"Hay dos maneras de ver una misma realidad, desde el punto de vista negativo, o desde el punto de vista positivo".
Hay dos maneras de ver una misma realidad
Si nos dieran a elegir un director técnico para que nos dirija toda la vida, escogeríamos sin pensarlo dos veces al viejo Agüero.
Lo conocíamos desde la novena división. El fue ascendiendo con nosotros, categoría por categoría.
Hace ya veintipico de años que veníamos compartiendo con él triunfos inolvidables, empates frívolos y derrotas generalmente injustas.
Además de fútbol, continuamente nos hablaba de los avatares de la vida. De su vida en particular y la de los demás en general.
De edad indescifrable, siempre fue el viejo Agüero así a secas, sin nombre propio. Las arrugas lo acompañaron desde que empezamos a pegarle a una pelota que nos llegaba por aquel entonces a las rodillas.
Nos enseñó con la misma pasión a pegarle con las dos piernas y a entender porque teníamos que caminar hacia el sacrificio del estudio. Nos inculcó con el mismo fervor como cabecear con el parietal izquierdo y a usar la cabeza para reflexionar.
El viejo Agüero tenía la buena costumbre de buscarle el lado ameno a las desgracias o a las malas noticias. Cada vez que alguna de estas adversidades se abatía por el club, él sacaba a relucir su perspectiva optimista.
“Hay dos formas de ver una misma realidad, muchachos”, empezaba a exponer con calma y continuaba: “Desde el punto de vista negativo o desde el punto de vista positivo. “
Todos sabíamos que cuando desenvolvía esa frase, nos teníamos que armar de paciencia y hacer silencio. Su voz temblorosa desaparecía cuando pronunciaba esos términos y se volvía a entrecortar al continuar su relato. Como si esas palabras las tuviera incorporadas a su memoria oral. Las decía sin sobresaltos y sin detenerse.
La primera vez que la escuchamos hace ya muchos años, fue cuando nos dirigía en la quinta división. Y ocurrió cuando a Martín se le murió el abuelo.
Si bien la longevidad del anciano presagiaba que mucho no resistiría, el momento cúlmine fue traumático. Mucho más a nuestra edad de los juegos y la diversión.
Nos reunió en el vestuario, a los tres días de la desgracia. Esperó que llegara Martín. Cuando estuvimos sentados en semicírculo en el piso de baldosas, se dirigió a nosotros, como si a todos se nos hubiese muerto un abuelo.
“Hay dos maneras de ver una misma realidad muchachos: desde el punto de vista negativo o desde el punto de vista positivo”, arrancó sin avisar y el silencio se adueñó del ambiente.
“Se puede decir que lo que le pasó a Martín es una tragedia. Invariablemente a todos se nos van a morir seres queridos. Y siempre será en los momentos menos oportunos. Ciertamente tu abuelo esperaba estar en la final del campeonato, el domingo que viene, alentando al equipo y especialmente a vos Martín”. “Y no va a estar. Esa es la parte negativa”. “Pero, si la vemos desde el otro lado muchachos, el abuelo se fue de la mejor manera. Se acostó a dormir una noche y amaneció en los brazos del Señor. Sin sufrimientos ni dolores. Agradezcamos a Dios el haberle dado una vida tan duradera. Recién a los noventa años le tocó el hombro y se lo llevó a su lado”.
El nudo en la garganta de todos pasó inadvertido por el sollozo de Martín. Se puso de pie y le dio un abrazo al viejo Agüero, agradeciéndole las palabras.
Palabras mucho más poéticas que las usadas por Cacho, cuando le preguntó a Martín antes de la charla del viejo, si era cierto que su abuelo “había cagado fuego”.
Para todas las infelicidades, Agüero rescataba el lado bueno. Arista que generalmente el desdichado no llega a ver en las sombras de su pena.
La segunda vez que desenvolvió el paquete de su frase, fue después de un partido que perdimos en una semifinal. Se sentó en la camilla de masajes que estaba en el vestuario y sin pedir silencio arrancó:
“Hay dos maneras de ver una misma realidad muchachos: desde el punto de vista negativo o desde el punto de vista positivo”.
Nuestras caras largas, le presagiaban un arduo trabajo para poder comprender donde estaba el costado benévolo de la derrota.
