Siempre nos acompañan sobre la cabeza, de un lado un angel y del otro, el diablo... ni "El Ardilla" ni el "Yet" sabian nada de Sun Tzu ni por asomo, pero ese día ... * un Cuento de Mamón Contrera
El Ardilla
*un Cuento de Mamón Contrera
Don Sixto como todos los viernes, pasaba a buscar a su hijo “El Ardilla” Di Giácomo. Rondando los diez años, lo llevaba al campo del tío “Petiso”. Salía del colegio los viernes y se quedaba en el campo hasta el domingo. Le encantaba esa rutina.
Ni bien llegaba al campo, hacía un “paneo” ambiental. Quería saber qué había cambiado. Si el alero estaba apuntalado, si la chancha había parido, si vino el alambrador. Todo, pero todo quería saber. Una semana en el pueblo era mucho tiempo transcurrido. Mientras su padre charlaba con el tío, al “Ardilla” le alcanzaba para revisar e inventariar todas las novedades. Iba al corral de los chanchos, pasaba por la huerta, a los lejos se divisaban las colmenas. Luego pasaba por el gallinero donde estaban las ponedoras. Mientras daba vuelta a la casa, trataba en vano de sacudirles una patada a los patos. De maldito nomás. “El Ardilla”, apodo bien ganado, se debía a su rapidez para huir de las cagadas que hacía. Escurridizo, veloz y justiciero.
Al terminar de dar la vuelta al galpón fue a buscar al “Colorado”. Ahí estaba atado al alambrado. Parecía que ese caballo lo reconocía, ya que abría los ojos como búho y se ponía tenso ante su presencia. Vaya uno a saber que herejía le habría hecho a ese pobre animal. No le sacaba la mirada de encima. Desconfiado, hasta recibir una caricia en la cabeza. Es que “El Ardilla” al llegar al campo del tío, estaba tan contento que la bondad le ganaba el carácter. A medida que iban pasando las horas, los animales ante su presencia, se empezaban a preocupar.
Se había olvidado de su único enemigo, el vil, malvado, traidor, acechador, egoísta, asesino, malhumorado, sagaz e inteligente … “Yet”, el gato más odiado de todo el universo. Siempre agazapado, mirando a medio ojo, por momentos inmóvil, petrificado, sin mover un solo músculo. Era su archienemigo; era quien lo desvelaba por las noches, era el Guasón, Lex Luthor, el Lobo de Caperucita y Chupamiel juntos. Soñaba con ese gato maldito. Por las noches imaginaba miles de estrategias para poder cazarlo. Nada funcionaba. Cansado de tirarle hondazos, trampas de alambre, pozos camuflados, carne podrida. Nada era eficaz; inventaba armas, tramperas, era para él lo que el Correcaminos era para El Coyote. Lo peor, que ese gato ladino, hacía que su estadía en lo del “Petiso”, sea más breve, ya que le demandaba mucho tiempo la cacería.
Un viernes llegado al campo, repite la rutina de siempre, luego que el tío pasa las novedades a su cuñado, Don Sixto saludó a su hijo y se retiró para el pueblo. “Venga m´hijo, vamos a tomar algo calentito y a probar la torta que mandó la Juana”, dijo el tío. Cayendo ya la tardecita, “El Ardilla” fue hasta el galpón donde estaban los fierros, las herramientas, los recados y riendas. Todo estaba en silencio. Un silencio raro. Al acercarse a las bolsas de maíz, sintió un ronroneo. Se le pararon los pelos de la nuca. Se acercó lentamente y al separar las bolsas, salió como un petardo el “Yet”. Ni susto que le hizo pegar! Algo le llamó la atención en el piso. Eran unas plumitas ensangrentadas.
