El tren se detuvo en la estación y bajando apurada la señora, me mira con una sonrisa resignada y a modo de despedida dijo "Gracias por escucharme"...
Inocentemente Culpables
José Pepe Juliá
Ver la fotografía de un rostro en blanco y negro en un diario cualquiera, leer a las apuradas las frías letras que tratan de explicar el porqué de la desaparición de la totalidad de esa persona y lo único que nos preocupe sea la tinta desteñida que nos ensucia los dedos, no nos convierte en culpables, pero sí, en cierta medida, en copartícipes. Enterarnos de soslayo a través de la pantalla talle XXL de un televisor, cómo los periodistas especializados desarrollan la información de un nuevo delito en el cual los sospechosos siempre gozan de buena salud y sólo esperamos que aparezca de una buena vez el cronista deportivo o el de chimentos, no nos convierte en procesados, pero sí, con nuestra superficialidad, en cómplices.
El tren esta vez llegó puntual, 8:05 resplandece en el reloj redondo y vetusto que está en la boletería. Gustavo parado en el andén, con su espalda pegada a la “U” del cartel que bautiza “PUEYRREDON” a la estación Mitre, ya sabe que tendrá que dar tan sólo tres pasos para ingresar por la segunda puerta del cuarto vagón que se detendrá justo ahí. Su viaje habitual hasta Ballester le arrebata unos veinte minutos de su existencia cada mañana. Los necesarios para ir despertándose de a poco. Parecería ser que la puntualidad del día alteró la fisonomía del pasaje. A algunas caras las reconoce, a otras no. Hay un asiento vacío y se apura a ocuparlo. Es del lado del pasillo. Del lado de la ventanilla una señora mayor y bien vestida mira hacia las ráfagas del paisaje exterior. Al sentir el golpe en el asiento se sobresalta. Gustavo le pide disculpas y la pasajera le responde con gesto triste.
- No es nada muchacho, estaba distraída en mis cosas.- le dijo
- Deben ser cosas no muy alegres.- se animó al diálogo Gustavo, siempre tan reacio a entablar una conversación y mucho menos con una desconocida.
Cuando la señora giró hacia él, Gustavo pudo ver la remera blanca estampada con la foto de una chica sonriendo y el nombre “Erica”.
- No quiero amargarle la mañana; lo que pasa es que se reabrió el juicio por la desaparición de mi hija, después de cinco años y es como volver a empezar. Y eso me tiene mal.- balbuceó la señora.
Gustavo dudó. No sabía si guardar silencio o profundizar la charla. No hizo falta tomar una decisión. Ella empezó arrebatadamente un monólogo a media voz pero perfectamente audible para los que apretujadamente viajaban cerca. Lo hizo de corrido y como si supiera los minutos exactos que le llevarían contar su historia. Me dijo “Gracias por escucharme” cuando el tren se detuvo en la estación San Andrés y se bajó apurada. Se despidió con una sonrisa resignada.
Solo, en el asiento, Gustavo comprobó que ninguno compartió el que quedó libre. Como si aún el relato de la mujer ocupase pesadamente el espacio. La chica que se había sacado los auriculares para escucharla, se los volvió a poner. El muchacho con capucha carraspeó y se acomodó contra la puerta recién cerrada. El señor abrigado como para cruzar el Polo Norte, situado para bajar en la próxima, miraba el piso. El vendedor se fue sin promocionar la oferta de dos alfajores sin marca por 15 pesos. El guarda con su dedo en el botón que recién tendría que apretar dentro de un largo rato respiró profundo. A Gustavo las dos estaciones que lo separaban de su llegada a destino le parecieron más lejanas que de costumbre.
No siempre se tiene la suerte o la desgracia de tener al alcance de los cinco sentidos a alguien involucrado directamente con una de las tantas noticias que son primicia al mismo tiempo para varios medios de comunicación.
Cuando por fin bajó en Ballester caminó cabizbajo los metros que lo separaban de su negocio.
Mientras coloca la llave en la cortina del local donde vende chucherías, con su mente ocupada en el imaginario juicio que le hace su conciencia, con él de pie en el estrado, enfrentándose al ficticio juez que lo juzga, le responde en voz alta. “Me declaro inocentemente culpable”.
Gira la cabeza hacia ambos lados para percatarse que nadie lo escuchó. Y se deja tragar por la cortina metálica.
José Pepe Juliá
Los Cuentos de Pepe 2018
Nos pasarán la cuenta y tu, tendrás que pagar y yo,
y yo tendré que pagar, también, habrá que pagar,
porque sabrás amigo que tu, no naciste de una flor,
eres tanto como yo, penas y dolor,
que somos peldaños, si, y por eso al escalar,
pisamos al otro al fin, que quedó detrás,
por eso... y por muchas otras cosas... es que...
Nos pasarán la cuenta...
LobosMagazine 2018
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