace poco mientras se aplauden discursos con pomposos titulares carentes de todo contenido.
En la Argentina de los sofistas y de los sofismas, se habla de distribución de riqueza y no tenemos autopistas, no tenemos ferrocarriles; no hay agua potable para la mayoría de los habitantes; no tenemos política agropecuaria, se necesita leche y se cierran tambos, se necesitan alimentos y se boicotea su producción; no tenemos políticas de desarrollo y progreso bien entendido; no tenemos política de energía; se degrada el trabajo y los trabajadores por medio de los sindicatos, una subnormalidad bien argentina por cierto; no tenemos políticas ni concepto de Nación. Se dilapida riqueza para comprar poder efímero a través de gasto publico improductivo, total después, se utiliza la teoría y la doctrina, la culpa es de los desastres naturales, es de algún imperialismo, es de algún virus demoníaco, es del demonio que está contra nosotros, la culpa siempre es de otro; y “la etérea ilusión” la respiran y aspiran, corre por su sangre les llega hasta la mente y les gusta hasta en su forma de mentir, los sube los baja, y total… todo se olvida.
En la Argentina de los sofistas y de los sofismas, se dictan leyes a medidas de las apetencias de turno, mientras la sociedad emprendedora no tiene créditos blandos, ni bancos que trabajen de banco, tasas de interés bajas, ni mercado que la contenga, el Estado exige a la sociedad civil lo que el gobierno no practica.
En la Argentina de los sofistas y de los sofismas, se despedazan los sueños, se mancillan las esperanzas, y como dice la canción: “cuando la mentira es la verdad”… lo único que no se puede esconder es la realidad del hoy, consecuencia de malas políticas, de malos políticos, acciones y estrategias que malos gobiernos tomaron años atrás y toman en el presente.
Y solo la conciencia, individual y colectiva, nacida del seno de la educación de cada hogar, la calidad de la enseñanza impartida, el respeto por el prójimo, una respetuosa y armónica convivencia social, el respeto por las leyes y la justicia, el respeto hacia las instituciones, entre otros valores y principios; y una dirigencia política que sepa generar desde el Estado estos mismos valores de manera ejemplar, nos hará salir lentamente de este vicio, círculo vicioso de malos sistemas, de la ignorancia en el poder y de falta de crecimiento y desarrollo individual y colectivo.
No es necesario acabar con la democracia, no hace falta una nueva revolución. El pueblo soberano, con su miedo, se ha encargado de ello. Ha permitido que le desarmen, que le quiten la voz firmando una capitulación irreversible, por ahora, tal vez.
Aún estamos a tiempo
Deseos tan ligeros como promesas
Una voluntad tan liviana como escasa
Y la sospecha persistente e impertinente
Aunque traten siempre de disimular
Acciones y facciones
Que no me convencen
Y el reflejo en el espejo está loco de atar
Todo este abanico de pantomimas
Todas las risas todas las rimas
No conseguirán engañarnos a todos
Aunque a veces parecemos tontos
No conseguirán engañarnos a todos
A todos no
En noche cerrada entran todas las moscas
Y nos bañamos en el mar, la mar de bien
Mas allá donde no alcanza la vista
Llegaban mis expectativas
Un tejido de elucubraciones de teorías
En universal galimatías
Marionetas de agua a la deriva
Bailando a lomos de oleajes de surf
No conseguirán engañarnos a todos
Aunque a veces parecemos tontos
No conseguirán engañarnos a todos
A todos no
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