Es necesario meditar sobre nuestros políticos en estos días turbulentos de manifestaciones y juicios, para saber con quién nos estamos jugando los cuartos de final a ciegas.
La gran estafa y la escena final
Sin rumbo en manos de los políticos
Supongamos que echamos de menos en Argentina a verdaderos hombres de Estado. No es nuevo esto. Y no es esta apreciación de apenas unos días o pocos años, sino con la apertura, llegada e instauración del sistema democrático en 1983. Ya desde los 90 en adelante se consolidó a nivel nacional, pasando por todos los estamentos de menor a mayor, de la organización de la República; la mediocridad ambiente irrumpió con fuerza en los círculos políticos de los que se esperaba y esperábamos no una excelencia plena, porque sería pedirle peras al olmo, pero al menos una tendencia hacia la racionalidad y el conocimiento. Esperábamos ese algo de excelencia, o tendiente a “ese algo”, esperábamos algo de cordura y de valor y esperábamos algo de lo que puede ser la esencia de la moralidad aplicada en el interés de la sociedad y actuar en consecuencia, ya que se predicaba que se salía de las noches oscuras y trágicas de una dictadura armada, que no podría haber sido posible vale recordar sin la complicidad y anuencia de distintos partidos y/o parcelas de la vida política y sectores representativos (supongamos) de la sociedad civil. Y esas cualidades, que muchos, en nuestro interior, creíamos eran propias y nos eran propias, de los partícipes directos de la vida de los partidos políticos, no eran tales, muy por el contrario, estaban y están en una carrera en pendiente hacia abajo… a menos que… se comprenda la catástrofe que deviene ante la ausencia de democracia, aunque se vote, votar no es democracia, es parodia de opción… o ¿acaso los argentinos se han acostumbrado a vivir con un mal Estado de partidos que los aborrece y los destruye, aunque trate burdamente de disimular besando y abrazando niños en medio del barro y el hambre? Sin que se les mueva un pelo.
La sociedad argentina aunque no lo admita, no lo vea, no lo comprenda, es una sociedad a la vista claramente colectivista. Sí colectivista. Un antiguo proverbio chino podría bien definir esto: “no dejes de clavar en la tabla la punta que sobresale”, tan simple y tan negado el recurso, ¿no? Entonces es así y gracias a su poder, la mejor forma de conseguir esto es imponiéndolo desde el “estado”, un sistema social basado en la “igualdad y blablablá….”, sin respetar antes y primordialmente las libertades individuales, los derechos individuales, la igualdad ante la ley. Pero… no se trata del lógico “todos iguales ante la ley”, sino que mansamente se camina en el rumbo de “todos iguales por ley”, y todo esto, y casi nada, de la mano de quienes realmente representan (supongamos) a las mayorías: mediocres, emocionales y emocionables, envidiosos, rencorosos y resentidos de todo tipo.
Y tenemos a la vista, si se quiere ver, que “elección” a “elección”, en realidad es optar, porque no se elige, apenas se opta, se ha ido construyendo una ética, se ha ido “educando”, domesticando, en una ética, dándole forma a un Estado, a una “democracia”, basando todo en el principio por el cual las personas, los individuos no pueden o no quieren ayudarse a sí mismas, resultando entonces y a la vista está que en cuanto surge una dificultad por más mínima que sea, recurren al “papá estado” en lugar de pensar, de razonar que podrían hacer ellos mismos, pero no. Y tenemos que hoy la mayoría, las mayorías están transformadas en seres dependientes, casi abandonados por completo a las arbitrariedades de la burocracia social estatal. Sistema éste que asegura los puestos de trabajo de los funcionarios, y a su vez que crezca de manera indiscriminada, solo porque sí; y su consecuencia en el tiempo es la eliminación de la soberanía de las personas, la soberanía individual. Y así es como se observa, como hemos avanzado y llegado a este “estado-iglesia” bajo el que nos encontramos envueltos. Obviamente estamos sin rumbo, con el rumbo errado.
Todas estas personas convertidos en “políticos”, son simplemente personas como todos nosotros que han decidido convertirse en “portavoces” de la pluralidad o matices existentes en nuestra sociedad; o al menos así debería ser. Y no, no es, desgraciadamente el caso argentino; tendríamos que preguntarnos y ellos mirarse al espejo en una pregunta también, ¿por qué motivos, razones, una persona se convierte en político, o mejor dicho incursiona en el terreno de la política?, otra pregunta posible y necesaria ¿de qué medios se sirven los políticos para hacer equilibrio y mantenerse en el poder del sistema ese de la política, que vive mayormente de los dineros públicos?
