Se despereza estirando al máximo sus músculos y a medida que se relajan, sus neuronas le van informando de lo sucedido. De a poco va tomando conciencia de la actividad desplegada horas atrás. Y lo constata al descubrirse totalmente desnuda y cansada.
EPILOGO CAP 6
“Ella se aferra apasionadamente a su presente, ¿que por nada en el mundo cambiaría por el pasado o por el porvenir? … no lo sabe, duda… duda todos los días. Por eso no le gustan los sueños: esa forzada, inaceptable igualdad entre las distintas épocas de una misma vida, una imagen del día, niveladora de todo cuanto el ser humano ha vivido; sin tener en cuenta el presente, negándole su posición de privilegio”
Piensa, si la voz de Carlos y sus mensajes es la voz del amor?, la voz cuya existencia había olvidado en aquellos momentos de desconcierto, y de intromisiones del pasado, la voz que la acaricia y la relaja pero para la que todavía no está preparada; la voz del amor? Una voz-imagen lejana, demasiado lejos; tendrá que escucharla aún durante bastante tiempo para poder creer en ella?... -DEL EDITOR -
Cap. 7
Carla, Carlos y el martes extraño
José Pepe Juliá
Martes. Como todos los martes Carlos se despertó antes que suene la alarma vibradora de su celular para no perturbar el sueño de Carla. Este amanecer fue distinto a los martes comunes. Todavía siente en su cuerpo el sabor de haber hecho el amor con Carla unas horas atrás, que acurrucada de espaldas a él, alargará el descanso por unos cuantos minutos más. La observa y la cubre con el acolchado que traviesamente se había deslizado para permitirle ver las redondeces de su cadera ocultas tan solo por las sábanas. Lo hizo como un acto de amor. Y también para no despertarla y proponerle, aunque esta vez en forma vertiginosa, otra entrega frenética y alocada de sexo. Después de una ducha purificadora de toda culpa puritana y ya vestido, se dispone a desayunar. El mantel del comedor sin levantar (necesidades del momento). Los platos y copas amontonados en la bacha (prioridades de deseos). Alguno de los dos se olvidó anoche de programar la cafetera (urgencias físicas). Tendrá que apurarse a calentar el agua para el café y preparar las dos tostadas que le recomienda una dieta sacada por internet.
Se hizo un tiempo, entre sorbo y sorbo, para dejar en orden la cocina y así ahorrarle tareas del hogar a Carla que se despertará una hora más tarde. No puede dejar de pensar en lo bien que la pasaron mientras acomoda en el escurridor los platos recién lavados, con el consumo mínimo de detergente, como le enseñó su mamá. Una de las pocas coincidencias que tienen las dos mujeres que ocupan el corazón de Carlos.
No puede esperar a llegar a la redacción para ver su trabajo estampado en papel. Abre despacio la puerta de entrada y mira hacia el pasillo. Sobre el felpudo del vecino el periódico que lo tiene como empleado lo está esperando. La travesura de los martes vuelve a repetirse. Con sigilo da dos pasos y sin hacer el menor ruido, toma el diario y se zambulle a su guarida. Lo extiende sobre la mesa y va directamente a “Economía”. En dos minutos vuelve a leer su artículo, el que había repasado ayer antes de mandarlo a Gráfica. Y se siente satisfecho. Solo pretende que la gente común entienda su mensaje. “Carlos Blanco Baldasarri”, su firma al pie de la nota le infla el pecho. A las apuradas se acomoda la camisa; se pone el saco; verifica si las llaves del auto están en el bolsillo. Va hasta la heladera y en la hoja del block imantado, donde anoche Carla le tendría que haber dejado una palabra, él escribe en imprenta y con mayúsculas: “GUAUU”. Dobla el periódico como lo dejó el canillita .Tira un beso que se estrella en la puerta del dormitorio. Abre sigilosamente la de entrada y en puntas de pie, una acción propia de espía del tercer mundo, coloca el diario en el felpudo tratando que el perro del vecino no lo olfatee a través de la puerta.
En el ascensor se acomoda el cuello de la camisa y deduce que la sonrisa es por lo menos dos números más grande de lo que admite su cara. “¿Habrá que disimular?” se interroga. “No es cuestión de dejar en evidencia una noche atípica”, se contesta.
Camino a la redacción enciende la radio del auto y “Have you ever seen the rain” en su versión original lo sorprende. La música de Creedence Clearwater Revival es su preferida. Recuerda que con esa canción de fondo y en ese mismo auto besó por primera vez a Carla. Se cuestiona si ella lo amará tanto como él la ama. Siempre está por preguntárselo pero cree no estar preparado para escuchar la respuesta.
Los martes le activan la adrenalina periodística desde que está a cargo de la columna económica del diario. Él intuye que todos los que leen el periódico van directamente a la página 8, donde comienza la sección “Economía”. No necesita ningún sondeo previo. Su análisis concienzudo y verás, es el que atrapa la atención de los lectores, sin ninguna duda de su parte. Dudas que tampoco tienen Aníbal con su “Deportes”, Susana con su “Mujeres”, Ricardo con su “Espectáculos”, cada uno dueño de su sección. El que se despreocupa del asunto es Matías que sostiene casi con displicencia que por más que le den la vuelta, lo primero que se lee del pasquín en el que trabajan son los títulos de la portada, del cual él es el responsable.
