El título era: "La guerra que programan los que nunca estarán en el radio de acción de ningún misil, no tiene en cuenta el aspecto humano", pero claro, ¿a quién le importa que le expliquen por qué mueren inocentes?
En guerra conmigo mismo
Por Pepe Juliá
Hace un mes que estoy maldiciendo el día que acepté cubrir momentáneamente, el puesto de “Corresponsal de Guerra” en el diario en el cual trabajo. Los treinta días que pidió de licencia el titular aduciendo problemas de índole familiar, no podía quedar vacante por tanto tiempo, teniendo en cuenta la fecundación constante de noticias en zonas proclives a enfrentamientos armados. El encargado de “Política Exterior” estaba cubriendo otro tema. No sé en que estaba pensando cuando accedí a lo que me propusieron, si mi especialidad es correr detrás de los superfluos y descarados vaivenes de los miembros de la farándula artística. Lo más cercano a un enfrentamiento peligroso que me toca vivir cada verano es “La Guerra de las Vedettes”, con demasiado exceso de adrenalina mal aplicada.
El Director en tres minutos arregló los detalles para que fuera al lugar del conflicto bélico. Bélico, dijo, como si ese término atenuara las consecuencias.
Mi primera nota desde el hotel con ausencia de estrellas acusatorias de lujos en el que me hospedaba, llevaba por título: “La guerra que programan los que nunca estarán en el radio de acción de ningún misil, no tiene en cuenta el aspecto humano”. Creí que era digno de destacarse en el Editorial, hasta que recibí el mensaje escueto del Director exigiéndome ser más breve en los títulos y menos obvio en los contenidos.
La aldea en donde estoy terminando mi tarea, no tiene grandes edificios ni estratégicas bases militares. Tiene, o mejor dicho, tenía casas bajas. Tan bajas como el vuelo existencial de la gente que la habita, ajena a los apetitos desmedidos de gobiernos indigestos de poder. Vaya uno a saber quién determinó como peligrosa esta zona donde lo único de temer es el condimento que le ponen a la comida y el aburrimiento nocturno.
¿Importa en qué lugar es el conflicto? ¿Afecta saber qué idioma hablan los inocentes? ¿Interesa determinar quiénes son los malos y quiénes son los buenos? Yo creo que no. Lo que nos tendrían que importar son los motivos que desencadenan estas guerras modernosas que tienen una cruel particularidad: provocan más víctimas civiles que militares. Pero lo dejo al libre albedrío de cada uno. O “lo dejo a tu criterio”, como me contestaron en una entrevista a las apuradas en una fiesta glamorosa.
En este momento estoy mandando a la redacción, antes que se corten las conexiones de Internet, lo que será mi último reporte “desde el mismo lugar de los hechos”, como rimbombantemente le gusta publicar a mi jefe. No lo titulé, creo que no vale la pena y está redactado en forma breve. Se los adelanto en exclusiva:
“El temblor se fue apagando de a poco. El polvillo que provoca el derrumbe de paredes que se resistieron a la sacudida anterior se apodera del ambiente y lo impregna todo. Lo poco que se mantiene en pie, incluyendo a la Raza Humana, va tomando un color indefinido entre gris y tristeza. Las demolidas construcciones, la chatarra derretida y los despojos de hombres, mujeres y niños que forman parte de la desolación tienen una perfecta uniformidad cromática, que se asemeja a la protectora particularidad que tienen los camaleones de camuflarse con el entorno para pasar desapercibidos. Aunque ya sea demasiado tarde para esconderse”. Punto final de la nota.
De lo que estoy seguro es que en cuanto llegue a Buenos Aires me pondré firme y exigiré a mi Jefe volver a la “Sección Espectáculos”. Es más saludable perseguir a famosos amantes clandestinos que gambetear destructivas esquirlas misilísticas, que aún no está determinado por la ONU, si son accionadas por los benefactores malignos o por detractores bondadosos de la Humanidad.
José Pepe Juliá
Los Cuentos de Pepe 2018
LobosMagazine
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