El mito de Medea nos habla del arquetipo de la bruja, una mujer autónoma, invadida por grandes pasiones y férrea capacidad de decisión.
Uno de mis escritores favoritos ha escrito alguna vez: “El deseo de venganza no es más que el ansia de justicia insatisfecha.“
Será que la crueldad tiene corazón humano? Y que la envidia humano rostro?... y el odio? La furia? La ira?
Y será que el terror reviste una divina forma humana? Y será que el secreto lleva ropas humanas?
Y será que esas ropas humanas son de un duro hierro forjado? Y que la forma humana es la fragua llameante y el rostro humano es una caldera sellada y el corazón humano sus hambrientas fauces?
Será que si las puertas de la percepción se depurasen, todo aparecería a los hombres, al ser humano como realmente es: infinito. Pues el hombre se ha encerrado en sí mismo hasta ver todas las cosas a través de las estrechas rendijas de su caverna - DEL EDITOR –
Los hijos ya no están
¿Será posible encontrar algún vínculo entre la risa burlona de Medea huyendo en su carro dorado con los cuerpos asesinados de sus hijos y el llanto reprimido de Virginia al salir de un cuartucho maloliente luego de su cuarto aborto?
Medea era una joven princesa que le esperaba una vida sin sobresaltos, rodeada del amor de su familia y con los dones de hechicera de su lado. Sin embargo, siendo una adolescente auspiciosa, cuando Jasón llegó a su tierra, no se resistió un instante, Eros la encegueció y ella entonces, dispuso de todos sus dotes para auxiliar al héroe en su viaje iniciático. Construyó un amor enfermizo transformándose en la media naranja que completaba las falencias del galán. Lo arriesgó todo en nombre de ese amor, traicionó a su padre, abandonó su patria y fue capaz de matar a su hermano menor. ¿Era eso amor verdadero? Me animo a decir que, como tantas veces los negocios se interponen y Medea estaba en realidad generándole a Jasón una deuda muy difícil de pagar. Cuando pasado el tiempo, él decide que ya era hora de cambiar de esposa, ella antepuso su instinto de venganza y guiada por la más prístina irracionalidad, fue capaz de asesinar a sus hijos. Toda su entrega no había sido a cambio de nada, él debía pagar su desamor con la vida de esos niños.
Virginia era una adolescente intrépida, caprichosa, insolente, que a los tempranos quince años se enamoró del chico malo del pueblo. Pudo haber sido un amor posible, pero todo se dispuso mal desde sus comienzos. Perdió su virginidad con él sobre unas mantas húmedas una noche de primavera, pero el no haber sangrado, fue la tesis que permitió el reproche hasta la separación. Ella nunca lo convenció de su error y esa angustia la acompañó hasta sus últimos días. Virginia, al igual que Medea, fue una compañera fiel que sólo deseaba satisfacer los caprichos de su celoso novio. Fue seducida por el desafío de ser la compañera legal del más bello del barrio. Mario tenía los ojos más claros jamás vistos y los paseos juntos en el auto robado de su abuela, eran la prueba cabal de una relación por todos conocida y no por todos aprobada. Ella se ilusionaba todos los lunes que esa semana sería diferente, que él la invitaría al almuerzo familiar del domingo o que el martes, a la salida del colegio, le propondría una vida de sueños compartidos. Alguna vez, pudo conseguir que su futura suegra la dejara despertarlo, mientras ella hacía de centinela y vigilaba desde la puerta del dormitorio que la acción se limitara a un mísero y frio zamarreo.
Nada de educación sexual en esos tiempos, sólo el control rutinario y exhaustivo de la llegada de la menarca todos los meses. Virginia aún recuerda, los pinchazos en sus dedos sobre un manojo de algodón para poder simularla y las pócimas que el farmacéutico del pueblo preparaba para detener el embarazo indeseado. Nunca dieron resultado, y esa primera vez tampoco. La madre de Virginia, luego de inspecciones rigurosas, descubrió el engaño, su hija de quince años estaba embarazada. Su sentencia fue terminante y seca: “tu padre no sabrá nada de este asunto, el Dr. Galante te hará un aborto y será sin anestesia para que sufras lo justo”. Nunca olvidará ese día, el doctor no emitió palabra alguna, el quirófano con azulejos verdes, la camilla helada y la enfermera, una joven no mucho mayor que ella, la abrazó, estrechó dulcemente sus manos y le dijo:” tranquila, esto será breve, no sufrirás ningún dolor y cuando despiertes, todo estará resuelto”. Pasaron los años y aunque se cruzaban muchas veces en el pueblo, jamás le agradeció sus palabras y esa valiente enfermera murió sin saber que había sido su único rescoldo. La vida de Virginia la llevó a reincidir en esa experiencia cuatro veces y en cada una se repetía, antes de inflar ese mágico globo con cloroformo “este es el último, en este te morís”. A pesar de arriesgar su cuerpo tantas veces y de vivirlo siempre en total soledad, no podía imaginarse una vida sin él. El olor penetrante de la anestesia, como posible preludio de muerte, quizás fue el insumo que generó un súper desarrollado sentido del olfato. Virginia era un como un roedor nocturno, capaz de detectar un sinnúmero de moléculas aromáticas. Amaba el perfume de las flores y detestaba el olor del Fernet, le recordaba el falso abortivo del boticario del barrio.
