El "pueblo" no tiene tiempo para esperar: las urgencias le acosan, las ilusiones le marean y el facilismo obra como consejero final al momento de votar.
Cuanto tiempo hace que venimos oyendo decir que esta es una época de crisis moral?. Todos incluso lo decimos, tú, él, nosotros… todos; en parte con miedo, en parte esperando que esas palabras carecieran de sentido. Y así como la virtud para muchos, consiste en sacrificio, han exigido más sacrificios tras cada nuevo desastre. En nombre de un supuesto regreso a la moralidad, han sacrificado todas las maldades que consideraban la causa de sus desgracias. Y han sacrificado la justicia a la piedad. La independencia a la “unidad”. La razón a la fe. La riqueza a la necesidad. La autoestima a la auto-negación. Han sacrificado, todos, la felicidad al deber.
La felicidad no se puede conseguir consintiendo caprichos emocionales. Felicidad no es satisfacer cualquier deseo irracional en el que ciegamente intentes incurrir. La felicidad es un estado de alegría no-contradictoria – una alegría sin pena ni culpa, una alegría que no choca con ninguno de tus otros valores y no actúa en tu propia destrucción; no la alegría de escapar de tu propia mente, sino de usar el máximo poder de tu mente; no la alegría de falsear la realidad, sino de conseguir valores que son reales; no la alegría de un borracho, sino la de un productor. La felicidad es posible solamente para un hombre racional, el hombre que sólo quiere objetivos racionales, buscar sólo valores racionales y encontrar esa alegría sólo en acciones racionales.
Del mismo modo que yo, tú, él, muchos, soporto mi vida, y sus vidas, no a través de robos o limosnas, sino a través de mi propio esfuerzo, nuestro esfuerzo, tampoco busco derivar mi felicidad a través del perjuicio o el favor de otros, sino ganarla a través de mis propios logros. Del mismo modo que yo no considero el placer de otros como el objetivo de mi vida, tampoco considero mi placer como el objetivo de las vidas de otros. Del mismo modo que no hay contradicciones en mis valores ni conflictos entre mis deseos, tampoco hay víctimas ni conflictos de intereses entre hombres racionales, hombres que no desean lo inmerecido y no se miran unos a otros con una lujuria de caníbal, hombres que ni hacen sacrificios ni los aceptan. NI LOS ACEPTAN.
Interponer la amenaza de destrucción física entre un hombre y su percepción de la realidad es negar y paralizar sus medios de supervivencia; forzarle a actuar contra su propio juicio es como forzarle a actuar contra su propia vida. Aquél que, sea cual sea su objetivo o intención, inicie el uso de la fuerza, es un asesino actuando en la premisa de la muerte de un modo que va más allá del asesinato: la premisa de destruir la capacidad del hombre para vivir.
El populismo, la "anticultura" que fabrica mentiras y dioses de cartón
Por Fabián Corral
El populismo, sus mentiras y estilos, las reacciones que suscita, los éxitos electorales que logra, más que simples estrategias de carácter político, son una forma de ser en que las actitudes del caudillo corresponden a la conducta de los electores.
El populismo es una especie de "anticultura" que se sustenta en la sonoridad del discurso y en la chabacanería de los estilos, y que nace del "encanto" de dirigentes que logran la adhesión sentimental del pueblo.
El populismo no se agota en el carisma de un personaje, más o menos maquillado por el marketing.
La otra cara de la medalla, su complemento necesario, radica en la índole de sus partidarios, en la tendencia de masas proclives a la falsificación de la esperanza, al desquite de las frustraciones, al cálculo para lograr en el corto plazo mínimas y precarias ventajas que, con frecuencia, se concretan en la dádiva de una camiseta, en el obsequio de una gorra, en el beso de compromiso que reparte el redentor entre el lodo de los suburbios o la frialdad de los páramos.
El "pueblo" no tiene tiempo para esperar: las urgencias le acosan, las ilusiones le marean y el facilismo obra como consejero final al momento de votar.
Además, el discurso populista explota los resentimientos, aguza las frustraciones y las reivindicaciones toman forma de un ajuste de cuentas, de "ahora mando yo", con el timón en manos del caudillo y su camarilla.
Pero como el populista necesita mantener las expectativas del pueblo, hace de su gobierno un constante discurso, una incansable apelación sentimental.
La lógica de los populistas se basa en la promesa de salvar al desvalido, en la distribución pronta de los fondos públicos y de los recursos privados que se arrancará a los perversos. Y se sustenta en el combate a los "malos", que adquieren las formas más insólitas y ridículas. El discurso necesita un enemigo y, si es preciso, se lo inventa. El populista aparece como un cruzado que emprende la guerra santa, por eso apela a los resortes de la mística que el pueblo guarda en el inconsciente.
Sus "doctrinas" se convierten una especie de "religión" político electoral, que rodea de santidad al líder y de maldad a los demás.
Los discursos de nuestros criollos caudillos son la demostración de cómo los sustratos religiosos se transforman en agentes activos de la militancia electoral.
No en vano los populistas tratan de parecerse a los santos: iconos ante los cuales se encienden las velas de la pasión irracional. Muchos daños ha causado el populismo.
El principal: transformar el engaño en sistema que conduce a la frustración de sociedades que, quién sabe por qué secreta explicación, se convierten en cómplices de una forma de ser política que acentúa la pobreza, potencia la irracionalidad, destruye al economía y pervierte la democracia.
Fabián Corral
“Sácame de aquí
No me dejes solo
O todo el mundo está loco
O Dios es sordo
Hubo un momento en que pudimos
Decir que no, que lo sentimos
Nos debimos confundir
Sácame de aquí
No me dejes solo
No entiendo que nos pasa a todos
Hemos perdido la razón
Hubo un momento en que pudimos
Decir que no, que lo sentimos
Nos debimos confundir..."
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