La intolerancia permanente, la necedad y el fracaso de una clase política deplorable, una vez más, por supuesto, ponen todo en primera instancia como un fracaso del Presidente, y no es así. Eso es lo más fácil de declamar.
Infantilismo o Fracaso?
Infantilismo A muchas personas, quienes están y estamos en defensa de las libertades individuales la iniciativa privada y los límites a la intervención del Estado y de los poderes públicos en la vida social, económica y cultural. A quienes nos identificamos con la libertad y la tolerancia en la relaciones humanas, fundamentadas en el libre albedrío. A quienes respetan las libertades civiles y económicas y se oponen al absolutismo, al despotismo ilustrado, al conservadurismo cerrado, a los sistemas autoritarios, dictatoriales y totalitarios. Muchas personas están con una completa decepción, de este gobierno actual y también (ni hablar) del anterior. Pero una cosa es la decepción y otra cosa distinta es no ver el bosque. En la noche del miércoles, se ha presenciado en el Congreso Nacional, cómo en la Cámara de Diputados, “se fusila” el ajuste de tarifas y se lo festeja como… casi esa vieja y patética película del 2001, en una clara obnubilación por evitar algo, por ocultar lo que es evidente, y que de una forma u otra, de alguna manera, sí y sólo sí, Argentina tendrá que corregir el desastre de las cuentas fiscales o se terminará defaulteando una vez más; es hora de dejar de lado esas infantiles pretensiones de país rico, ostentoso, banal.
La situación, nos pone en la elección de cargarle todo el error al actual gobierno y hacernos los distraídos acerca de la responsabilidad que nos cabe a todos como ciudadanos? Desarmar todo nuevamente? Romper todo otra vez?
Las increíbles torpezas del gobierno, más la resistencia de toda la sociedad, de los argentinos, que le imponemos a cualquier forma de corregir, de ordenar. De quejas permanentes por la inflación, pero se molesta cuando se le dice la verdad y se intenta corregir, quejas por el endeudamiento externo, pero nadie asume que hay que gastar menos y tampoco interesarse en qué se destina ese dinero de endeudamiento externo, tal vez habría que preguntarles a la mayoría de los gobernadores no? Cínicos si los hay. Resulta que ahora esto de recurrir al FMI que “presta” para seguir gastando igual que antes, tampoco nos gusta? Estamos ya en un bastante entrado siglo XXI y a la velocidad de los avances tecnológicos y científicos y los argentinos aun descubriendo y discutiendo como hacer fuego con una piedra y un trozo de madera. Una nación sin disciplina civilizada, que no sabe o no quiere ponerse de acuerdo en nada, ni siquiera en cosas elementales. Mucho alimentado por una oposición destructiva porque sí; y así y todo, el mundo civilizado nos arroja un salvavidas y ver qué cosa vamos a hacer con ese dinero, como adolescentes. Una patética y vergonzosa nación que necesita ser vigilada por un tutor, ahora por el FMI, otra vez. Es hora que en vez de enojarse con la palabra o significado FMI, dejar de la lado la imbecilidad y la ignorancia y entrar una vez en un estado de reflexión y de vergüenza. Una vez más, acudir al mundo a que venga a rescatarnos de esta incapacidad crónica mezcla de cleptocracia y derroche, falta de autocontrol y negacionistas de los dramas autogestados. La intolerancia permanente, la necedad y el fracaso de una clase política deplorable, una vez más, por supuesto, ponen todo en primera instancia como un fracaso del Presidente, sólo del Presidente, y no es así, eso es lo más fácil. En estos momentos el Presidente y con una situación generada por error u omisión y por seguir haciendo lo mismo de antes… ahora debe hacer cambios, y a partir de hoy. También tendrá que hacer cambios profundos en su equipo aunque lo nieguen; lo que transmiten a los ciudadanos, no es la realidad. Los problemas que han estallado en sus narices no han sido a causa de un shock internacional, sino que por una total desprolijidad en la gestión, cuyo punto más alto fue el famoso 28D de 2017, “el día de la mentira”, haciendo honor a la fecha. La Argentina ahora necesita recuperarse y recuperar la confianza interna e internacional después de la soberana estupidez de ese 28 de diciembre. Un equipo económico desgastado y no a la altura de las circunstancias, no es apto para intentar seducir a los centros económicos y financieros mundiales; con unos socios políticos en esa coalición, timoratos y sin una sola idea cuando las papas queman, salvo pocas excepciones.
