"Guardalo. Y no me pidas que te diga dónde porque te vas a enojar. En algún momento lo vas a necesitar. Hacele caso a la recomendación que está en la caja."
EPILOGO CAP 10
Volvió a dar otra vuelta a la manzana, ya no estaban. Él siempre se había sentido inseguro, y esa sensación de estar siempre como dependiendo de manera servil con las personas con las que se relaciona. Y tratando de averiguar que pensaban de él, a partir de opiniones o miradas. Con temor casi, cuánto valía, o cómo se veía. Ella mientras tanto medio dormida en el taxi que la traía de vuelta a casa, viniendo a su memoria cuando había aprendido a jugar al ajedrez. Había un movimiento, una jugada, el enroque, donde en un solo movimiento el jugador cambia la posición de dos piezas, lleva la torre al lado del rey y el rey a la esquina de la torre. Le gustaba esa casi sutileza medio engañosa; el enemigo tenía concentrada toda su fuerza contra el rey y éste de golpe desaparece; ese movimiento era casi una obsesión para ella, que la hacía pensar en eso de la sexualidad, que a veces hablaba con sus amigas, liberaban esa unión “diabólica” con el amor y que se le había convertido casi en una satisfacción sencilla. El alma humana es un laberinto, se ha dicho alguna vez, tal vez sea la representación más cercana; y en ella todo es posible. Tal vez. – DEL EDITOR -
Cap 11
Carla, Carlos y viernes… ¿al fin?
Por José Pepe Juliá
Llegó. Último día semanal de oficinas y rutinas. Si bien tanto Carla como Carlos no se desentienden de sus trabajos los fines de semana, el hecho de no tener horarios y compañeros pegajosos cerca, es relajante y beneficioso para fortalecer la pareja. Aunque cada uno esté pendiente de lo que pase en su celular.
Carlos amaneció con un mal humor impropio en él. Sin ninguna duda la causa fue el desenlace de la cena con su mamá. “Ella no tiene la culpa”, se dice, tratando de comprender la imagen del manoseo travieso del pretendiente. “La habrá envuelto con algún cuento de seducción y al estar tan sola, se dejó llevar”, concluye no muy convencido. Se siente culpable de no visitarla más seguido. Esa situación no lo dejó dormir en toda la noche. Por suerte para él, Carla después de levantarse a las apuradas a vomitar, se había entregado a los brazos del dios Morfeo, de una manera total y explícita. “No estoy acostumbrada a tanto alcohol” le susurró. “Carlos, esto de excederme con el vino no va a volver a pasar, la culpa la tienen esas desgraciadas y desubicadas que tengo de amigas. Mi descalabro etílico...”, sin terminar la frase se durmió.
Al llegar a la cocina para tomar el café mañanero, se encuentra con lo que pretende ser una palabra escrita en el block de la cocina. Deduce que Carla en una de las tres veces que se levantó hasta el baño quiso poner algo y lo único comprensible era una “a”. Garabateó algo ilegible en la siguiente hoja, se sonrió y se fue a desenrollar el viernes.
Inmerso en la Redacción en pleno proceso de edición, el llamado de su madre a media mañana le devolvió un poco de la calma que le faltaba. “Ahora me blanquea su situación amorosa y no me va a quedar más remedio que felicitarla y alentarla”. Se equivocó. La señora solamente le recordaba que el próximo jueves no se olvidara de llevarse la caja con las pipas. Estuvo a punto de preguntarle si tenía algo que contarle pero no se animó. Tenía la sensación de no estar preparado para escuchar la respuesta. Y mucho menos para oír una mentira. Conocía a su madre y ella llegaría a negar, si sospechara que a su Carlitos le molestara la realidad. Recuerda que anoche, el comentario de Carla antes que se entregara al sueño le fastidió mucho: “Dejá tranquila a tu madre. Tiene derecho a rehacer su vida”. Quizá tenga razón. Pero para él le parece demasiado pronto. A la vecina de la casa materna le costó tres años de duelo y abstinencia para retomar una vida en pareja ¿Por qué su madre se tomó tan solo diez meses? “El canoso se parece al canoso de la vecina” se espantó, sentado en la silla giratoria. “¿Mi madre y la vecina no estarán practicando el poliamor?” preguntó al aire. “Hagamos lo mismo”, le respondió Susana, con voz modulada y sensual, mientras mordisqueaba el extremo de un lápiz.
