Mientras miraba por la ventana de la cocina, se encontró enumerando las mujeres que han influenciado en su vida...
EPILOGO CAP 11
Él seguía dándo vueltas con sus dudas y cavilaciones, al borde casi de ser o parecer un pelmazo. Por qué vivía pensando, dudando de lo que hacía o pensaba. Cuáles eran esos planteos, o cuál era el balance? Cuáles las vivencias y satisfacciones, si es que podía medirlas? Se paraliza cuando se da cuenta que ha venido siempre disfrutando bastante poco, bastante sabor a nada; sintió que se ruborizaba. Siempre sintiendo esa cosa de inseguridad, y sentir también siempre, esa sensación de depender casi servilmente las personas con las que interactúa, con las que se relaciona y estar como dependiendo de sus opiniones y miradas… Hasta cuando, -se pregunta a veces- su vida será como ir llenando un álbum de fotos, con sabor a… poco o nada? Sólo que se aferra a ella - DEL EDITOR -
Cap 12
Carla, Carlos y otro fin de semana
José Pepe Juliá
El sábado para Carlos es un día especial. Mientras espera el regreso de Carla de su rutinario recorrido por el Parque, prepara el desayuno. La música que le entrega la radio en voz baja le recuerda la ausencia de formalidades propias de días laborables y lo acompaña en eso de armonizar el ambiente sabatino. La voz ronca y personal de Vicentico que le susurra:“Tú…no podrás faltarme cuando falte todo a mi alrededor…”, lo hundió en una insospechada duda. Mirando por la pequeña ventana de la cocina, donde lo más parecido a un paisaje es una paloma columpiándose en un cable de la Compañía Eléctrica, lo golpeó justo en el lugar del cuerpo donde dicen que se van archivando los sentimientos. “¿Quién no podrá estar ausente cuando me falte todo?”, se preguntó canturreando. Y como si ese interrogante hubiese activado el dispositivo que desenvuelven los recuerdos, le empezaron a caer nombres, rostros, voces y momentos.
Empezó a enumerar las mujeres que han influenciado en su vida en orden de aparición:
Mamá Elsa. Siempre pendiente de sus necesidades. Las imprescindibles y las superfluas. Todavía no sabe si fue por ser hijo único o por la pobre cantidad de amor que ella recibió. Si bien su padre le ponía límites, él se las ingeniaba para que la jueza que juzgara la penitencia de las travesuras fuese su madre. Se sonrió al recordar que ahora la que se empeña en travesear es ella, con la libertad que le permite su reciente viudez. De ella adquirió su personalidad avasallante y despreocupada. Está convencido que Carla tiene cierta semejanza en su accionar.
En la lista después vendría la abuela Adela con su severidad alemana. En ella encontró, quizás buscada por él, la insensibilidad ante las consecuencias en las adversidades (eso le quitó también la agilidad facial para dibujar una sonrisa fresca). A tener el lagrimal “cerrado por reformas” (aprendió de grande que también se puede llorar de alegría). Adela lo adiestró para abrirle los ojos y tener una mirada más profunda para clasificar a sus compañeritos y que fuera él el que decidiera quien sí y quien no tenía derecho a su confianza. Recuerda que en su funeral no lloró. Cumplía la promesa que con su abuela había pactado unos días antes del desenlace de esa enfermedad que no tiene vuelta atrás: “No me llores. No demuestres tus debilidades en público”. Algo que cumplió al pie de la letra aunque tuviera solamente diez años recién cumplidos. Además le inculcó la abuela materna, la pulcritud y el orden. Las tostadas acomodadas milimétricamente, las mermeladas ubicadas en simetría con el centro de la mesa, la cucharita en el lado derecho de la taza dan prueba de ello. Aquí también encuentra una similitud en la influencia que Carla ejerce en algunos de las decisiones que tiene que tomar Carlos.
La tía Elvira no puede faltar en su lista. Pero la descartó por lo poco que pudo frecuentarla. Ella se merece sin lugar a dudas un reconocimiento. Haberse dedicado abiertamente a vivir de su cuerpo siendo parte de una familia que en forma fervorosa se autoproclama católica apostólica romana, la convirtió en la oveja negra. Y él se siente culpable de ser el causante del exilio familiar de la tía cuando los descubrieron en una situación inconveniente. Ella con los pechos al aire y Carlos (en aquel entonces Carlitos) toqueteándoselos. Nunca le aceptaron a la tía Elvira su argumento de querer colaborar con el crecimiento de su sobrino. Esa experiencia le dejó a Carlos una admiración sobredimensionada por la tersura de las tetas. La suavidad de la piel de su tía es exactamente igual a la que encuentra en los pechos de Carla.
