Se asoma estirando su cuello y desde el séptimo piso, donde está su departamento, calcula la distancia al suelo.
Nos había quedado flotando en la última batalla de palabras escritas con Pepe, hace unos 600 días atrás; y es que dicen que todas las cosas, o al menos algunas, deben ser contadas cuando llega el momento, si es que llega, y sino uno seguirá encadenado a un secreto, a veces no tan secreto para el protagonista y parece que esconde cosas como las nubes a veces ocultan el sol, pero… se dicen tantas cosas en nombre de vaya a saber qué, porque después de todo y pensándolo un poco ¿qué es lo real y qué lo irreal? ¿quién lo dice y lo puede afirmar? ¿es una novela que se hace real, si es que esto es posible? ¿Quién puede aformar lo contrario?... y es que una novela, o una parte de algo como una novela, no es una confesión de su autor, sino tal vez es una visión, observación de lo que es la vida humana dentro de la trampa en la que se ha convertido el mundo en el tiempo. Y será que… la gente en su mayoría, hueye de sus penas hacia el futuro, sin saber qué es eso obviamente, y es posiblemente que se sienten una línea más allá donde esas penas actuales dejarán de existir… y entonces es esa sensación… como si los polos, el norte y el surse aproximan hasta llegar a tocarse, todo desaparece, o parece, y el hombre, el ser humano, se encuentra en un vacío que hace que su cabeza de vueltas y se sienta atraído por la caída, como buscar llegar alto, pero atraído por la caída… y recordando algo escrito por ahí “aquel que quiere permanentemente llegar más alto, tiene que contar con que algún día lo invadirá el vértigo… DEL EDITOR
Setenta y cinco metros de profundidad
Mientras desayuna curiosea por la ventana que da sobre la avenida. “Cielo claro, límpido y diáfano”, le confirma el meteorólogo desde el televisor colgado en la pared opuesta. “Qué ganas de malgastar sinónimos que tienen estos tipos”, se decía a sí mismo, mientras sorbía el aún caliente café con leche. “Con decir que no hay una puta nube es suficiente”, cerró su crítica mordiendo una medialuna que de ayer a hoy apenas tenía sabor a un cuarto menguante. “Lindo día para cualquier otra cosa que no sea lo que tengo planeado”, pensaba, porque aunque esté solo, no le agrada hablar con la boca llena. Se aferra a la taza que declara en letras negras con bordes rojos un desactualizado “Siempre juntos a la par” y se dirige a la ventana. Al desplazar una de sus hojas la brisa primaveral provoca el revoloteo de las cortinas estampadas de pájaros que parecen tomar vida. Nunca le gustaron ni las aves ni el color de esas telas, pero, en algo había que ceder. Se asoma estirando su cuello y desde el séptimo piso, donde está su departamento, calcula la distancia al suelo. Ahora eleva su mirada y suma mentalmente el trecho que lo separa de la terraza diecisiete pisos más arriba. “Centímetros más, centímetros menos, serán unos setenta y cinco metros”, deduce apoyado en el marco. “Imposible fallar”, dice desembarazándose de la brisa al cerrar la ventana. Volvió a la cocina. Le dio un último beso con gusto a café a la taza, la puso a la altura de sus ojos, leyó una vez más la frase impresa y con una vehemencia casi inédita en él, la arrojó contra los azulejos. Los fragmentos de cerámica se esparcieron por la mesada, la pileta y el piso. Se sonrió al descubrir que la palabra “siempre”, había quedado demasiado separada de “a la par”, y ni se preocupó en buscar el pedazo de taza donde aseguraba que era “juntos”. Todavía en pijama, pensó en cambiarse. Para no llamar mucho la atención si alguien lo cruzara por los pasillos o compartiera el ascensor. Decidió mantener su vestimenta destinada al descanso nocturno. De uno de los pocos libros que tiene en un estante desprolijo, sacó una hoja de papel que sobresalía por encima de sus hojas originales. La extendió en la mesa y empezó a leer las letras manuscritas en voz alta: “A quien corresponda. No es una decisión apresurada ni elucubrada entre gallos y medianoche”, frase que leyó en algún libro de intrigas policiales, “Bajo mi total responsabilidad y sin involucrar a terceros he