Es sabido y comprobado que todo se derrumba cuando los ineptos se suceden en la cúspide del Estado. La unidad se desintegra cuando se derrumba la grandeza.
Las desgracias vienen de lejos
Una parábola 2.0
Una parábola designa una forma literaria que consiste en un relato figurado del cual, por analogía o semejanza, se deriva una enseñanza relativa a un tema que no es el explícito. Es, en esencia, un relato simbólico o una comparación basada en una observación verosímil. Tal vez un caso en que podrían haber sido de mucha ayuda los genios de Marty McFly y su amigo el científico Doc Emmet Brown, es posible…
Las tragedias de la historia revelan a los grandes hombres, pero los mediocres son quienes provocan las tragedias.
A principios de del siglo XIV Francia es el más poderoso, el más poblado, el más activo y rico de los reinos cristianos; el país cuyas intervenciones son temidas, cuyos arbitrajes merecen respeto y cuya protección es deseada por todos. Por tanto, cabe pensar que se inicia en Europa un siglo francés.
Entonces, ¿por qué, cuarenta años después, esa misma Francia sufre una estrepitosa derrota en los campos de batalla, vencida por una nación cinco veces inferior en número? ¿Por qué su nobleza se divide en facciones, su burguesía se rebela, su pueblo sucumbe bajo el exceso de impuestos, sus provincias se separan unas de otras, las bandas de asaltantes paraliza el comercio, y… ¿por qué? por todos lados, prevalecen la miseria y la inseguridad? ¿A qué responde esta derrota? ¿Quién ha desviado el curso del destino?... ¿quién?
La mediocridad. La mediocridad de unos cuantos reyes, su fatua vanidad, la superficialidad con que atienden los asuntos, su incapacidad para rodearse de hombres capaces, su pereza, su presunción y su ineptitud para concebir grandes planes o, por lo menos, para ejecutar los que algunos proponen.
Es sabido que en política es imposible acometer empresas grandes y duraderas sin hombres que, merced a su genio, su carácter, su valor y su voluntad, inspiran, agrupan y encauzan las energías de un pueblo.
Y también es sabido y comprobado que todo se derrumba cuando los ineptos se suceden en la cúspide del Estado. La unidad se desintegra cuando se derrumba la grandeza.
Y tenemos que la Francia de entonces es una idea histórica, una idea nacida de la voluntad que, a partir del año 1000, se encarna en una familia reinante y se transmite tan obstinadamente de padres a hijos, que nos encontramos con que la primogenitura de la rama principal se convierte rápidamente en legitimidad suficiente.
Y por supuesto, la casualidad también representó un papel, como si el destino hubiera querido favorecer, gracias a una dinastía vigorosa, a esta reciente nación. De la elección del primer Capeto (1) hasta la muerte de Felipe el Hermoso hubo once reyes en apenas tres siglos y cuarto, y cada uno dejó un heredero varón.
Y se sabe que naturalmente, no todos estos soberanos fueron auténticos linces. Pero siempre, a un incapaz o un monarca marcado por la mala suerte, le sucedió inmediatamente, como por la gracia del cielo, un rey de envergadura; en otros casos, incluso un ministro talentoso gobernaba en nombre de un príncipe carente de las cualidades necesarias.
Por entonces se ve como la joven Francia corre el riesgo de perecer a causa de Felipe I, hombre de mezquinos vicios y gran incompetencia. Lo sigue el adiposo Luis VI el Infatigable, que al acceder al trono encuentra un poder amenazado a cinco leguas de París, y al morir lo deja restaurado o restablecido hasta los Pirineos. Sigue el inseguro e inconsciente Luis VII, compromete al reino en las desastrosas aventuras de ultramar, pero el abad Suger mantiene en nombre del monarca la cohesión y la actividad del país.