“Si nos dejamos llevar por el insensible número del resultado, podemos decir que perdimos la posibilidad de jugar una final. Pero si enfocamos el asunto desde la parte positiva, les puedo decir que me siento orgulloso de ustedes”, dijo sin personalizar a alguno, “Mírense a los ojos y pregúntense si realmente entregaron todo dentro de la cancha”. “Yo opino que sí”.
Sin pretenderlo le hicimos caso. Nos buscamos visualmente. Y el abrazo en el medio del vestuario, se volvió tan intenso como silencioso.
Ejemplos como estos, a lo largo de nuestra vida dentro del club, hay muchos.
Todos los veintiuno de diciembre, aniversario de la institución, se realiza la exhibición de medallas y copas obtenidas a lo largo de la temporada.
Se engalana el gimnasio y se organiza una choriceada con vino tinto para los mayores y hamburguesas con gaseosas para los menores.
Se recuerda aún la temporada del año ochenta y dos. Período amarrete para el logro de triunfos en todos los deportes que se practican en el club.
El Fútbol no colaboró con una sola copa a la fiesta. Ninguna de las divisiones llegó más allá del cuarto puesto. El Básquet y el Voley, en las dos categorías, el femenino y el masculino no se destacaron. Los deportes de menor arraigo popular, ese año tampoco aportaron demasiado: en Pesca fueron descalificados por usar una carnada no permitida; en Bochas, eliminados en segunda vuelta; en Ciclismo no hubo actividad; en Pelota a Paleta, se perdió en cuartos de final y en Boxeo a nuestros cuatro representantes, los molieron en vergonzosas palizas.
El único logro obtenido durante todo el año fue el primer puesto en el torneo organizado por la Municipalidad, para promover la confraternidad entre todos los clubes de la Comuna: Fuimos campeones de Truco
El Presidente del club, adujo una repentina enfermedad infecto-contagiosa. Avisó dos horas antes que le era imposible hacerse presente para encabezar los escuálidos festejos. El Vicepresidente enemistado hacía ya un tiempo con la comisión directiva, se negó a reemplazarlo. Se descartó la posibilidad de derivar el discurso en la persona del Secretario General. Toda su hombría de bien chocaba con su insistente tartamudez crónica. Que se acentuaba cuando se sabía escuchado por más de dos personas.
¿A quién recurrieron entonces? Al viejo Agüero.
¿Cómo remontaría esa empinada cuesta?
Con el enorme escenario de base para sostener una mesa ratona con las dos medallas del truco, subió el viejo Agüero. Jamás le esquivó al bulto cada vez que el club lo requería. Esta no sería la excepción.
Miró en silencio en dirección a la escuálida mesa que sostenía la bandeja de acero y su escaso contenido. Después de unos segundos, dijo: “Hay dos maneras de ver una misma realidad muchachos: desde el punto de vista negativo o desde el punto de vista positivo”, arrancó como era su costumbre sin preámbulos ni prólogos.
Estábamos todos. El gimnasio colmado de la gente que realmente sabe que esas paredes no son solo de ladrillos. Atesoran sueños, alegrías, logros y tristezas.
Siguió el viejo Agüero con su discurso:
“Desde el lado oscuro de esta historia, se podrá decir que la cosecha fue magra, escasa, hasta diría irrisoria. Pero hay que rescatar que en todas las disciplinas deportivas, aunque no se dieron los resultados esperados, hubo intención de dejar bien alto el honor del club”, mientras decía estas palabras, se fue anudando el micrófono alrededor del cuello con el mismo cable. Se dirigió hasta donde estaban apiladas unas mesas, al costado del escenario. Con un gesto les pidió ayuda a los que estaban más cerca. Tomó la primera y la llevó al lado de la mesita ratona con las medallas. Con otra seña, indicó que hicieran lo mismo con las otras. Nunca dejó de hablar:
“Propongo que el lado positivo lo veamos entre todos”, con otro gesto indicaba a los colaboradores que dejaran de acomodar más mesas sobre el escenario.
“Veamos. Tenemos una, dos, tres, seis, diez mesas disponibles. Este es nuestro desafío: El año que viene, estas mismas mesas estarán adornadas con un mantel que tendrá los colores del club y sobre ellas las copas y medallas que nos merecemos”.