Sintió el chiflido agudo del tío. Era la manera de llamarlo. Llegó corriendo velozmente “¿Qué pasa tío?” preguntó, “Ese gato insano! Ha matado a los pollitos que se escaparon del gallinero, ya me cansó!, mañana temprano me voy a dedicar a cazarlo”, contestó el tío. “Habrá llegado el momento tan esperado? ¿Será verdad? Pensaba “El Ardilla”; estaba tan excitado que preguntaba sin parar, “le ayudo tío?” ¿a qué hora lo va a cazar?” ¿De un escopetazo? ¿Con una trampera? ¿Veneno? ¿Con la guadaña? ¿lo va a pisar con el tractor?, …Nooo, ya sé! Lo va a hipnotizar y le va a decir que se muera”. El tío no le contestó, sólo le dijo: “no le diga nada m´hijo a la tía, porque ella tiene aprecio a ese salvaje”
Esa noche cenaron rico, y luego se fue a la cama temprano a leer Anteojito. El cielo estaba estrellado y una luna brillante iluminaba los paraísos. Apoyado en la ventana con sus puños sobre su mentón, contemplaba la postal nocturna. Imaginaba a marcianos deformes caminando en otros planetas, lanzándose rayos incendiarios. “AAhhhhhhhhhhhhhhhh!!, gritó tirándose hacia atrás como si hubiese visto a uno de esos extraterrestres y fue a parar contra el ropero. Paralizado veía del otro lado del vidrio de la ventana a “Yet”, caminando por el marco muy lentamente. De pronto se detuvo en el medio de la misma, giró su cabeza y mirándolo fijamente al “Ardilla”, achinó sus ojos, como midiéndolo. Un siglo…, después giró nuevamente a su posición anterior y se marchó. Él era el único animal que lo enfrentaba y lo desafiaba. Luego que se recuperó y acomodando su terror y rabia, maldijo a ese animal terrible. De pronto dibujó una media sonrisa tranquilizadora, al acordarse de que el “Petiso” haría justicia al otro día. Con ese pensamiento se fue a dormir tranquilo.
“¡ffffffuuuuuiiiiiiiiiiiiiiiiiii!”, saltó de la cama como un resorte ante el chiflido. Se vistió a mil por hora y corrió hacia el origen de la llamada. “buen día!! ¿Dónde está el tío?”, preguntó agitado; “está en el galpón” contestó la tía. Salió como rayo y cortando camino entre los canteros, fue al encuentro del “Petiso”. Luego de correr el portón y entrar, el tío lo chista “sshhhhhh!..Estoy acá, detrás del chatín, no haga bulla”. Vio al “Petiso” agachado, atando una bolsa de arpillera, “andá a desayunar y aséate un poco, después venite con el alazán. Tengo embolsado al gato. Te vas a ir hasta el monte y lo vas a tirar cerca del molino”, ordenó el tío. Y así fue. Luego de devorar la leche con cascarilla fue y le puso el cojinillo al “Colorado”, lo subió y fue hasta la parte trasera del galpón. Los “siete” perros que eran sus aliados y que algo presentían, lo acompañaron. Lo estaba esperando el “Petiso” con la bolsa. “Ya está atada la bolsa, agarrala fuerte y tiralo a donde te dije”, ordenó, “sí, sí, tío, como usted diga”
Emprendieron la marcha, muy excitados; El Ardilla, el Colorado y los “siete”, secuaces. Mezcla de temor y alegría. El monte quedaba como a legua y media. Ya a medio trayecto, “El Ardilla” estaba canchero, después de insultarlo de mil maneras al “Yet”, y consultando con los “siete” de qué manera lo iban a eliminar al maldito. Hacía chistes, se reía solo, gritaba como un indio. Realmente se sentía poderoso, como si hubiese cazado a un oso. Cada tanto zamarreaba la bolsa y el “Yet” enloquecía revolviéndose dentro de la bolsa. Los “siete” empezaban a ladrar tanto que babeaban como locos. El “Colorado” cada tanto miraba para atrás, solamente para asegurarse que “El Ardilla” no se la agarre con él.
Al llegar al monte y ya con el brazo acalambrado de llevar al gato, bajó del “Colorado” dejando caer las riendas, el mismo se dedicó a bajar la cabeza y a comer pasto; la situación de los demás no le interesaba. “El Ardilla” empezó a girar la bolsa, como la vuelta al mundo, “los siete” rodeándolo saltaban como locos, querían ser los ejecutores de ese enemigo en común. Cansado ya de revolear la bolsa, se acordó lo que el tío dijo: “tirá la bolsa así como te la doy”, es decir, que no la desate. Siempre nos acompañan sobre la cabeza, de un lado un ángel y del otro el diablo. Y ahí vienen los consejos, “Hacele caso al tío” dijo el angel; “No hagas caso, pensá en todas las maldades que te hizo a vos y a “los siete” “Ni lo pienses, abrí la bolsa y tiráselo a “los siete” que lo despedacen”, dijo el diablo.