Carlos sentado ahora en su escritorio, huele primero el perfume y después ve llegar a Susana. Hoy no la encuentra tan atractiva (secuelas de anoche).
Carla
Suena la alarma en el celular de Carla. Investiga a oscuras con su mano la mesa de luz y no da con el aparato. El sonido agudo sigue incrustándose en sus oídos y proviene de un lugar más lejano. Enciende el velador y descubre que el teléfono está jugando a las escondidas debajo de la cama. No recuerda cómo y cuándo pudo haber llegado a tan extraño lugar. Se despereza estirando al máximo sus músculos y a medida que se relajan, sus neuronas le van informando de lo sucedido. De a poco va tomando conciencia de la actividad desplegada horas atrás. Y lo constata fehacientemente al descubrirse desnuda y cansada. Admite que ese cansancio no es tan molesto como cuando regresa de correr por el parque los sábados a la mañana. Camino a la ducha su figura sin ropas la sorprende en el espejo del placar. Hace mucho tiempo que no contempla sus curvas desde otra óptica que no sean sus ojos. Le agrada lo que se refleja. Cuando por fin el agua tibia recorre su cuerpo, recuerda caricias. Las manos de Carlos y como las maneja son una de las tantas cosas que la seducen. Como su forma de besar, que está entre la ansiedad de un adolescente y la experiencia de un galán. Piensa que se lo tendría que decir pero por ahora no pretende hacerlo. Recuerda que se habían juramentado dialogar sin esconderse nada. Pero se conforma a si misma diciéndose que seguramente Carlos tampoco le cuenta todo. Se cuestiona si esos secretos le hacen bien o mal al funcionamiento de la pareja. Se lo preguntará a Eugenia, que para eso es sexóloga, cuando se encuentren con Olga en la cena de los jueves.
Envuelta en el toallón, se dirige a la cocina y al pasar por el comedor ve el mantel aún extendido sobre la mesa y comienza a recordar que anoche cuando estaba a punto de levantarlo, Carlos con una suave vehemencia, alzándola en sus brazos la llevaba al dormitorio. Ensimismados en tener sus bocas unidas poco les importó el llevarse a la rastra una silla. Sonríe al ver la marca del puntapié que Carlos le dio a la puerta apurándola a que se abriera rápido. Duda entre limpiarla o dejarla como prueba del “delito” cometido. Quizá él, al verla pregunte que pasó, haciéndose el desentendido o quizá pida la reconstrucción del hecho. Se ríe ahora con carcajada incluida y piensa que tendría que aflojar con su adicción a las series policiales.
Llena de café el tazón que tiene estampado su nombre y al darse vuelta para poner el azúcar, el “Carlos” que lee en el otro tazón que descansa en el escurridor, le provoca ternura. Sacude su cabeza como para espantarla. No es de exteriorizar sentimientos. Ni aún cuando se encuentra sola.
Al llegar a la heladera descubre el “GUAUU” escrito en la hoja del block imantado. “¿Será que lo sorprendí? O me quiere dar a entender que me comporté como una perra”. La tercera sonrisa en la mañana la sorprende. No es de estar alegre al levantarse. “A lo sumo seré SU perra”, se dice y esta vez achina los ojos y tuerce apenas su boca, dando por descontado que no llega a ser su cuarta muestra de júbilo. Antes de salir de la cocina amaga con escribir algo debajo de lo que dejó Carlos, pero le pareció que él ya se había resignado a que ella se había olvidado. Si llegara a recriminarle algo le dirá que fue el culpable por su impetuosidad nocturna.
Se le hace tarde. Tiene que vestirse, darse un toque de maquillaje y salir a las apuradas para la oficina.
El martes es el día de la semana en que se reúnen en el salón de conferencias de la empresa. En los tiempos que corren, esas reuniones solo sirven para justificar el esfuerzo por mantener el listado de clientes. Soportará las embestidas casi románticas de Eduardo, que trabaja en el piso superior del edificio y que todos los martes se le acerca para decirle empalagosamente cuidando que nadie más que ella lo escuche: “Te sigo esperando. Soy muy paciente y vos vales la espera”. Sobrellevará los lamentos de Graciela, su compañera de escritorio, que muere por Eduardo. Y resistirá del Director de Área los mismos vacíos como insulsos halagos: “Les agradezco a cada uno de los presentes que siguen apostando al trabajo y el progreso de la Agencia Publicitaria a la cual nos debemos como profesionales”.
Le agrada que esos almuerzos de trabajo no sean los lunes. Su humor es más accesible a partir de los martes. Y hoy por lo visto mucho más.
José Pepe Juliá
Los Cuentos de Pepe 2018
“voy a ser tu mayordomo
Y vos harás el rol de señora bien…
La imaginación esta noche, todo lo puede.
Te llevaré… hasta el extremo
Te llevaré…
Abrázame, éste es el juego de seducción
Estamos solos en la selva
y…
estoy muriéndome de sed
y es tu propia piel
la que me hace sentir este infierno
estoy muriéndome de sed
y es tu propia piel
la que me hace mover…
Abrázame, este es el juego de seducción…”
LobosMagazine 2018
EDITOR: JOSE LUIS SAN ROMÁN