La emoción se manifestó en un sostenido aplauso que duró hasta que el viejo Agüero, dio por terminado su encendido discurso con un:
“Y hasta aquí llegamos. Los chorizos y hamburguesas nos están llamando.”
El año siguiente nos encontró a todos nuevamente y si bien fueron ocho las mesas ubicadas en el escenario con medallas y copas, el mensaje alentador del viejo, había surtido efecto.
Al viejo Agüero no había mala crónica que lo doblegara. Siempre dispuesto a ver el lado iluminado de la luna. Siempre pronto a apreciar el vaso medio lleno y no medio vacío.
El que inventó el término “pájaro de mal agüero”, lejos estaba de conocer al viejo.
La última vez que musitó su frase de cabecera, fue exactamente hace cinco días. Y utilizó una versión, diríamos, acotada. No fue la misma. A partir de entonces no volvimos a escuchar de su boca palabra alguna.
Hace apenas unas horas, nos enteramos que su larga y benévola vida dejaba de ver los dos lados de una misma realidad. En el hospital donde estaba internado desde el domingo a la noche, se apagó su optimista vida. Lo había llevado hasta allí su nieto, único familiar directo que le quedaba.
Las puertas del nosocomio siempre estuvieron custodiadas por alguno de nosotros, para informarnos e informar a los que llegaban.
Nos dijeron que el viejo murió de un paro cardiorrespiratorio.
Nosotros sabemos que fue de tristeza.
Y cuando digo nosotros, me refiero a los que jugamos ese domingo, la final del campeonato. Dos puntos le llevábamos al Atlético. Ganando éramos campeones por primera vez en la máxima categoría. El adversario era la Unión Ferroviaria, accesible por donde se lo mire. Anteúltimo en la tabla de posiciones. Para nuestras ambiciones juveniles, era un trámite burocrático. No le hicimos caso al viejo, el viernes por la noche, cuando en el asado previo al trascendental partido, especulábamos por cuántos goles ganaríamos el encuentro.
“A los triunfos no hay que festejarlos antes de haberlos obtenido”, nos dijo cuando se iba.
Agüero se jugaba la vida en ese huidizo título de campeón en primera división. Estoy seguro que el viejo canjearía las innumerables vueltas olímpicas logradas en las divisiones inferiores, por el campeonato mayor.
Ese domingo, para colmo de males, a los tres minutos ya ganábamos con el cabezazo demoledor de Gerardo, al conectar el corner que pateó Gonzalo. Terminado el primer tiempo, Atlético empataba su partido y lo alejaba del título. En el entretiempo el viejo Agüero nos decía que nuestra actitud sobradora no le gustaba para nada. Que los partidos se terminan cuando lo decide el árbitro. Que nosotros tendríamos muchas oportunidades de ganar un torneo en primera, pero él no. Que los verdaderos campeones tienen que tener humildad y entrega hasta el último minuto. Algo que olvidamos por completo, una vez que volvimos a pisar el césped para reanudar el partido.
Dejamos transcurrir el tiempo. Pendientes del silbato final del árbitro. El empate del Atlético a través de la radio, no nos daba sobresaltos. Ese partido iba a terminar unos minutos después. Nuestra hinchada alentaba con su agitar de banderas y sus cánticos.
Y llegaron esos cinco minutos fatídicos. A los cuarenta y uno, una desinteligencia entre los centrales, provoca un corner para la Unión. Llega el envío cerrado, al primer palo. Se cumplió la premisa futbolera que dice “dos cabezazos en el área, es gol”. Marcos, que cuidaba ese palo, saltó a cabecear con tal mala fortuna que su rechazo pegó en la nuca de Jorge. Dos cabezazos y gol. Pero en contra.
Un baldazo de agua fría en el estadio. Con ese resultado seguimos siendo campeones. La igualdad agranda a los ferroviarios que ahora no quieren ser convidados de piedra. Perdidos por perdidos van al ataque. No se bancan más el “ole” de la tribuna. Cuarenta y cuatro, la entretiene nuestro 10 bajo su suela y un adversario se la quita con la punta del botín. Desacomodada la defensa, trabaja mal la ley del “orsay” y el 9 de ellos nos estampa el dos a uno inesperado.
