Augusto se hizo un hueco en sus obligaciones para reunirse con los amigos de la infancia. Se encontraron los cinco en la Plaza Central del barrio. Como en los tiempos de la niñez.
Alguien ha escrito por ahí que la juventud es terrible. Una mala imagen que la juventud viene arrastrando desde tiempos de Platón y Sócrates. Un estado terrible, tal vez, que se da en un escenario en el cual subidos a altos calzados teatrales y con los más diversos disfraces, los niños andan por ahí, se mueven y pronuncian palabras aprendidas, o no tanto, que sólo entienden a medias y que se entregan a ellas con fanatismo. Tristes historias las de los fanatismos. Se convierte un escenario para masas de niños, con pasiones copiadas y con unos papeles primitivos en esas escenas, que de golpe, o golpe a golpe, convierten realidades no deseadas, no buenas. Alguien también ha escrito por ahí, que la mayoría de la gente se engaña permanentemente o es engañada por una creencia doble, errónea; creen en un “eterno recuerdo”, de la gente, de cosas de los actos; y creen en la posibilidad de reparación, de los actos, de errores, de pecados, de las injusticias. Tal vez, esas creencias, ambas, sean falsas, son falsas. La realidad nos llevaría precisamente a lo contrario, donde todo será olvidado y donde nada será reparado. Un papel, el de la reparación, el de la venganza y el perdón, que lo llevará a cabo el olvido. Una realidad donde nadie reparará en las injusticias que se cometieron, pero todas las injusticias serán olvidadas… tal vez. – DEL EDITOR -
El Mufa
Por José Pepe Juliá
Cuando a alguien le cuelgan el cartelito de “MUFA”, está prácticamente condenado a serlo por el resto de su vida. Esto es lo que le pasó a Augusto desde muy chico.
Todo hecho negativo que pasaba en el barrio, se le atribuía inexorablemente a Augusto. Desde la muerte de un gato hasta el incendio de algún galpón abandonado. Sin pasar por alto la muerte de vecinos, aunque ya estuvieran en edad de merecerlo.
Augusto siempre estaba predestinado a ser el iniciador de las desgracias.
El origen de su “mufismo” comenzó una vez jugando al fútbol en la calle, junto a sus inseparables amigos de la infancia: Ignacio, Rogelio, Luís y Gabriel.
Augusto fue quien rechazó una pelota que peligrosamente rondaba el arco y la hizo estrellar en el parabrisas del Fiat 600 recién pintado del padre de Luís que en ese momento asomaba por la esquina. El descontrol del auto y la incrustación en el jardín de Doña María, fueron dos hechos que sucedieron en el mismo instante. El estallido de los vidrios por suerte no dañó mucho al conductor. Los que quedaron destruidos fueron los rosales que tanto cuidaba Doña María.
Si esta circunstancia se hubiese concretado sin el comentario de Augusto, un rato antes en la casa de Luís, no pasaba nada.
—¡¡Che, que bueno le quedó el Fitito a tu viejo!! El color rojo es igual al de las rosas
de María.
Desde entonces quedó preso de sus palabras. Elogios o comentarios optimistas eran contrarrestados con los consabidos cuernitos, primero disimulados y después con el tiempo, en forma vehemente.
Nunca dijo nada. No se sabía si le molestaba esa manifestación o asumía su desgracia en silencio.
Una tarde cuando los cinco estaban en la plaza dijo:
— ¿Vieron el perro que le regalaron a Leticia?
Nunca más se supo del pichicho, dado por perdido al día siguiente.
La escuela, el Barrio, el potrero primero y la cancha del Parque Municipal después, defendiendo los colores del Club Barrial los mantuvo siempre juntos. La adolescencia fue la que marcó el descalabro de esa unión. Augusto, siempre sumiso a las cargadas llenas de maldad por su supuesta “mufa”, poco le importaba que sus mejores amigos fueran los encargados de resaltar esa facultad de empeorar las más simples de las situaciones cuando él estuviese cerca.
La aparición de un tío de Augusto que vivía en la Capital, coincidió con el partido final que los muchachos jugaron un domingo. Todo el Barrio lamentó el penal que el “Mufa” erró sobre la hora. No pudieron empatar para forzar el alargue.
Del 2 a 1 final, lo único que se recordaba era precisamente ese penal ejecutado por Augusto. Todos olvidaron que los dos goles del adversario fueron en contra. La maléfica fortuna les había jugado una mala pasada a Rogelio en primer lugar y a Luís, minutos más tarde, cuando sus rechazos entraron en el arco equivocado. El gol a favor lo había convertido Augusto en una jugada personal, muy elogiada en su momento.