Quien fuera el tercer presidente de los Estados Unidos de América, Thomas Jefferson, ocupando el cargo entre 1801 y 1809. Y a quien se le considera uno de los padres fundadores de la nación y fue el principal autor de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos de 1776, ha dicho que "Siempre que un hombre echa un ojo anhelante a los cargos, comienza una podredumbre en su conducta".
Los nombramientos, designaciones y elección de los representantes son buscados por tres motivos: por la ambición; por interés personal y por el bien público; pero lamentablemente la experiencia demuestra que los dos primeros son los más frecuentes. Por esto, los candidatos que los sienten, principalmente el segundo son los que más trabajan y que más éxito logran en la consecución de sus objetivos, y conforman por lo general mayoría en los consejos, comisiones legislativas, y ¿nos preguntamos? ¿con que facilidad se enmascaran las medidas viles y de extremo egoísmo con pretextos de bien público?. Ese bien común, una meta poco frecuente en la “clase política”. Y vemos (supongamos) como esos políticos se quedan en las dos primeras razones a resguardo en ellas y su sobreestima, y esto lleva a que caigan en el vanidoso error de creerse líderes morales o espirituales del pueblo, cuando no son nada, sino simples parásitos. ¿hay personas, políticos con valores, principios e ideas republicanas? Sí, es la respuesta, pero brillan por su ausencia, no navegan las aguas actuales de mediocridad y vulgaridad.
¿Es entonces, la inteligencia limitada de un político una desventaja en democracia? ¿o es una gran ventaja que lo dota de una mayor competitividad? Precisamente, no es casual que tras procesos y procesos electorales, no procesos de evolución de la democracia, sino procesos, trámites electorales, vemos que los políticos elegidos no se distinguen ni mucho menos brillen por sus cualidades intelectuales, racionales.
¿Existe una selección natural “hacia abajo” propia de la clase política y del propio sistema político, financiado por el Estado? Sí, existe y bien a la vista de quien quiera verlo. Esta selección natural hacia abajo es un factor que limita, desalienta la presencia de otro tipo de personas en ella; y entonces, ¿la política se presenta controlada, digitada, por personas de limitadas capacidades? Sí, es así. Se genera en sí misma un fenómeno de disuasión efectivo que cierra el paso a quienes poseen cualidades de criterio, razón, conocimiento y cualidades necesarias y dediquen sus esfuerzos a las cuestiones y la iniciativa de las cuestiones públicas para centrarse en las actividades privadas, a costa de padecerlos.
Y… ¿cómo son percibidos los políticos por los ciudadanos? Cuando los conceptos “estado” y “gobierno” tienen para el común de la gente una importancia más allá de la naturaleza de su significado, y es posible, olvidando comúnmente que estos conceptos son sólo descripciones de pequeños grupos de poder.
Si hacemos un ejercicio, un recorrido hacia nuestro interior, una introspección; podemos pensar en la situación, si la hubo, en que abandonamos una idea que creíamos con cierto grado de certeza, o bien totalmente cierta, porque la contrastamos, enfrentamos con una nueva situación, un nuevo hecho, un conocimiento nuevo, o con inesperadas consecuencias de la realidad cotidiana. Y es que creemos en el acontecer diario, que estamos acertados en nuestras opiniones, obviamente, de lo contrario no las defenderíamos, pero… es poco probable que siempre vayamos a estar de acuerdo con nuestras opiniones, puede ser así, tal vez piense que no, pero… como parece que hemos aprendido a aferrarnos, amar ciertas ideas a las que no queremos renunciar, sin preguntarnos, y nuestro cerebro tiende a filtrar la información que recibimos del exterior, y hace que se encajen en nuestro esquema de pensamiento. Y ciertamente éste es un proceso absolutamente natural, sí. Un proceso irremediable, salvo si es posible que logremos un cierto grado de escepticismo personal y que esto nos permita revisar y comprobar si las previsiones que habíamos plasmado se han cumplido realmente. ¿Y si ello no fuera el caso?, entonces habría llegado el momento de repensar nuestra idea, nuestras ideas, y, por lo menos, valorar la posibilidad de corregirla… ¿lo hacemos?
