El clientelismo es una estrategia de muchos políticos para contentar a gran cantidad de electores ofreciendo dádivas, puestitos, limosnas, con el fin de obtener sus votos, de demostrar poder.
Clientelismo político, el fraude a la Democracia
Últimamente venimos escuchando y escuchando hablar de crisis de la democracia o, al menos, de un cierto descontento o desconfianza de la población, de los ciudadanos con su funcionamiento. Tenemos que los motivos son muchos, variados. Y así es como vemos una selección perversa de los gobernantes, realizada por los partidos, o lo que se llama partidos hoy día, a una paulatina desaparición de los controles y contrapesos que deben limitar y controlar la acción de los gobernantes y de los que legislan. Controles que deben prevenir contra la arbitrariedad, los atropellos a las libertades individuales y el control del mal desempeño de sus funciones y deberes; es decir, todo lo que produce el debilitamiento de la separación de poderes. Es posible todo esto atribuirlo a unas élites políticas y económicas mediocres o corruptas o a una intelectualidad severamente inclinada a venderse al mejor postor. Tampoco se puede dejar de lado, ni olvidar la influencia de algunos medios de comunicación o supuestos medios, más bien órganos de propaganda, que, más que proporcionar información relevante de manera racional, siguen su propia agenda e intereses de adoctrinamiento o de conversión de la noticia en acontecimiento sensacionalista o en mero entretenimiento y así ocultar las capacidades reales de los gobernantes.
También vemos que existe otro elemento al que se presta menos atención, y aun resultando bastante relevante para el pobre funcionamiento de las democracias actuales: como es el crecimiento desmesurado de subvenciones, transferencias discrecionales, colocación de partidarios en puestos de la administración, todos esos gastos que no tienen una justificación clara. Salvo por el clientelismo. El “jefe” que otorga favores.
Estas prácticas, actividades que multiplican y multiplican el número de ciudadanos dependientes económicamente de decisiones políticas, de caudillejos; es lo que denominamos clientelismo, el intento de comprar o influir en el voto de ciertos grupos, el de comprar voluntades y obtener obsecuencia. Inclusive aun con el disfraz de hombres que respetan la instucionalidad, las instituciones, la República, y se rasgan las vestiduras en nombre de ello, pero que no tienen el más mínimo empacho, ni prurito, ni vergüenza en hacer uso de esas ventajitas de la obsecuencia y colocar o filtrar en la administración pública a familiares o compromisos políticos y hacer que haya mucha gente que cobre sin trabajar ni brindar ningún tipo de servicio. Todo sea por un “puestito” o una ventaja. Casi siempre, se resaltan sus consecuencias económicas: una constante tendencia hacia el déficit público y la deuda. Pero pocas veces se resaltan o no se quieren ver las graves consecuencias sobre el sistema político. O usted cree que lo que lleva a esto “modus operandi”, o mañas, o póngale el nombre que más le guste, … estafadores tal vez?, son sólo accionar de una determinada “identidad política” o de un partido?, no, para nada. Cargos y puestos de mucha relevancia en lo que a sueldos se refiere; así encontraremos, en los ámbitos de la salud; de la educación, donde encontrarían si se investigaran o al menos quisiera alguien poner orden, y se verá la cantidad infinita de salarios “docentes” que se pagan por “hacer nada”, y pagan por ello los buenos y reales docentes. Y así una enorme variedad de rubros de lo que son erogaciones estatales. Eso es el clientelismo (por si se perdió en esta nota), al menos una gran parte de él.
En una democracia moderna, representativa en serio, los gobernantes disponen de cierta autonomía para tomar decisiones, siempre dentro de las leyes y sometidos a determinados controles y contrapesos. El voto de los ciudadanos debe ser y constituir un mecanismo de control último, que incentive a los que gobiernan a tomar buenas decisiones con el fin de que cumplan con su trabajo y , si quieren, de probar a resultar ser reelegidos. En realidad y en teoría, el votante no elige entre medidas concretas sino entre paquetes de ellas, o programas, que deben poseer cierta coherencia interna.
Y para mí que hay?
Si el votante tiene un interés importante, intenso en alguna decisión política concreta, por pertenecer a un determinado grupo que depende de ella, como recibir ayudas o subvenciones, no es nada difícil que caiga en la tentación de olvidar el resto de las medidas para centrarse sólo en la que más le afecta. Y tenemos que se debilita así el control democrático que ejerce el voto sobre los programas y sobre la acción política general toda, y finalmente, son los gobernantes quienes acaban controlando a los electores a través del presupuesto… y no al revés.
El clientelismo transforma a muchos votantes en seres monotemáticos, irresponsables, despreocupados de la política general, sólo con una preocupación: y para mí que hay?
El clientelismo es en definitiva una estrategia de los políticos, de muchos, para contentar a buena parte de los electores ofreciendo dádivas, puestitos, limosnas, a ciertos grupos con el fin de obtener su voto, o de demostrar su “poder”. Esto es un fenómeno muy dañino, subvierte los principios de la democracia: convierte a muchos electores en seres monotemáticos, dependientes del favor de los gobernantes, mendigos. Esos votantes dejan de ejercer control sobre la política general pues solo tienen una pregunta en mente: ¿y qué hay para mí?. Y esto, aun siendo muy nocivo para la sociedad, es una vía muy tentadora para los políticos, ya que un partido podría ganar las elecciones defendiendo intereses puramente grupales: prometiendo transferencias, ayudas, ventajas o prebendas a cada una de las facciones.
