La corrupción no es una característica inherente al modelo del relato, así como la honestidad no es una virtud propiedad excluyente de Cambiemos. Ni viceversa.
Matices
Escribe Ricardo Lafferriere
Las noticias shockeantes son siempre enemigas de los matices. Quien quiera incursionar en ellos sabe de antemano que “no quedará bien con nadie” y muy probablemente sus opiniones no reflejen las de la mayoría. Sin embargo, siento que habría deshonestidad intelectual si, convencido de algo, callara.
La reflexión viene a cuento de la descalificación generalizada que generan los hechos impactantes de corrupción que están saliendo a la luz, que tiende a “rebalsar” sobre quienes no han participado del festín de los corruptos, pero sin embargo tienen convicciones parecidas a lo que conformó el “relato” tras el que se escudaron los corruptos durante más de una década.
Es comprensible que la pulsión empuje, mucho más cuando se trata de un debate con fondo político. Está claro que son elementos demasiado atractivos como para no “aprovecharlos”, aunque signifique la bastardización del análisis y, en consecuencia, del debate.
Sin embargo, no es lo mismo ser cómplice o partícipe del latrocinio infame que estar convencido de una determinada concepción sobre la economía, la política y la vida en sociedad.
Cierto es que en algunos casos los extremos coinciden. Pero en la gran mayoría, no.
“No robar” es un mandato bíblico. Hace 2500 años que, inscripto en las Tablas de la Ley que Dios le dictó a Moisés, comenzó a formar parte de uno de los valores básicos de la civilización occidental. Está en la misma dimensión ética que el “no matar”, “honrar al padre y a la madre” y “no levantar falso testimonio ni mentir”. No sólo están fuera del espacio de diálogo, de la Constitución o de la democracia: no caben en la propia convivencia humana.
La ideología “nac & pop”, la convicción de los eventuales beneficios de una economía cerrada, o el grado de intervención del Estado en la economía son postulados de ideas, más o menos útiles o inútiles según las épocas, en las que hoy por hoy muchos no creemos y más bien estamos en las antípodas… pero tienen cabida en el debate democrático, y en última instancia son alternativas que la sociedad, en su debate abierto y libre, en el marco de la ley, decidirá si utiliza o no. No son mandatos bíblicos, sino apenas categorías históricas, que hasta no hace tantos años formaban parte del “saber oficial” en la gran mayoría de los países del planeta.
Días atrás, un reconocido actor claramente identificado con la gestión kirchnerista, sostuvo al ser consultado sobre el escándalo de los cuadernos: “Fue un impacto muy fuerte. En lo particular, espero que sea tratado con enorme sentido de Justicia. Que la búsqueda verdaderamente sea desentramar uno o más hechos que en definitiva son negativos para cualquier sociedad. En Argentina hemos sufrido bastante a través de eso” para luego agregar “Que se discuta la corrupción en general. Después, debatamos que modelo país queremos. Yo, el país que quiero, es el que llevó adelante el modelo político de los últimos doce años atrás. Sea Cristina Fernández de Kirchner, sea cualquier sucesor de ella. Ese es el futuro de país que yo quiero y lo voy a seguir defendiendo a capa y espada“. Curiosamente y aunque moleste a muchos, debo decir que estoy de acuerdo.
Mi posición está en las antípodas de la que seguramente sostendría Echarri y podría argumentar con mucha solidez sobre el desemboque inexorable de ese camino en un callejón sin salida. Él tiene, sin embargo, derecho a sostener su propuesta y participar en el gran debate nacional con plena libertad.
La actitud de inhibir el debate sobre el país que queremos aprovechando el gigantesco desprestigio de la ex presidenta sería obrar como lo hizo ella, escudando en un falso relato -en el que nunca creyó ni proyectó desde su gobierno- la más oscura etapa de saqueo que haya tenido el país en toda su historia.
Por el contrario, matizar con mayor madurez el debate ayudaría a todos. Rompería la barrera comunicacional entre los compatriotas que, hoy por hoy y desde la honestidad, están desencantados con lo que ven, pero mantienen sus convicciones, y la otra gran cantidad de argentinos que creemos en el camino de la modernidad y el compromiso con el futuro, estamos también shockeados por lo que vemos, pero aspiramos a una Argentina unida trabajando en conjunto, respetándose a sí misma y a cada uno de sus habitantes, por un futuro de desarrollo, prosperidad, protección de la casa común, respeto a la ley, derechos humanos e inclusión social.
La corrupción no es una característica inherente al modelo del “relato”, así como la honestidad no es una virtud propiedad excluyente de CAMBIEMOS. Ni viceversa. Comenzar a entenderlo tal vez ayude a una convivencia mejor entre los argentinos removiendo los islotes de intolerancia que subsisten en uno y otro campo.
Ricardo Lafferriere
Escritor. Político. Ex Senador de La Nación. Ex Embajador Argentino en España.
LobosMagazine 2018
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