Después y a pesar de todo, la suerte de Francia es tener, desde fines del siglo XII hasta comienzos del siglo XIV, tres soberanos geniales o excepcionales, cuya permanencia en el trono es prolongada - cuarenta y tres años, cuarenta y un años y veintinueve años de reinado respectivamente – de modo tal que el plan principal de cada uno llega a ser irreversible. Fueron tres hombres de carácter y virtudes muy distintos, pero los tres muy superiores al común de los reyes.
Felipe Augusto, Felipe II de Francia, el forjador de la historia, comienza, alrededor y más allá de las posesiones reales, a sellar efectivamente la unidad de la patria. San Luis, Luis IX de Francia, iluminado por la piedad, comienza a consolidar, alrededor de la justicia real, la unidad del derecho. Felipe el Hermoso, Felipe IV de Francia, gobernante superior. Comienza a imponer, alrededor de la administración real, la unidad del Estado. Ninguno de ellos se preocupa demasiado de complacer a nadie, y más bien quieren actuar y ser eficaces. Como consecuencia de eso cada uno debió beber el amargo brebaje de la impopularidad. Pero después de muertos se lamentó su desaparición más de lo que en vida se los había despreciado, burlado u odiado. Y así, lo que ellos desearon comenzó a ser una realidad.
Una patria, una justicia, un Estado: los fundamentos definitivos de una nación. Con estos tres artesanos supremos de la idea francesa, la Francia había superado el período de las posibilidades. Consciente de sí misma, se afirmaba en el mundo occidental como una realidad indiscutible que rápidamente adquiría preeminencia.
Y así, la Francia era veintidós millones de habitantes, fronteras bien vigiladas, un ejército que podía movilizarse rápidamente, señores feudales obligados a obedecer, direcciones administrativas controladas con bastante precisión, caminos seguros, un comercio activo; ¿acaso otro país cristiano de entonces puede compararse a Francia? ¿Y cuál de ellos no la envidia? Sin duda, el pueblo se queja de que la mano que lo gobierna es demasiado dura; gemirá mucho más cuando se vea entregado a manos demasiado blandas o demasiado frívolas.
Y sucede que después de la muerte de Felipe el Hermoso, de pronto, todo comienza a resquebrajarse. Se ha agotado la buena y prolongada suerte que presidió la sucesión del trono.
Y los tres hijos del Rey de Hierro desfilan por el trono sin dejar descendencia masculina. Y se sucederán los dramas que vivió la corte francesa, en relación con una corona librada una y otra vez al juego de las ambiciones. Mediocres y ambiciones, combinación que vemos día a día en la política contemporánea, peligrosas combinación…
Y así, cuatro reyes descendieron a la tumba en un lapso de catorce años; había motivo para imaginar cosas terribles. Francia no estaba acostumbrada a correr a Reims (2) con tanta frecuencia, - donde se coronaban los reyes – Parecía como si un rayo hubiese abatido el tronco del árbol de los Capeto. Y que la corona se deslizara hacia la rama Valois, la rama inquieta y agitadora, no tranquilizaba a nadie. Príncipes ostentosos, irreflexivos, presuntuosos en extremo, dados a los gestos y desprovistos de profundidad, los Valois imaginan que les basta sonreir para conseguir que el reino se sienta feliz. Sus antecesores confundían su persona con Francia. Éstos confunden Francia con la idea que se forjan de sí mismos. Después de la maldición de las muertes rápidas, la maldición de la mediocridad. El primer Valois, Felipe VI, conocido como “el rey encontrado”, es decir el advenedizo, en el lapso de diez años no fue capaz de consolidar su poder, porque precisamente al cabo de este período, su primo Eduardo III de Inglaterra decidió reabrir la querella dinástica; se declaró legítimo rey de Francia, con autoridad para apoyar en Flandes, en Bretaña, en Saintonge y en Aquitania a todos los que, trátese de ciudades o señores, tienen quejas contra el nuevo reino. Frente a un monarca más eficaz, el inglés sin duda hubiera continuado vacilando.
