A Rodolfo todavía no se le había ido el miedo de la "sugerencia" de ese abogado López, el del Estudio Jurídico, cuando pensó que se podía hacer unos pesos..., y ya estaba metido en otro problema
La puerta de atrás tiene ese qué se yo...
Osvaldo lo mira expectante. Le alcanza otro mate.
Rodolfo lo toma despacio, saboreándolo. Como saborea la intriga de su cuñado, que dejó de darle importancia al periódico sabatino, desarmado, sección por sección sobre la mesa.
Se sabe dueño de la situación. Con grandilocuencia lo mira y le devuelve el mate.
—Mirá Osvaldito, hay formas de irse por la puerta de atrás: Con decencia y la frente en alto o en penumbras arrastrando el paso. La humildad es el escudo defensor que ennoblece la retirada digna. La vergüenza, el disfraz protector del deshonesto. No es lo mismo decidir salir por la puerta trasera a que te empujen hasta ella. Y hay formas de entrar por la puerta de atrás: Con sacrificio y compromiso asumiendo responsabilidades o con palanca y acomodo trepando impunemente. La honestidad es la llave maestra que la abre desde afuera. El oportunismo es el picaporte arbitrario que la cierra desde adentro. No es igual disputar la entrada jugando con cartas no marcadas a entrometerse arbitrariamente apostando con dados tramposos.
—No me contestaste Rodolfo. Es una pregunta simple y concisa. ¿Te escapaste como una rata o no?— Con fastidio le susurra Osvaldo.
— ¡¡La puerta de atrás tiene ese qué se yo, viste!!— Ahora es Rodolfo el que aterciopela la voz— Está asociada a objeto secundario. Necesaria, pero secundaria al fin. Como los actores de reparto, los ayudantes de cocina, la secretaria del director, los asistentes del político. Está ahí. Sólo toma protagonismo cuando se necesita. Tanto para salir como para entrar.
—¡¡Seguís sin responderme!!
—A ver, ¿Cómo decírtelo para que me entiendas? No fue huida premeditada ni escape cobarde. Soldado que huye vuelve por la revancha. Ya estábamos a punto de concretar ese encuentro postergado, tanto espiritual como corporal, cuando escuchamos las llaves de la puerta principal, viste, esa que nos desconecta del mundo cuando ingresamos o la misma que catapulta nuestra presencia al universo cuando salimos… ¿Me seguís?
—Es difícil seguirte Rodolfo. Das vueltas y vueltas en el mismo lugar. Desde que estás leyendo esas antologías de escritores mediocres me tenes cansado con tus metáforas y giros poéticos. Y encima usados para la mierda. Viví la realidad. Pone los pies sobre la tierra. Lee los diarios como lo hago yo— ruge Osvaldo, tratando de recuperar a su cuñado original. Aquel que a los libros los tenía bien lejos.
Desde que se enredó con Matilde, la atractiva y enamoradiza señora del visitador médico, que por su trabajo se ausenta por largos períodos de tiempo, Rodolfo cambió las conductas cotidianas. Como la dama es devota lectora de libros gruesos y clásicos, en los cuales ella se siente protagonista, él quiere ponerse a tono con la intelectualidad.
— ¡Hablame como el Rodolfo original, por favor!—le ruega Osvaldo.
—Está bien, está bien. Si vos crees en todo lo que te escupen los diarios y no aprecias los tesoros ocultos en los libros, es cosa tuya. Y para que no me rompas más las pelotas, te voy a contar mi Odisea, a La Ilíada te la cuento después. Te paso a detallar los pormenores del desencuentro entre ella y yo, como en Romeo y Julieta. Cuando estábamos en los prolegómenos del encuentro sensual y, por qué no decirlo, nuestro primer ensamble anatómico, la cerradura de la puerta principal se dejó invadir por las llaves del marido, vos sabés que tiene fama de Otelo. El chabón adelantó un día el regreso ¿podes creer? Y rajé, Osvaldo. Me fui. No tan dignamente como entré, lo admito. Pero volveré sobre mis pasos. A redimir el fuego de la pasión que quedó encendida. A rescatar mi hombría devaluada y recuperar las pocas pertenencias olvidadas por la urgencia. Porque los intelectuales, Osvaldo, los intelectuales también usamos ropa interior.
José Pepe Juliá
Los Cuentos de Pepe
2017