“La gente habla constantemente de que “el gobierno” hace esto o aquello, como si fuera Dios quien lo hace. Pero el gobierno no es más que un grupo de hombres y, por lo general, son hombres muy inferiores”, ha escrito Henry L. Mencken, quien fue un periodista, ensayista, satírico, crítico cultural y académico del inglés estadounidense. Comentó ampliamente la escena social, la literatura, la música, los políticos prominentes y los movimientos contemporáneos.
Y son pequeños grupos de poder, ya que el poder no solamente lo ejercen los políticos; y es que de toda la puesta en escena política, las mayorías solo ven su parte pequeña, la menos importante o la más banal, los políticos; pero es mucho más interesante que estos “actores”, son quienes a modo de guionistas, escenógrafos y coreógrafos dan movimiento a la vida política de un país, estos pueden ser los opinadores en los medios de comunicación, los defensores a ultranza de los dogmas del estado a como dé lugar, apologetas del “estado” y las “iglesias”, los administradores de las libertades desde la burocracia de Estado y los llamados consejos de sabios, tan activos y florecientes en el mercantilismo del saber por estos días.
En la novela “Un mundo feliz” de Aldous Huxley se dice que un gramo de “soma” (1), cura diez sentimientos melancólicos, no tiene efectos secundarios y el Estado es el encargado del reparto de esta sustancia para controlar las emociones sentidas por los miembros de la comunidad con el fin de mantenerlos contentos, factor necesario para no poner en peligro la estabilidad social. Permítanme que les diga que no, que el soma no era una pastilla, y que estamos atiborrados de eso que voy a llamar “felicidad estatal”, gracias a una herramienta mucho más sutil: la democracia pervertida.
Hemos olvidado que somos nosotros quienes hemos de decidir quién nos representa, quién administra lo que decidimos poner en común, cómo lo administra, para qué lo administra. Y no cada dos o cuatro años, o lo que sea. Todos los días. Hemos olvidado que somos nosotros los responsables primeros de nuestra propiedad privada, de nuestras vidas, de las vidas de nuestros hijos, de nuestros vecinos. Hemos olvidado que la defensa de la vida de otro puede costar la nuestra.
No es necesario recurrir a ninguna pastilla, no hace falta una nueva revolución. Nosotros, con nuestro miedo, nos hemos encargado de ello. Hemos permitido que nos desarmen, que nos quiten la voz firmando una capitulación irreversible.
Y por estos días en que la República se juega en los cuartos de final, al borde de seguir participando en la liga de naciones racionales, es vital poder responder a una necesidad que surgió en mayo de 1810 y puesta en marcha en mayo de 1853 con el objetivo de constituir la unión nacional, afianzar la justicia y consolidar la paz interior; o de perder el rumbo, en donde los políticos del sistema político, compradores de votos a cambio de promesas electorales, consiguen comunicar con un gran grupo de electores que, encantados con el juego, hipotecan su libertad. En el Estado colectivista y partitocrático existen, según Henry L. Mencken, dos clases de ciudadanos: “…those who work for a living and those who vote for a living.” Aquellos que trabajan para vivir, y aquellos que votan para vivir…
Usted… ¿a qué grupo cree que pertenece?
(1)El soma es el narcótico divino de la antigua India. Diferente a la mayoría de los alucinógenos, considerados mediadores con lo divino, el soma fue reconocido como un dios por sí mismo. Su naturaleza se mantuvo como un misterio a lo largo de varios miles de años. Aldous Huxley, buen conocedor de las antiguas tradiciones visionarias, dio el nombre de "soma" a la droga que tomaban los personajes de su novela Un mundo feliz –publicada en 1932–, con la que lograban tranquilizarse, olvidar los problemas y evadirse de la realidad cuando lo necesitaban, sin ningún tipo de efecto secundario.
La gran estafa, el canon imperial
Y todas las señales avisándonos
Después de todo lo veíamos llegar
Aguantaremos juntos la respiración
La gran estafa, el canon imperial
Y todas las señales avisándonos
Siguen predicando, es cuestión de fe
Repítanlo mil veces para poder creer
La gran estafa y la escena final…
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