Y Felipe de Valois tampoco supo rechazar los peligros; así, en la bahía de L´Ecluse, los ingleses destruyeron su flota por culpa de un almirante a quien sin duda eligieron teniendo en cuenta su desconocimiento de las cosas del mar. El mismísimo rey deambulaba errante por los campos, la tarde de Crécy (3), porque permitió que su caballería cargase pasando por sobre su propia infantería.
Cuando Felipe el Hermoso aprobaba impuestos que después provocaban quejas, lo hacía para cubrir los gastos de la defensa de Francia. Cuando Felipe de Valois exige impuestos aún más gravosos, lo hace para pagar el precio de sus derrotas.
Durante los cinco años de su reinado, modificó ciento sesenta veces la ley de la moneda; el dinero perdió las tres cuartas partes de su valor. Los artículos, inútilmente gravados, alcanzaban precios desorbitados. Una inflación sin precedentes provocaba el desconcierto en las ciudades.
Cuando la desgracia se abate sobre un país, todo se entremezcla, y las calamidades naturales se suman a los errores de los hombres.
Por entonces, la peste, la gran peste, llegó del corazón de Asia y golpeó Francia con más dureza que a otras regiones europeas. Las calles de las ciudades eran como mataderos y los suburbios carnicerías. Sucumbía aquí un cuarto de la población, por allá un tercio. Desaparecieron aldeas enteras, y de ellas solo quedaron, entre los campos abandonados, las casas feudales abiertas y abandonadas al viento.
Felipe de Valois tenía un hijo y, por desgracia, la peste no se lo llevó. Francia tenía que caer aún más en la ruina y la angustia; será obra de Juan II, llamado por error, casualmente Juan el Bueno.
Este linaje de mediocres estuvo a un paso de destruir en la Edad Media, un sistema que confiaba a la naturaleza la tarea de producir en el seno de una misma familia a quien ejerciera el poder soberano. Pero… ¿acaso los pueblos se ven beneficiados más a menudo por la lotería de las urnas que por la de los cromosomas? Las multitudes, las asambleas e incluso los cuerpos colegiados restringidos no se equivocan menos que la naturaleza. Y así vemos que la Providencia es poco generosa con la grandeza.
Las tragedias de la historia revelan a los grandes hombres, pero los mediocres son quienes provocan las tragedias.
Agradecimientos:
Maurice Druon
Marty McFly
Doc Emment Brown
(1)La dinastía de los Capetos es una de las más importantes dinastías reales de Europa; incluye todos los descendientes de Hugo Capeto, conde de París, rey de los francos y fundador del linaje. La dinastía de los Capetos, su rama principal, gobernó Francia entre los años 987 y 1328
(2) La catedral de Nuestra Señora de Reims (en francés, Cathédrale Notre-Dame de Reims) es una catedral de culto católico bajo la advocación de Nuestra Señora, la Virgen María en la ciudad de Reims, en el departamento de Marne, en Francia, al noreste del país, a unos 160 km de la capital estatal, París, es la cabeza de la archidiócesis de Reims. La catedral de Reims era, en el Antiguo Régimen, el lugar de la consagración de los monarcas de Francia. El último Rey coronado fue Carlos X, el 28 de mayo de 1825.
(3)La batalla de Crécy tuvo lugar el 26 de agosto de 1346 cerca de Crécy, al norte de Francia, y fue una de las batallas más importantes y decisivas de la guerra de los Cien Años. A causa del empleo de nuevas armas y tácticas, la batalla es vista por muchos historiadores como el principio del fin de la edad de la caballería. Además, representa la primera de las tres grandes victorias inglesas en el prolongado conflicto.
“Yo era el rey, de este lugar
Hasta que un día, llegaron ellos
Gente brutal, sin corazón
Que destruyó, el mundo nuestro
Yo era el rey, de este lugar
Aunque muy bien, no lo conocía
Y habían dicho, que atrás del mar
El pueblo entero, pedía comida
La corte al fin, fue muerta sin piedad
Y mi mansión, hoy es cenizas
…Y estoy desnudo… si quieren verme
Bailando a través,
De las colinas…”
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