Toda la mala prensa que tenía el “Mufa” oscurecía el señorío futbolístico que Augusto desparramaba en la cancha.
Su tío quedó tan impactado con su despliegue que cuando se despidió, le prometió conversar con un amigo dirigente de un Club del Interior, que en ese momento no la estaba pasando bien con el promedio del descenso. A la semana la citación para probarse en un Club de renombre temblaba en las manos nerviosas de Augusto.
Su primer contrato se firmó en tiempo récord con cobertura periodística incluida. En el Barrio se preguntaban qué suerte correría el equipo con el “Mufa” como integrante del plantel.
Después de un par de meses en los cuales en el Barrio siguieron ocurriendo hechos infortunados como suceden en cualquier parte, los comentarios en todas las reuniones eran lo bien que le estaba yendo a Augusto en su nuevo Club.
En detrimento de los negros pronósticos de posibles lesionados, de resultados adversos, del seguro descenso o de alguna catástrofe en las tribunas, Augusto se erigió no solo en el goleador sino también en la figura excluyente de su equipo.
Tan destacada fue su rápida aparición en el ámbito futbolístico que suena ya para una transferencia a Italia o a Francia.
Antes que se concrete ese impensado y bien ganado pase internacional, Augusto se hizo un hueco en sus obligaciones para reunirse con los amigos de la infancia.
Se encontraron los cinco en la Plaza Central del Barrio. Como en los tiempos de la niñez.
Ignacio, Rogelio, Luís y Gabriel lo estaban esperando sentados en el banco que les había indicado Augusto. Era el que estaba frente a la Iglesia.
— ¿Por qué nos dijo precisamente este banco?— se preguntaba Gabriel.
— ¡Y yo que sé! Se habrá vuelto más católico— razonaba Rogelio.
Augusto no se hizo esperar. Enfundado en una moderna ropa deportiva llegó y saludó a todos con la efusividad que admite toda buena amistad.
Se acomodaron en el banco que ahora no les quedaba tan holgado como antes. Después de contarles todos los detalles de su nueva vida de futbolista profesional les dijo:
—Me gustaría comentar algo que siempre quise ocultar por el aprecio que siento por ustedes. En todas las circunstancias en la que me tildaron de mufa siempre estuvimos los cinco juntos ¡¡Siempre!!— Continuo— Los estaba observando, parado en la esquina. Desde que llegaron y se sentaron aquí, un chico se cayó de su bicicleta; el placero se pinchó un dedo juntando papeles; chocaron dos autos en otra cuadra y una viejita se torció un tobillo al cruzar la calle —sin esperar comentarios continuó— ¿Saben que en estos meses se murió Doña María; se murió Carmelo, el carnicero y la bisabuela de Leticia y mi tío Alcides, no?
— ¡Y sí! Vivimos en el Barrio, Augusto— contestó Luís.
— ¿Se dieron cuenta que yo no estaba?— les dijo y antes que le contesten, volvió a interrogar— ¿Se habrán enterado que se derrumbó el molino viejo del campo de los Cataldo?
— Sí.
— ¿Se dieron cuenta que yo no estaba? ¿Saben también que se separaron los padres de Facundo después de tantos años de casados? ¿Y que se fundió la Empresa de la familia de Aníbal? ¿Se perdió la cosecha de frutillas en la quinta de Pedro?— los ametrallaba con preguntas y antes que las puedan responder, les asestaba un — ¿Se dieron cuenta que yo no estaba?
Se levantó de la punta del banco y le dijo a Luís que estaba sentado en el medio que se corriera un poco.
El respaldo quedó al descubierto y señalando unos rasgos borroneados en la madera leyó en voz alta “MUFA”.
— ¡Nosotros no fuimos!— respondieron a coro.
— Ya lo sé. Una vez pasé por aquí, lo descubrí y nunca dije nada—
Sacó el llavero de su bolsillo y con poca parsimonia garabateó con una llave la “S” al final de la fatídica palabra. Se incorporó. Los miró uno x uno y con una amplia sonrisa les dijo:
—En definitiva amigos ¡¡Los MUFAS siempre fueron ustedes!!
José Pepe Juliá
Los Cuentos de Pepe 2019
Puedo volver ,
Puedo callar
Puedo forzar la realidad
Puede ser que mañana esconda mi voz,
Por hacerlo a mi manera
Hay tanto idiota ahí fuera
Puede ser que haga de la rabia mi flor,
y con ella mi bandera
Sálvese quien pueda
LobosMagazine 2019 LM ™
EDITOR: JOSÉ LUIS SAN ROMÁN