Y así, el votante solo valora el beneficio concentrado en su grupo mientras desdeña el costo de la financiación, que la realidad muestra que se reparte entre toda la sociedad. Al final, los ingresos de unos son costos para otros, en un juego donde los verdaderos ganadores son los gobernantes.
Y así, los políticos aprovechan ventajosamente la asimetría, la diferente percepción que la gente tiene de impuestos y ayudas. Muchos impuestos son una nebulosa, borrosos, casi invisibles para gran parte de los contribuyentes. Los asalariados suelen olvidar la retención, es aparte del sueldo que existe aunque pocos se toman la molestia de comprobarlo. Qué hace la mayoría?: pues considera directamente su salario neto, olvidando los impuestos. Y también son pocos los consumidores que se detienen a calcular los impuestos indirectos que pagan (el IVA) cada vez que compran.
Por el contrario, las ayudas y subvenciones son ostentosas, manifiestas y palpables. El beneficiario las recibe con plena consciencia. Así, llevado a sus consecuencias finales, un sujeto podría sentirse privilegiado al recibir una ayuda del Estado que, en realidad, proviene de su propio bolsillo. Y es así, se sienten así, superiores; con un poco de observación se dará usted cuenta de esto, tal vez tenga uno de éstos cerca, uno de éstos que cobran por no trabajar, y no se habla aquí de “planes sociales”, ni mucho menos. La dádiva sería engañosa, un truco de prestidigitación consistente en sustraer disimuladamente dinero de un bolsillo e introducir parte del monto total en el otro, con ostentación, jactancia y grandes alharacas.
El discurso político intenta generar confusión entre clientelismo y ayuda a los desfavorecidos. Pero una cosa es apoyar a los necesitados y otra muy distinta favorecer a amigos y partidarios a cambio de voto y apoyo. Y, por el camino, ayudarse a uno mismo.
Efecto de los sistemas de pensiones y jubilaciones; y retiro
Los sistemas de pensiones son un ejemplo paradigmático de mecanismo que puede trastocar el sistema democrático. Cuando se discute entre un sistema de reparto, gestionado por la administración del Estado y un sistema de capitalización, gestionado por el propio interesado de manera privada, se esgrimen sobre todo aspectos económicos. Pero las repercusiones políticas también son cruciales.
El sistema de reparto permite a los gobernantes cambiar las reglas de juego a voluntad y determinar de manera discrecional el aumento de las pensiones cada año: por eso este sistema se convierte fácilmente en un recurso para captar votos de los jubilados/pensionados, etc. En definitiva, cuando los jubilados representan un porcentaje importante del electorado, el sistema de jubilaciones/pensiones de reparto desvirtúa en cierta medida, el control democrático que implica el voto.
La sociedad civil desmembrada
Al establecer un sistema clientelar, los gobernantes suelen fomentar la división de la ciudadanía en colectivos diferenciados y, con ciertas argucias, intentan fraccionar los derechos por estamentos promulgando numerosas y enrevesadas leyes. Así, a través de los resquicios, inoculan conflictos entre grupos para socavar la cohesión social y la existencia de una sociedad civil fuerte y activa. Socavar la cohesión social y la existencia de una sociedad civil, fuerte y activa, Sí!, ese es el objetivo.
Vemos que existen asociaciones que defienden causas desinteresadas, y que los gobernantes tienden a subvencionarlas, a comprarlas, desviándolas de sus legítimos fines. Y entonces los subsidios acaban ahuyentando a los bienintencionados y promoviendo la permanencia en estas asociaciones de quienes sólo buscan un medio de vida; el idealismo, la generosidad, el ansia de mejorar la sociedad van dando paso al reparto del presupuesto. Al saqueo. Perpetrado por saqueadores, obviamente.
La democracia necesita una sociedad civil fuerte, económicamente independiente de las decisiones políticas.
Además de un equilibrio de poderes, controles y contrapesos, el sistema democrático requiere una sociedad civil fuerte, personas conscientes de sus derechos, preferentemente asociadas en agrupaciones que defiendan el bien común. Se necesita imperiosamente que un buen segmento de la ciudadanía sea económicamente independiente de las decisiones políticas. Se necesita que existan muchas personas conscientes de su responsabilidad, con un sentido de la equidad que les impulse a defender aquello que consideran justo, no sólo lo que coincida con sus intereses personales o, como es tan común hoy día, simplemente aquello que les hace sentir bien.
La democracia necesita de los ciudadanos cierto compromiso para consigo mismo, es el principio, porque lo que hace para sí y la sociedad donde vive, disposición a dedicar tiempo y esfuerzo a causas que, no compensando personalmente sobre el papel, beneficien a la sociedad en su conjunto y por lo tanto se beneficia a sí mismo. La democracia precisa individuos que se sientan partícipes y protagonistas en la forja del día a día y en consecuencia del futuro, y que, siendo conscientes de que controlar al poder es una tarea que requiere mucha información, tiempo y esfuerzo, estén dispuestos a incurrir en esos costos. Sin una sociedad civil fuerte, independiente, la democracia nunca marchará erguida y lo hará siempre cojeando. Como una caricatura. Y es hora que la democracia se ponga en marcha.
LobosMagazine 2018
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