"Su brillo se va perdiendo domingo tras domingo... y antes que su delicada naturaleza desaparezca por completo... ¿qué otra cosa puedo hacer? Si no olvido moriré"
Tres horas de Domingo
José Pepe Juliá
“El sol se filtra a rayas verticales,
Por el ventanal que a una altura insospechada,
Aleja el paisaje a los que aún somos mortales.
Las sombras que proyectan barrotes avizores,
Coartan libertades oprimidas
Que amedrentan huidas o invasiones”
Oscar estrujó el papel y lo arrojó al cesto de basura. El bollo pasó a ser uno más de los tantos que estrujó esta mañana. Por más que se esmere, “mi poesía está lejos de la que antes poseía”, se dijo jugando a su juego predilecto de emplear las mismas letras en diferente ubicación. En su celda le sobra el tiempo para hacer travesuras con los caprichos del idioma.
Ya no posee ni siquiera libre su albedrío. Notó que todo lo relacionado con los versos ahora abarcan la oscuridad y las tinieblas que su encierro le transmite. Lleva recién tan solo siete meses de los seis años que tiene por cumplir. Descubrió que con su obligado nuevo domicilio no solo perdió el viento en la cara, también se le desdibujó su nombre y su ubiquidad quedó sin rumbo y acotada. Se le clausuraron las libertades apasionadas a su musa inspiradora. Allá afuera le fluía la inspiración con solo pensar en Alejandra.
Hoy no es una mañana cualquiera. Viene ella. Y a decir verdad, le duele tener que esperarla egoístamente todas las mañanas de domingo. Porque cada vez que la espalda de Alejandra se pierde por el pasillo que se la lleva de vuelta, le indica el comienzo de otra semana igual a las veintiocho que ya lleva descontadas de su deuda con la ley.
Oscar siente que Alejandra también está cumpliendo otra condena. La de ella se limita a estar presa por tres horas cada domingo. Y le da bronca que él sea su carcelero. Después de meditarlo durante varias noches en la soledad de su espacio reducido, decidió decírselo de golpe, sin que tenga tiempo de asimilarlo. Que se dé cuenta recién allá afuera. Y que cuando quiera volver, le impidan la entrada porque si hay una libertad que se respeta desde allí adentro, es la de aceptar a quien se quiere recibir.
La ve llegar con su paso vacilante. Como si caminara por un mundo desconocido. La ve más demacrada que el fin de semana anterior. Su cara demuestra cansancio y la mueca de su boca dibuja un inocultable gesto de asco. Sus ojos hundidos en la vergüenza le marcan aún más las ojeras. Y al ver su cabello despeinado recuerda cuando ella, en una visita anterior, le había confesado que la humillación de la revisación del ingreso la había hecho llorar. Ya no es la Alejandra jovial y parlanchina que conoció tres años atrás. Su brillo se va perdiendo domingo tras domingo. Y antes que su delicada naturaleza desaparezca por completo, Oscar tomó la decisión de afrontar la condena él solo. Como corresponde. Sin arrastrar a nadie y mucho menos a Alejandra. Le mentiría que ha dejado de amarla (o como ella se merece que la amen). Que los sueños de pañales y mamaderas dejaron de interesarle. Que la oscuridad del encierro le hizo ver las cosas con mayor claridad. Que seis años no se pasan volando. Fue hilvanando mentira tras mentira. Y para dar el toque mortal y definitivo, mirándola a los ojos como para que nunca más desande ese pasillo frío y desteñido, le dijo “Si en tan solo siete meses te convertiste en lo que hoy se ve, yo quizá no estaré lo suficientemente preparado para verte entrar el último día de mi condena”. No esperó la reacción. De un salto y levantando la mano, le dio a entender al guardia que la visita había terminado. Cuando se perdía en la penumbra sintió en la nuca la humedad de la mirada de Alejandra. Y rogó que esas lágrimas fueran las que purificaran su angustia. Las que lavaran su cuerpo y su alma de la mugre carcelaria que se llevaba también impregnada en sus ropas. Le pareció haber escuchado un “Oscar”, ahorcado en el nudo de su garganta.
Al año exacto del primer aniversario de su claustrofóbica situación intentó volver a los versos empezando a garabatear: “Alejandra es…”, y la sensación de haberlo escrito con falta de sintaxis, lo obligó a tachar “es” y actualizarlo con un “Alejandra era…”.
José Pepe Juliá
Los Cuentos de Pepe 2018
“que otra cosa puedo hacer?
… una rápida traición
Y salimos del amor tal vez me lo busqué
… no lo sé
Cuanto falta no lo sé
Si es muy tarde no lo sé
Si no olvido moriré
¿Qué otra cosa puedo hacer?
¿qué otra cosa puedo hacer? Ahora sé lo que es perder
Y otro crimen quedará…
Otro crimen quedará…
Sin resolver”
LobosMagazine 2018