A Carla el viernes la sorprendió en forma de caja rectangular apoyada en su escritorio. Graciela la puso al tanto de la novedad. “Lo trajo César, el bombonazo de Seguridad hace un rato” le contaba emocionada (a Graciela, todos los muchachos son comestibles si miden más de metro y medio con músculos desarrollados). A Carla le da un poco de pena que a su compañera de trabajo se le esfume la intensidad seductora cada vez que se le acercan los bombonazos. Siempre está por hablar con Eugenia para que la pueda estabilizar sexualmente. Se merece una consulta para animarse a tener una alegría de vez en cuando.
“César dice que puede ser un perfume importado y yo digo que es un chocolate suizo”, desgranaba posibilidades Graciela. Le molestó que sacaran conclusiones en el aire. Dudó en abrirlo. “¿Y si es una bomba?”, irónica largó una carcajada. Su expectativa no era tanta como la de Graciela. Se tomó tiempo para examinar el paquete. Sin membrete eliminaba a los clientes, que para estas cosas son extremadamente narcisistas. Sin tarjeta se complicaba el espectro de posibles remitentes. Descartado Carlos (él se lo daría en mano). Excluido Eduardo (demasiado ego para entregarlo a través de terceros). Suprimido su Jefe (no lo haría tan evidente). Se quedó sin posibles candidatos. Ante la insistencia de su compañera, con parsimonia rompió el papel de la parte superior y pudo ver el color rojo del estuche. Rasgó un poco más y apareció la punta de una tarjeta. Al empezar a retirarla, la desesperación por ocultarla fue evidente. Tanto, que Graciela le dijo por lo bajo: “Tenés un admirador secreto. Y debe ser importante por la forma en que lo ocultas”. Con un gesto ampuloso Carla le señala que se aleje y ocupe su lugar.
Trató de arreglar lo mejor posible el papel y escondió el paquete en el cajón central del escritorio. Buscó a Eugenia en sus contactos y la llamó. Antes que le dijera “Hola”, Carla tapando el celular con su mano le susurró enérgica y desencajada: “La estúpida de tu amiga Fernanda me mandó un paquete y por la forma seguro que es un…un…”, no podía encontrar un sinónimo que no le diera vergüenza. La risotada de Eugenia la enfureció más. “No te enojes Carla. A mí me hizo llegar otro y a Olga también. Si nuestros maridos siguen demorando el regreso, le haremos caso al consejo que está en el interior de la caja”. “¿Decime cómo hago para deshacerme de este armatoste?”, ingenuamente Carla le pide soluciones. La jocosidad de Eugenia, le dejó el campo libre para insultarla y antes de colgar escucha: “Guardalo. Y no me pidas que te diga donde porque te vas a enojar. En algún momento lo vas a necesitar. Hacele caso a la recomendación que está en la caja”. No revoleó el celular porque consideró que él no tenía culpas a purgar. Le gritó a Graciela al contestarle que se olvidara del paquete. Un atisbo de sonrisa le ganó la cara cuando terminó de decir “Paquete”.
La hora del almuerzo se vino encima. Adujo no tener hambre y esperó a que todos se fueran a cumplir el rito de empuñar tenedores y cuchillos. Sola en la oficina, entreabrió el cajón y volvió a sentir esa mezcla de curiosidad y ofensa. Abrió un poco más el cajón para tener mayor campo de acción. Con delicadeza y un dejo de asco, con la punta de las largas uñas terminó de despegar el papel intentando no romperlo. Tenía que volver a aislar esa cosa. Ya libre del envoltorio, se conocieron. Fue a través del papel transparente que traía la tapa. Meneó la cabeza, aprobando el aspecto y los detalles. Fueron los detalles los que la obligaron a destapar. Su sentido del tacto, en cuanto apoyó la mano en la suavidad de la superficie encendió alertas. Alejó sus dedos de la tentación de seguir palpando antes que se activaran las alarmas. En la parte inferior de la tapa estaba impresa la recomendación a la que hacía referencia Eugenia: “En caso de necesidad, rompa el envoltorio”. Al terminar de leerla, otra mueca cómplice de su boca habló sin decir palabras.
“Basta” pensó, tratando de darle la forma original a la envoltura. Guardó el paquete en su bolso aprovechando la soledad de la oficina y así evitar ese engorroso momento a la vista de todos. Su mente empezó a elaborar un plan de desaparición de “El Coso”, que a esta altura de los acontecimientos pasó a tener entidad propia. Tiene que ser un plan perfecto. Sin dejar rastros y ni testigos. Decidió deshacerse del adminículo antes de entrar a la boca del Subte. Mentalmente, desde su escritorio, se corporizaron los dos contenedores de basura común que hay antes de llegar. En alguno de ellos tratará de independizarse. Descartó el de los reciclables por ser el más expuesto a los cartoneros.
