No se escucha en nuestro país hablar del país, de su futuro y de sus opciones… Triste
El riesgo país no es gratis
Por Ricardo Lafferriere
La definición que nos acercan los economistas, como “gran aproximación”, es que el “riesgo-país” representa la tasa de interés diferencial que debe pagar el país por su deuda, por encima de la tasa abonada por el gobierno norteamericano en la colocación de sus Bonos del Tesoro, cuya deuda se considera la “más segura” del mundo como inversión. Lo calculan consultoras internacionales según varias variables, públicas y verificables.
Pues bien: el “riesgo país” de la Argentina se ubica hoy alrededor de 2000 puntos (o sea, 20 % anual más que lo que se le cobra por su deuda al gobierno de los EEUU).
El riesgo país oscila entre 100 y 300 puntos para países de la región. Y no sólo para Brasil -el más grande, poblado y rico, 217 puntos- sino para Uruguay -155-, Paraguay -190-, Bolivia -200-, Perú -106- y Chile -107-. Es decir que Argentina debe pagar por su deuda casi diez veces más interés que los países que lo entornan. Hay en ellos gran diversidad “ideológica”, pero todos pagan lo que deben.
La significación de esa diferencia es enorme y marca los reducidos límites del endeudamiento voluntario de la Argentina. Reírse de eso no es un tema menor. Tomarlo a la ligera es tonto, infantil y demostrativo de una inexcusable falta de conocimientos sobre el tema.
De ahí que al hablar del nivel de endeudamiento de la Argentina desconectándolo del “riesgo país” se está demostrando una supina ignorancia de los efectos sobre nuestro devenir cotidiano.
Un ejemplo: el riesgo-país antes de las PASO se ubicaba en 800 puntos básicos, aproximadamente. Había llegado a ubicarse en 400 a mediados de 2016, antes de producirse la crisis de mitad de mandato del presidente Macri. En números grandes y relacionándolo con la deuda, eso significaba que por una deuda de 200.000 millones de dólares debían pagarse -o refinanciarse- intereses por 16.000 millones de dólares al año.
A similitud de valores, Brasil, Uruguay, Chile, Paraguay o Bolivia abonando esa suma anual tendrían créditos por cuatro veces más, es decir, por 800.000 millones de dólares.
Hoy, con un riesgo país de 2000 puntos básicos (es decir, 20 % anual más que el gobierno de EEUU), el diferencial con los países del entorno regional es de casi diez veces. En otras palabras, cualquiera de nuestros vecinos podría acceder -si tuviera una economía en condiciones de respaldarla- a una deuda de Dos billones de dólares (USD 2.000.000.000.000) y pagaría lo mismo que la Argentina por 200.000.
Pero como debemos ya más de 300.000 millones de dólares y el “riesgo país” supera los 2000 puntos, nuestra “cuenta de intereses” asciende ya a 60.000 millones de dólares por año. Las “paso” primero -decididas por la mayoría de la población-, el “ocultamiento del plan económico” del nuevo gobierno para discutir mejor con los acreedores (?) y la incertidumbre sobre su orientación futura han triplicado los servicios de la deuda que cargaban sobre el país en tiempo de Cambiemos.
¿Y de dónde viene el riesgo-país? De varias causas, entre las cuales una no menor es la actitud histórica del país con respecto a su deuda. Es conocida la anécdota de Luis Sáenz Peña, cuando ante una crisis de deuda -ya las había en la última década del siglo XIX- exclamó “¡Ahora sí me siento presidente!” cuando logró arreglar la deuda, con el apoyo de un grupo de capitalistas argentinos evitando una cesación de pagos que hubiera aislado a la economía del país del giro mundial.
No tiene mucha importancia el número “macro”. Argentina debe el equivalente al 70 % de su PBI -aproximadamente- y debe pagar la enormidad que se le cobra, por la desconfianza que genera en quien presta la plata. La totalidad de su saldo comercial positivo se va en ese pago.
Japón está en el otro extremo. Debe el 240 % de su PBI y puede conseguir fondos con “riesgo país” cercano a cero -en realidad, su prima de riesgo es de 36 puntos, es decir de 0,36% más que la norteamericana-. Japón paga por su deuda de Diez billones de dólares - equivalente a dos veces y media de su PBI- una suma anual de 36.000 millones de dólares, o sea poco más de la mitad que la Argentina por los 300.000 millones que debemos.