Es hora que los argentinos vean un presidente que se respeta y los respeta, que por ahí intuye sus convicciones, pero duda…, y uno cree, porque tiene que creer que tiene convicciones, pero tiene que asumir la verdad, la sinceridad. Deberá tomar durísimas decisiones en el propio seno del gobierno y hacia afuera. Tal vez dejar por un momento la corrección política, enfrentar a los ciudadanos y decirles lo que hay que decir, aunque no le guste al presidente y aunque no les guste a los argentinos escuchar la verdad. Pero como ha dicho alguna vez Winston Churchill: “De nada sirve decir: lo estamos haciendo lo mejor posible; tienes que hacer lo necesario para lograr el éxito”
Fracaso
Y así estamos, una vez más, en la encrucijada de cargarle todo el error al actual gobierno y hacerse los distraídos de la responsabilidad que les cabe a los gobernantes, políticos y los ciudadanos desentenderse de la responsabilidad que nos cabe. La Constitución Argentina está encabezada por un párrafo conocido como “Preámbulo” y que sintetiza el génesis de la Convención Constituyente y declara cuáles son los fines generales tenidos en cuenta por los constituyentes al sancionarla. Los fines del Preámbulo definen y conforman un programa legislativo y político y ellos son: Constituir la Unión Nacional; Afianzar la Justicia; Consolidar la Paz Interior; Proveer a la Defensa Común; Promover el Bienestar General; y Asegurar los Beneficios de la Libertad. Ciento treinta y un años después allá por 1983, quien luego fuera el primer presidente de la nueva etapa democrática argentina, Raúl Alfonsín, y más allá de cualquier bandería política, cerraba sus discursos en plena campaña electoral, lo interpretó y al igual que tantos otros antes que él, como un horizonte; como una llamada a completar lo que siempre está a medio camino, incompleto, lo que siempre se puede y se debe mejorar. A cambiar un sistema, construyendo sobre su base, para que sea más inclusivo, más equilibrado, y proporcione mayor prosperidad, mayor libertad. Y esto, por lo tanto más “caleidoscópico” y tal vez más aburrido, sin sobresaltos.
Treinta y cinco años después de aquel discurso, la capacidad de las instituciones argentinas, de recrearse a sí mismas para evitar la línea que parte en dos a su sociedad está en un entredicho, una encrucijada, es cierto. Pero, por distintas causas, nunca han sido pulidas ni perfeccionadas, ni sinceradas; no ha sido una búsqueda real de una unión más perfecta. Y tenemos, que por sobre todas las cosas una “mitad” , quiere dejar la unión, o no le interesa: Mientras “del otro lado”, no pocos desean enseñarles “una lección” Y en medio queda “otra mitad” de argentinos a la intemperie. Quizá la Unión está en peligro, tal vez lo estuvo siempre; pero también lo está la convivencia dentro la unidad deseada. Pero lo que está a la vista es siempre la misma línea, que es la que dibuja el fracaso.
Vemos que en cualquier lugar del mundo, la democracia pluralista y el federalismo pretenden servir a un mismo fin, esto es, distribuir el poder de manera más o menos equitativa entre distintas facciones, de manera que la resolución de conflictos entre ambas se produzca fuera de la “ley del más fuerte”, y dentro de los cauces de la negociación. Esto es, que si democracia y federalismo funcionan bien, la vida política del país se va convirtiendo en algo tan cambiante como aburrido.
Cambiante porque en la construcción de nuestras identidades y formas de ver las cosas, negociamos con el entorno y con quienes aspiran a representarnos, a unirnos o a dividirnos, para encontrar espacios en los que poder sentirnos cómodos. Se puede dar prioridad a un aspecto u otro de nuestro ser y estar; que no tiene por qué ser el mismo, y por eso, los partidos, las mayorías, las coaliciones, las alianzas y las rivalidades pueden modificarse con el paso del tiempo.
Aburrido porque cuando la capacidad de acción está repartida entre varios puntos, los procesos de decisión, se vuelven lentos y farragosos. Es necesario tener muchas opiniones en cuenta en el camino. Opiniones que no son estáticas.
La democracia requiere de acción colectiva, y como el federalismo supone que las fronteras siguen existiendo, aunque desdibujadas, porosas, cooperativas y unidas, el apellido “pluralista” siempre está en peligro de extinción. Y es, en cierta medida, una ilusión que combate contra otra: la del pueblo. La de lo colectivo, unidimensional, inevitable.
Por eso, cuando una línea emerge partiendo a la sociedad en dos mitades, obligando a todos a ponerse de un lado o del otro, definiendo un “ellos” y un “nosotros”, como si no hubiese nada más en el mundo que defina a los millones de personalidades complejas, únicas, que se entrelazan, la democracia y el federalismo han fracasado en su intento de mantener un equilibrio razonable, civilizado. Así, el conflicto ha quedado reducido a una única dimensión, los matices se difuminan y quienes intentan salvarlos por todos los medios son tachados con desprecio de equidistantes.
La respuesta, tal vez, tiene que ver con que no hemos querido, ni queremos renunciar a construir una unión más perfecta, o menos imperfecta. La fluidez que brinda la democracia y el pluralismo, encajado todo esto en pleno siglo XXI, con internet y la globalización, ¿no es momento de decidir que la unión pregonada se construye o se debe construir en base a tender puentes? O de intentarlo al menos?
Podemos hartarnos de discutir sobre cómo hemos llegado hasta aquí; repartiremos culpas, responsabilidades; dirimiremos causas tomaremos posiciones; analizaremos factores; tiraremos regresiones múltiples con bases de datos de encuestas enormes; rastrearemos los mensajes en los medios, en las redes; pondremos a cada actor en su sitio; nos rascaremos la cabeza; gritaremos que teníamos razón; o nos callaremos en un rincón pensando que no, que no la teníamos. Todo eso ha pasado, pasa y seguirá pasando; pero nada cambiará el hecho de que nos encontramos ante un enorme fracaso: Probablemente el mayor que nos enfrentamos desde que dimos en crear esta democracia, que si bien es imperfecta, ni siquiera hemos encontrado la manera de mejorar entre todos.
Me permito repetir que nada es para siempre. Pero sí, como ha dicho Benjamín Franklin, la tragedia de la vida es que nos volvemos viejos demasiado pronto y sabios demasiado tarde, quizás esto es algo que también le sucede a algunas democracias.
LobosMagazine 2018
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