Bla bla bla bla. Meta discutir los dos. Y si, “El Ardilla” decidió. Decidió lo que cualquier chico sano hubiese decidido. Es decir llevarle la contra a los mayores. Y con una leve sonrisa y mirando a “los siete”, fue abriendo despacito los nudos. Su rostro se iba transformando, ensanchaba los orificios nasales, su sonrisa se ampliaba y sus cejas se levantaban. “Los siete” parecían lobos de la Siberia, como si no hubiesen comido en todo el año. Era hambre de sangre, era odio, era venganza. En círculo a la bolsa esperaban ese momento sublime cuando “El Ardilla” abriese la bolsa. “Yet asomó apenas sus bigotes y “los siete” totalmente furiosos y con los ojos rojizos, ladraban descontrolados. “El Ardilla” se fue levantando lentamente, retrocedió un paso y le pegó un boleo a la bolsa que el gato salió catapultado. Detrás “los siete” decididos a la masacre, lo rodearon. Sólo faltaba que uno se decidiera. “Yet” se hizo un bollo y sus ojos ya no eran desafiantes, eran ojos de desesperación, de tremenda angustia, era el fin. Lentamente uno de “los siete” se adelantó para la mordida inicial. Por detrás de los perros estaba “El Ardilla” y a su costado el “Colorado” que ignoraba la ejecución, comiendo tranquilo un poco de gramilla. Cuando uno de “los siete” se lanzó sobre “Yet”, el gato agazapado y viéndose perdido, como un resorte poderoso, saltó, pasando por arriba de los perros restantes y por el costado de “El Ardilla” y fue a caer en las ancas del “Colorado”, donde clavó con todas sus fuerzas las filosas uñas.
Que pedazo de espantada pegó ese caballo ante tanto dolor. En un segundo desapareció en el horizonte, solo se veía una gran polvareda. “El Ardilla” congelado junto con “los siete”, veían como se alejaba el “Colorado” montado por el “Yet” rumbo pa´ las casas.
(*)Como se dice comúnmente, sé rápido como el trueno que retumba antes de que haya podido taparte los oídos, veloz, como el relámpago que relumbra antes de haber podido pestañear.
(*)Cuando se entabla una batalla de manera directa, la victoria se gana por sorpresa.
(*)Si haces que los adversarios vengan a ti para combatir, su fuerza estará siempre vacía. Si no sales a combatir, tu fuerza estará siempre llena. Este es el arte de vaciar a los demás y de llenarte a ti mismo.
(*)Para tomar infaliblemente lo que atacas, ataca donde no haya defensa. Para mantener una defensa infaliblemente segura, defiende donde no haya ataque.
(*)Para avanzar sin encontrar resistencia, arremete por sus puntos débiles. Para retirarte de manera esquiva, sé más rápido que ellos.
(*)No detengas a ningún ejército que esté acorralado. Bajo estas circunstancias, un adversario luchará hasta la muerte.
(*)Muéstrales una manera de salvar la vida para que no estén dispuestos a luchar hasta la muerte, y así podrás aprovecharte para atacarles.
(*)No presiones a un enemigo desesperado. Un animal agotado seguirá luchando, pues esa es la ley de la naturaleza.
**Sun Tzu fue un general chino que vivió alrededor del siglo V antes de Cristo. La colección de ensayos sobre el arte de la guerra atribuida a Sun Tzu es el tratado más antiguo que se conoce sobre el tema. A pesar de su antigüedad los consejos de Sun Tzu siguen manteniendo vigencia. El Arte de la Guerra es el mejor libro de estrategia de todos los tiempos. Inspiró a Napoleón, Maquiavelo, Mao Tse Tung y muchas más figuras históricas. Este libro de dos mil quinientos años de antigüedad, es uno de los más importantes textos clásicos chinos.