Decidió no dedicarle ni un segundo de más al horario oficinista y a las 18 en punto estaba esperando el ascensor. Apretaba el bolso, como si se estuviera robando algo. Llegó a la salida rogando que César no la detuviera a controlar su egreso. Pasó sin sobresaltos aunque el corazón le rebotaba entre el pecho y la espalda.
Eliminó el primer contenedor. Una pareja estaba demasiado cerca para el intento de arrojar el paquete. Caminó hasta el otro con la incertidumbre de los perseguidos. “Pero la puta madre. Ni que quisiera deshacerme de un cuerpo”. El otro basurero en la cuadra siguiente estaba abarrotado de bolsas. Tantas que no permitían cerrar las tapas. Entre tanto negro, el rojo del paquete no pasaría desapercibido. “¿A casa con “El Coso”?”.
Y “El Coso” viajó por primera vez en Subte.
Preocupada por el que dirán si se llega a saber lo que está llevando en el bolso, apuró los pasos. Necesitaba estar ya bajo llave en su ámbito y a la vez no quería llegar nunca. En los trescientos metros que la separan de la estación al departamento, no encontró un lugar que le diera al menos la seguridad de un escondrijo acorde a lo que quería ocultar. Ni los escombros de la obra de la esquina ni el jardín del vecino. Piensa que todos sus movimientos están siendo captados por muchas más cámaras de las que se ven. Maldijo no haber limpiado sus huellas digitales que seguramente quedaron en el envoltorio. Se sintió protagonista de una película en la cual le tocó el papel de la inocente que tiene que desprenderse del arma asesina que llegó a sus manos en forma casual.
En el ascensor se encontró con la vecina del departamento contiguo al suyo y le pareció que estiraba demasiado el cuello tratando de husmear en su bolso. Carla se dio cuenta que el cierre no estaba cerrado por completo. ¿Habrá visto algo?
En cuanto entró, apoyó el paquete en la mesa del comedor y empezó a pensar como se desprendería de él. “Tranquila Carla. Sin apresuramientos”, se ordena. Desechó varias ideas. Algunas por lo irrealizables y otras por obviedades. Se decidió por la más drástica pero eficaz, según ella. Y lo tenía que hacer ya. Antes que llegara Carlos para evitar el contratiempo de dar explicaciones no muy convincentes.
Se pregunta si todas las mujeres sentirán la misma inquietud y la misma incomodidad de tener que desentenderse de un aparato sexual, sin haber tenido la mínima intención de adoptar uno.
Rompió el papel rojo del envoltorio y lo arrugó lo más que pudo. La caja también roja y elegante se le hizo atractiva. Exploró a través de la transparencia de la tapa y volvió a tener contacto visual con “El Coso”. Llevó la caja a la cocina. Allí tendrá acceso a la cuchilla con la cual lo cortará en rodajas. Reducir el tamaño era lo más importante. Será más fácil disimularlo en dos bolsas de residuos. “Tengo que hacérselo difícil al que pudiera encontrarlo”, dijo como si estuviera protagonizando una de terror.
Sacó “El Coso” de su encierro y comprobó que tenía cierta personalidad. Nerviosa sacudió su cabeza para espantar fantasmas eróticos. Le pareció escuchar que le decían que lo piense antes de asesinarlo. Que sería una pena que muriera virgen. Pensando en que Carlos llegaría en cualquier momento no tuvo compasión. El primer golpe asesino redujo unos dos centímetros el largo. Que se fue achicando a medida que Carla golpeaba el cuchillo contra la tabla de picar. Llegó a contar diez cuchilladas. Y “El Coso”, pasó a ser un accesorio sexual en cómodas cuotas mínimas.
En la bolsa de residuos de la cocina puso una parte. En la del baño la restante. Las anudó con fuerzas y las llevó hasta el basurero de la esquina, teniendo la precaución de tirarlas lo más separadas posibles. Al regresar lavó la tabla y la cuchilla dos veces.
En eso estaba cuando el girar de llaves le dicen que Carlos está entrando. “Hola amor”, le grita desde la cocina. “Hola mi Reina”, le contesta melosamente él. Hasta que la pregunta de Carlos la deja tambaleante y con la guardia baja: “¿Y este bollo de papel rojo?”…
José Pepe Juliá
Los Cuentos de Pepe 2018
“si tu me pides sinceridad
Debo con pena contestarte
Que no, no, no, no
Estoy feliz de mi libertad
Quiero placer para mañana
… soy caprichosa de corazón
Quiero pasar la vida y nada más…
Soy culpable de una caricia
De algún besito que yo te di
Que no, que no, que no
Soy voluble de corazón quiero gozar la vida y nada más…”
LobosMagazine 2018
EDITOR: JOSÉ LUIS SAN ROMÁN