Por una deuda cincuenta veces superior y equivalente a dos veces y media su PBI, Japón paga un servicio de intereses que apenas supera la mitad de lo que debe pagar la Argentina.
En otras palabras, si tuviéramos un historial de conducta cumplidora como Japón, podríamos acceder a créditos -de inversión, de infraestructura, de financiamiento para la expansión económica- de Diez o más BILLONES de dólares.
Con nuestro historial, no podemos refinanciar siquiera los 300.000 millones que debemos, simplemente porque quien tiene dinero para prestar no nos cree.
En algún lugar se ha leído a algún compatriota que prefiere seguir razonando con los rudimentarios argumentos de un bolichero del siglo XIX. “¡Una deuda de cien años!”, exclamando con horror impostado, como si el dinero no fuera tangible y lo que importara no fuera en qué se usa, más que a cuánto asciende.
Lo que importa no es la deuda, es la actitud cumplidora. Consistente, convencida, de largo plazo. No el “ajuste”, compatible con el achicamiento, la actitud temerosa y atada a la presunta seguridad de “cuentas que cierren”. Por supuesto que mucho menos el ajuste para luego “desajustar”, como ha sido la despreciable práctica populista desde hace décadas en Argentina.
“Ajustar para volver a desajustar” es, justamente, reducir la actividad económica en la ilusión de que así podrán conseguirse excedentes para pagar los exorbitantes servicios de una deuda que, en realidad, es ínfima cotejada con las posibilidades reales del país, aunque sea gigantesca si es cotejada con la realidad de la práctica económica argentina -rentista, populista, cuasi delictiva, rapaz-. Es como hipotecar el campo para seguir una vida de jolgorio. Esos ajustes terminan siempre igual: los pobres más pobres, los ricos más ricos, el país más endeudado y el ciclo recomenzando.
Mientras siga habiendo referentes políticos para los que lo importante sea “no pagar la deuda con el sufrimiento de nuestro pueblo” y de esa frase se deduzca que no hay que pagar la deuda -más que, en todo caso, pagarla con más trabajo, más inversión, más producción, más exportaciones- el país no tendrá otro destino que seguir en esta triste y nostalgiosa mediocridad, reflejada en el discurso político no sólo del gobierno -que lo lleva a un nivel orgiástico- sino de destacados voceros de la sociedad civil, la iglesia, los sindicatos, muchos empresarios y sectores de la propia “oposición”. Y del coro mediático, tal vez el vocero más mediocre y rudimentario del debate nacional.
Quien esto escribe sostuvo ya en 1985, siendo Senador, que lo importante no es la deuda. Es la falta de vocación de crecimiento, la ausencia de compromiso empresario y de vocación nacional en los gremios, la actitud provinciana ante los desafíos del futuro, el armadillesco refugio en glorias impostadas que nunca existieron, en épicas de cartulina y discusiones de conventillo.
No se escucha en nuestro país hablar del país, de su futuro y de sus opciones. Mientras, una desazón enorme aplasta el entusiasmo de los compatriotas más dinámicos y emprendedores. Muchos de ellos, cansados y entristecidos, no encuentran otra salida para una vida exitosa que marcharse, perdiéndose para el país lo mejor de su capacidad emprendedora, vital, optimista, desafiante hacia el futuro.
La gran tarea, la imprescindible tarea de nuestras fuerzas políticas, comunicacionales, empresariales, gremiales e intelectuales, pareciera reflejarse en una necesidad angustiante: decidir de una vez por todas qué queremos ser los argentinos y qué queremos hacer de nuestra patria. Una vez decidido eso, la deuda y el propio “riesgo país” serán intrascendentes.
Ricardo Lafferriere - 11 Feb 2020 -
Ricardo Lafferriere. Escritor. Abogado. Analista político. Ex Embajador Argentino en España. Político. Ex Senador de La Nación.
LobosMagazine LM™ 2020
LobosMagazine es un medio totalmente orientado al público, un espacio de libertad de opinión, análisis y debate donde los dogmas no existen, tampoco las imposiciones políticas. Garantizar esta libertad de pensamiento depende de usted, de todos los lectores