Luisa, mal que le pese, no puede faltar. Además de ser la madre de su hija, ostenta otro título importante para él. Ambos tuvieron su primer encuentro sexual. Su primera experiencia carnal. Y eso no es poca cosa. Tenían diecisiete años. Compañeros del secundario, vecinos del barrio. Después de un noviazgo ardiente, Luisa se cansó de los caprichos infantiles y las indiferencias sentimentales, según ella, de un Carlos recién salido del cascarón. Se reencontraron varios años después, sin que ninguno se lo propusiera. Ella con más aplomo sentimental, él con más experiencia corporal. De aquel desencuentro a ese reencuentro, pasaron exactamente veintidós años… y una hija. Casi dos años después del nacimiento de Rocío, Luisa volvió a encontrar los mismos defectos en Carlos y unilateralmente decretó el nuevo distanciamiento. Que esta vez le cuesta más porque también limita a tan solo cuarenta y ocho horas la tenencia de Rocío. Luisa deja de ser madre los fines de semana. Los mismos en los que él pasa a ser padre de tiempo completo. Aquí también asocia a Carla con otra de sus mujeres. “La mamá postiza” como no le gusta que la llame.
Mientras espera que el café tome la temperatura adecuada, se sienta en la banqueta alta y mirando el techo, después de un suspiro telenovélico, se dice convencido: “Carla. Carla es la que no podrá faltarme cuando falte todo a mi alrededor. ”. Pero no se lo va a cantar.
El ruido del ascensor confirma la llegada de “la infaltable” enfundada en el jogging sabatino. Una ducha rápida y el desayuno juntos. Uno al lado del otro. Risas por algún comentario jocoso por haberse quedado con las dudas del sabor de la cocina vietnamita al cancelar a último momento la salida programada de los viernes y decidirse por un delivery local. Beso de sábado con gusto a frutos del bosque antes que Carlos vaya a buscar a Rocío.
Terminada la tarea de lavar las tazas, Carla se sienta en el sillón para ir acomodando mentalmente el sábado y el domingo. Nada tiene que quedar librado al azar. “¿Cuantos fines de semana son los que comparto como si fuese casi una madre para Rocío?”. Muchos. Sabe que sacrificar horas en las cuales una pareja las puede dedicar a su intimidad para tener que compartirlas con la hija de uno de los dos, vale la pena para fortalecerla. Ella considera que sí lo vale. Por Carlos, por ella y por Rocío. Pero no se lo va decir.
Viven otro fin de semana como familia. Con la hija ciento por ciento de su padre. Y un poco de Carla.
Sábado y domingo de esfuerzos para que la niña coma algo más en el almuerzo sin que se distraiga con las caras de payaso de Carlos. Para que duerma la siesta después de cabalgar en las piernas de papá y de pintarse con los cosméticos de ella. La infaltable visita a la plaza con o sin sol. La merienda enchastrando la ropa. Las zambullidas en la bañera con Carla como guardavida. La cena del sábado con amenazas de penitencia si no se come todo lo servido (ni una cosa ni la otra se cumplirán). Rutinariamente, paso a paso.
La escena en el sillón con las dos como protagonistas, lo emboba. Mientras recoge la mesa, ve que Rocío le secretea algo al oído y Carla se desentiende entre risas con un “Ah, no sé...Preguntale a tu padre”. El “tu” lo volvió a ubicar en tiempo y espacio. Íntimamente espera algún día escuchar “Preguntale a papá”.
La llegada del domingo anuncia la cuenta regresiva. Y es Carla la encargada de darle el matiz brilloso para que no se convierta en la despedida opaca de las tardes del último día de la semana. Se tiene que duplicar para que tanto Carlos como Rocío completen la jornada con sonrisas y alegría.
El próximo fin de semana, inevitablemente, comienza a llegar después de los lunes.
José Pepe Juliá
Los Cuentos de Pepe 2018
“el album de mi cabeza
Sólo con fotos tuyas se llena
Sólo con fotos tuyas se llena…
En el cuarto oscuro y apartado
Yo revelo y amplifico el pasado
Mientras guarde los negativos
Yo podré reproducirte a mi lado
Tan ausente y tan presente
El álbum de mi cabeza
Sólo con fotos tuyas se llena”
LobosMagazine 2018
EDITOR: JOSÉ LUIS SAN ROMÁN