Ahora dependemos del Atlético. A ese partido le quedan dos minutos y según el relator, al local le está faltando la suerte del campeón para derrotar a su adversario.
El silencio sepulcral en nuestra cancha hizo que el pitazo final del árbitro, sonara mucho más estridente y repercutiera en nuestros estómagos. Dirigimos la mirada a nuestro banco y todos pudimos observar la espalda encorvada del viejo Agüero perderse por el pasillo que da al vestuario.
De pronto, el silencio se hizo más notorio. Penal para Atlético a sesenta segundos del final. Varios aparatos de radio surcaron el espacio. Dudamos si era para deshacerse de ellos, o para que se estrellaran contra nosotros que todavía estábamos dentro de la cancha. La suerte de campeón empezaba a cambiar de estadio.
El mutismo colectivo se potenció al confirmarse el agónico gol del nuevo campeón de la Liga de Fútbol, en primera división.
Con el corazón destrozado, nos fuimos de la cancha. No hubo insultos. Nos dolió más la salida de los hinchas en silente peregrinar hacia el exterior del estadio. Sus dorsos marchándose a guardar las banderas, los gritos y la alegría para otra oportunidad, nos recordaba la jorobada espalda de quien nos estaba esperando allá adentro.
Con la mirada clavada en el suelo, el verde del césped se volvió gris cemento del pasillo y más adelante en el ocre amarillo de las baldosas del vestuario. De reojo buscamos al viejo Agüero, que como siempre después de un partido, estaba sentado en la camilla de masajes.
Se escuchaba solo el tip-tap de los tapones de aluminio golpeando el gastado piso. Cuando el último de los tip-tap se apagó, el viejo Agüero con una voz mucho más ronca que la habitual, dijo:
“Hay dos maneras de ver una misma realidad: desde el punto de vista negativo o desde el punto de vista positivo”. Nos dimos cuenta que había obviado el “muchachos”.
“Si la vemos desde la oscuridad del facilismo con que encararon el partido, el resultado es benévolo”, continuó, elevando el tono de voz, pegando un salto para apoyar sus pies en el húmedo piso del vestuario.
Empezó a caminar por el largo sendero que queda entre los bancos de madera donde estábamos apesadumbrados.
“Si la vemos desde el lado pesimista nos tendríamos que preguntar porque el partido no se terminó en el primer tiempo”.
Pude ver como los viejos botines que se calzaba para estar en el banco, se detenían frente a mí.
“¿Saben cuántas veces ganó la Unión Ferroviaria en este campeonato? ¡¡Una!!”, preguntó y se contestó.
“¿Y saben una cosa? Hoy me siento un pirata que tiene el parche en el ojo que ve la realidad desde el punto de vista iluminado”. Tomándose el pecho, se fue.
Otra vez su espalda nos mostró su anunciada curvatura.
Se fue. No sabíamos que era la última vez de su voz, de su presencia en el vestuario, de su frase. Aunque fuese una versión acotada. De haberlo intuido, no lo hubiésemos dejado ir sin mostrarle el lado bueno de esta bochornosa derrota. Siguiendo su ejemplo le buscaríamos la vuelta, para demostrarle justamente a él, el buscador del lado optimista de las tragedias, que gracias al viejo Agüero, este traspié sirvió para darnos cuenta que al fútbol no solamente se juega con el cuerpo. Sino además con el alma, con el sentimiento, con la entrega al equipo. Que aprendimos después de haber jugado tanto tiempo, que el adversario también tiene lo suyo.
Sin embargo, cada uno masticó su bronca y su tristeza. Sin levantarse siquiera a pedirle perdón por no haber podido cumplir con su antiguo sueño: ser Campeón de Primera División.
Escuetamente el parte médico informa que el corazón de Agüero dejó de latir, hace apenas unas horas. Nosotros sabemos que desistió de galopar en su pecho, en el mismo momento en que el árbitro, decretó la derrota el domingo. El viejo Agüero nos enseñó a ver la realidad, desde dos puntos de vista. Amén.
José Pepe Juliá
Los Cuentos de Pepe 2017