decidido dejar constancia que mi libre accionar no es concordante con mi forma de pensar, pero las circunstancias así lo determinan. Si hay un culpable, ese soy únicamente yo”; tomó aire, volvió a doblar el papel y lo guardó en uno de los bolsillos del pijama. Entreabrió la puerta de entrada, sigilosamente husmeó el pasillo. Cuando verificó que estaba desierto salió guardándose las llaves en el otro bolsillo. Caminó apurado la distancia que lo separa del ascensor. Tuvo suerte, nadie lo vio y el aparato que lo llevará a la terraza no tardó en abrir sus puertas. Se zambulló al interior que lo recibió con su propia imagen reflejada en el espejo de una de las paredes. Se dio cuenta que sus cabellos no habían recibido el acostumbrado mimo matinal que dan los peines. Apretó el número 24. En cuanto inició el viaje que lo depositará en el último piso, advierte que sus dientes no fueron bendecidos con el agua purificadora y el dentífrico proveedor de espuma limpiadora. Se vio más deteriorado aun cuando descubrió una grosera mancha de café cerca del cuello y otra, más ordinaria que la primera, abarcaba gran parte de la entrepierna. Seguramente la taza antes de despedazarse contra la pared se quiso defender hiriendo y menoscabando su prolijidad. Se sintió despeinado, sucio y mal vestido. No estaría acorde a su personalidad cuando alguien trate de descifrar el porqué de su decisión. La campanilla indicó el fin del viaje hasta el último piso y también el término de su examen visual frente al espejo. Sube los escalones que lo dejan frente a la puerta de acceso a la terraza. Se equivocó de bolsillo al querer sacar las llaves y arrugó la hoja con su confesión. Trató de alisar el papel apoyándolo en su pierna contra la tela del pijama, pero no quedó conforme. Otra desprolijidad. Por fin pudo hacer girar la llave sin ninguna oposición. Al pisar las baldosas de terracota roja, sabe la otra superficie horizontal igual a la que está pisando, pero con las baldosas amarillas de la vereda está a setenta y cinco metros de profundidad. Profundidad y no altura. Esa es la sensación que siente al asomarse por sobre los ciento cincuenta centímetros de pared que rodea la terraza. Buscó algo para poder treparse. Encontró tres enormes tarros plásticos de pintura que acomodó donde la pared duplicaba su grosor para darle consistencia. Apiló dos y arrimó el otro para escalonar su ascenso. Trabajosamente se paró en el espesor de la pared. La brisa lo cacheteó. “¿Es para tanto?”, le pregunta su costado sensato, “Si llegaste hasta acá, no hay vuelta atrás”, lo hostiga su lado retorcido. Volvió a mirar hacia abajo y sus ojos se llevaron por delante la punta de sus desgastadas pantuflas que sobresalían hacia el vacío. Ellas tomarían un vuelo distinto al suyo por eso del peso específico al desprenderse de sus pies en cuanto él se dejara llevar por la gravedad. Ya no era una buena idea. Despeinado, sucio, mal vestido y descalzo. Así se vería incrustado en la vereda. Tambaleante se sentó en el borde de la pared con las piernas colgando en el espacio, casi pierde una de las pantuflas en esa maniobra. Prefirió girar y saltar el metro y medio que lo separaban del piso de la terraza, se torció un tobillo. Rengueando tomó en soledad el ascensor de regreso al séptimo piso. En el trayecto hacia el departamento insultando por el dolor que no le permitía apoyar con normalidad el pie, su mente se debatía entre dos posibilidades: Una, era vestirse para la ocasión, como corresponde, para no dejar una mala imagen de su persona, o lo poco presentable de lo que pueda quedar de él esparcido en las baldosas de la vereda; y la otra… la otra es llamarla. Invitarla a cenar poniendo voz de locutor que vende un electrodoméstico de primera marca. Ya dispuesto a poner su tobillo en agua tibia, se dijo a sí mismo “Le voy a dar otra oportunidad”…
José Pepe Juliá
Los Cuentos de Pepe 2021
Ella, ella ya me olvidó
Yo, yo la recuerdo ahora
Era como la primavera
Su anochecido pelo
Su voz dormida, el beso
Ella, ella ya me olvidó
Yo, yo no puedo olvidarla
Yo, yo no puedo olvidarla
LobosMagazine 2021 LM™
EDITOR: JOSÉ LUIS SAN ROMÁN