Anoche; si anoche viernes de lluvia; y los encuentro que venimos sosteniendo en esta etapa con los amigos de la secundaria, firmes; pero bueno éramos pocos esta vez, y el ritual sigue, aun bajo la lluvia y esta vez en un bodegón “de aquellos”. Y también era el día de acordar con Pepe lo que editaríamos hoy sábado 21 de abril. Así que fue mesa de cuatro. Y la noche fue derivando hacia el cuento de hoy… que la vida, como siempre, que… la felicidad, que el trabajo, que la justicia (vaya tema), que la libertad, … que el amor, pero…
Siempre hay un pero
José Pepe Juliá
Con los ojos humedecidos por un profundo desconsuelo, su silencio pintaba para rato. De repente tomó aire y coraje al mismo tiempo. Su boca reseca se cargó de impotente y desolada verborragia.
—¡¡Usted no sabe lo felices que éramos!! Y eso que la vida no nos ayudó en nada. Al contrario nosotros teníamos que esforzarnos para que se enderezara. Nos pasamos siempre corriendo detrás de nuestros sueños. Nunca los alcanzamos. Los arañamos, sí, pero nunca nos pusimos a la par. Y mire que le estoy hablando de sueños comunes. Normales le diría yo. Tener una casita donde nuestros hijos crecieran sanos y fuertes. Mantener un trabajo, para poder sostenerla. Ganas de trabajar nunca nos faltaron. Tanto Eulalio como yo jamás le sacamos el cuerpo al trabajo. Él como obrero metalúrgico de la pequeña Fundición del pueblo y yo como costurera en el taller de la tía Azucena. La vida señor, siempre nos puso trabas. Por más bien que hiciéramos las cosas, siempre nos ganaba por un pero. La casita casi que la tuvimos pero… no la pudimos terminar. Nos amábamos pero… nunca pudimos quedar embarazados. Aunque jamás nos sentimos huérfanos de hijos. Fuimos los tíos padrinos de casi todos nuestros sobrinos. Todo lo hacíamos juntos. Desde los detalles más simples hasta las ideas más osadas que soñábamos. “Ya van a cambiar los vientos, Clotilde” decía y me soplaba el flequillo. En los diecinueve años que llevábamos juntos, siempre me decía eso de los vientos que alguna vez cambiarían. Yo hacía como que le creía y nos reíamos contagiosamente. “Alguna vez Clotilde, los vientos nos sorprenderán por la espalda y los tendremos a favor” ¡¡Usted no sabe lo felices que éramos!! Después de trabajar todo el año, las bien ganadas vacaciones que gracias al Sindicato le daban a Eulalio eran como tocar el cielo. Íbamos a los hoteles del Gremio. Conocimos Las Toninas, las Sierras de Tandil, San Andrés de Giles. Y eso nos daba fuerzas para arrancar el año. “Las vacaciones que viene vamos a anotarnos para conocer Mendoza, Clotilde, me voy a poner firme con el delegado para exigirle que ya es hora que me tengan en cuenta para cuando repartan los lugares más lejanos”, me dijo no hace mucho. Pero… ya no va a poder ser. Mire usted, apareció otro pero. Sabe una cosa señor, una tarde de noviembre, cuando con un entusiasmo de niño, el Eulalio me mostró ese billete de lotería navideña diciéndome que esta vez nos salvábamos para toda la vida, yo pensé en el pero. Y vaya que lo hubo. Usted podrá creer que un mes después el Eulalio ganó la lotería. El primer premio ganó. Bueno, ganamos como me dijo él, en el patio de ladrillos gastados, rodeándome con un brazo porque con el otro hacía flamear el papelito. Esa noche, acostados en la cama mirando el cielorraso a medio terminar, me decía que ya lo tenía todo pensado. Terminaríamos el piso con las cerámicas que siempre quise. Revestiríamos el frente con las piedras Mar del Plata, que aunque hayan perdido vigencia, nos seguían gustando. Aprobaría mis toques femeninos en cada ambiente. Y me prometió llevarme a conocer Las Cataratas, allá en Misiones. Como viaje de luna de miel, me dijo. Pero cuando uno es pobre las alegrías duran poco. Un suspiro, le diría yo. Ni tiempo de retirar el premio le dieron. Lo esperaron en la esquina unos muchachones de acá a la vuelta. Pensaron que venía con los bolsillos llenos sin saber que el papelerío de cobranza tarda casi lo que dura un embarazo. Como el que yo le estaba ocultando desde hace un mes, cuando a escondidas me hice la prueba. Ya tenía todo preparado para darle la sorpresa. Con ayuda de la tía Azucena le había hecho un babero gigante que decía “Hola Papá” con letras bordadas en azul. Y me lo mataron, señor. Le robaron la carcajada bruta, llena de alegría contagiosa y con ganas de compartirla con el que la escuche. Le quitaron el brillo de sus ojos. Ese que todavía me hacía ruborizar cuando me miraba... Ahora solo espero que Dios haga justicia, sabe. Pero no con esos asesinos, sino conmigo. Si hay una Justicia Divina, como dicen, que la haga conmigo y me lleve pronto. Así de una buena vez podamos vivir, Eulalio y yo, sin tenerle miedo nunca más a todos los pero que pudieran aparecer.
Los Cuentos de Pepe 2018
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