A diferencia de Medea, quien fue abandonada por Jasón, Virginia fue quien dejó a Mario. Pero para eso pasaron largos diez años cargados de muchas humillaciones y repetidos ataques de ansiedad. Supongo que Medea no pudo soportar la idea de ver a su amado con nueva esposa y en compañía de sus propios hijos. Virginia no soportaba ver bebés. En cada uno, veía uno de sus fetos abortados, en cada rostro infantil, los posibles ojos de sus hijos muertos. La culpa tomó dimensiones desmesuradas y al llegar a los treinta, se repetía casi a diario que su alma no tenía ninguna posibilidad de escapar del infierno. Seguramente por eso, se convirtió en agnóstica primero, en atea después. La adolescencia dejó lugar a la adultez y Virginia confió que su prestigio como científica, sus reconocidos méritos académicos, sus compartidos logros profesionales, fueran acciones suficientes como para expiar su pasado de pecadora.
Quizás el terrible agravio que sintió Medea cuando su esposo pretendió desterrarla para desposar a una princesa más joven, pueda equiparase al ultraje reiterado de Virginia, cada vez que posó su delgado cuerpo sobre esa camilla desvalijada. La reacción de la princesa fue inmediata, sacrificó con sus propias manos a sus hijos para castigar brutalmente a su amado. La reacción de Virginia nunca llegó, su corazón sufrido y su cuerpo dolorido nunca se recuperaron y cuando hoy camina lentamente por los pasillos del neuropsiquiátrico, se la escucha decir en voz muy baja ¿dónde están mis hijos que nunca los puedo ver?.
Laura Draghi
Nov. 2021, Roque Pérez, Buenos Aires, Argentina
"No te conozco
Pero vienes a buscarme
Un ejército de sombras
En la noche de cuchillos
Sé que vienes a buscarme
No me quieres dejar vivo
¿Y yo qué es lo que hice?
Solo quise ser yo mismo
Sé que vienes a buscarme
No me quieres dejar vivo
¿Y yo qué es lo que hice?
Solo quise ser yo mismo
Tú armado hasta los dientes
Y yo aún no estoy vestido
Si tú quieres ser soldado
Yo prefiero ser un niño
Asumir que soy tu presa
Y emigrar a otro planeta
Donde no marques mi puerta
Donde no tengamos dueño
Donde el alma de la gente
No se apague con el tiempo
Y no exista moraleja
Al final de cada cuento..."
El complejo de Medea
En la mitología griega Medea era hija de Eefes, rey de la Cólquida y de la ninfa Idía. Ejercía como sacerdotisa de Hécate. Aprendió la hechicería de su tía maga Circe. Un lejano día Jason y su tripulación llegaron al reino de Cólquida y exigieron a Eefes el vellocino de oro, vellón del cordero de pelo dorado, símbolo de autoridad y realeza, para conseguir que Jason alcanzase el trono de Yolco, en Tesalia. Medea de enamoró perdidamente del joven Jason, al que ayudó a conseguir el deseado vellocino, a cambio de que se casase con ella y la llevara Grecia con él. Eefes ordenó a su hijo mayor Apsirto salir en busca de ambos al mando de su flota. Cuando Apsirto logró alcanzarlos y le propuso a Jason una treta para raptar a Medea y devolverla a su padre continuando él con el vellocino hasta Grecia. Enterada Medea de la traición de su hermanastro, urdió un plan con su magia para que su hermanastro acudiera solo a negociar con Jason y este aprovechara la situación para matarle, arrojando sus restos al mar. Jason y Medea llegaron sanos y salvos a Yolco donde se casaron entre grandes fastos. Peleas, hermano del padre de Jason, había arrebatado el trono al padre de éste, y se negó a renunciar al trono en favor de Jason. Nuevamente Medea utilizó su magia para que las hijas de Peleas acabaran con la vida de su padre. Tras este magnicidio Jason y Medea tuvieron que huir al reino de Corinto. Aquí el rey Creonte le propuso a Jason acabar con Medea para que éste se casará con su hija, la princesa Creúsa. Medea entró en cólera y le regaló un bello chal hechizado a Creúsa. Al ponérselo empezó a arder y arrasó con su fuego a su padre a Jason y a los dos hijos que Medea había tenido con Jason, y a todo el palacio. Por todo ello, los habitantes de Corinto la apedrearon y la expulsaron de la ciudad. Medea en su vagar llegó a Atenas, donde no solo recibió asilo, sino que se casó con el rey Egeo, con el que tuvo un hijo. Cuando Teseo hijo secreto de Egeo, que estaba fuera del reino, se enteró del matrimonio de Medea con su padre del que nació un hijo que Medea pretendía fuera el heredero de Egeo, regresó a Atenas y la obligó a huir con su hijo de Atenas, regresando a Cólquida, donde su familia acogió y perdonó.
En Psicología se habla de complejo de Medea, propuesto por Jacobs en 1988, para referirse a aquellas madres (a veces padres) que tiene ideas parricidas sobre sus hijos, especialmente en caso de separaciones de pareja conflictivas, como venganza hacia la otra parte. El odio a la pareja supera el amor a los hijos. Los hijos se instrumentalizan para hacer daño al otro. La mayoría de estas madres y padres no padecen trastornos mentales previos. Sufren lo que se ha denominado enfriamiento del mundo emocional.
Compartir esta reflexión de Albert Einstein: “En esta época de desarrollo científico es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio”.
Desde el punto de vista del psicoanálisis freudiano, la agresión desencadenada por la pérdida del objeto amoroso es dirigida hacia otros relacionados con el objeto de agravio, en este caso los hijos.
Para Lacan por encima del rol de madre está el de mujer, existe un más allá de la maternidad. Para este autor no todas las mujeres pueden declararse como tal por la vía de la maternidad, es ante todo la pareja de su partenaire. La maternidad no colma el ser de toda mujer, antes que madre es mujer, que quiere ser reconocida por su partenaire.
Por último, compartir esta reflexión de Albert Einstein: “En esta época de desarrollo científico es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio”.
José María M. Callejo
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