Nos encontramos ante una crisis muy profunda, sin el menor prestigio en el exterior, en el mundo, ninguneados más allá de lo que merecemos… ¿o en realidad lo merecemos?
Los argentinos estamos en una situación pésima, y no es esto de hoy, tomemos los últimos 38 años, en que supuestamente nació la nueva democracia, o la nueva era democrática… supongamos. Y todo esto sin ninguna autocrítica de nadie, principalmente de los partidos políticos, o supuestos partidos políticos en realidad. Estamos en una situación pésima por la confluencia de dos factores, que teóricamente resultan distinguibles, como los son la impotencia y la disfuncionalidad de un Estado voluptuoso, excesivo en sí mismo y hacia afuera, agobiante, torpe. Un poder ejecutivo internamente dividido en asuntos graves, muy graves, desde el modelo territorial del federalismo supuesto, con la complacencia de los supuestos federales; ningún tipo de idea ni de interés en los asuntos también territoriales de políticas, en la región y para con la región continental y mucho menos a nivel global, ni hablar de defensa, o la forma de afrontar la honda crisis económica y moral que padecemos, desde décadas y décadas.
Desde que “comenzó la democracia”, como gusta decir comúnmente, el Estado, “nuestro Estado”, en cualquiera de sus etapas de distintos gobiernos a cargo de él, no ha hecho otra cosa que crecer, ampliarse, extenderse, cubrir cada día más la vida cotidiana en una cosa que hacía y hace que la gente esperase todo del poder político. El Estado que tenemos es más que un elefante, ya es una manada de ellos, dirigidos por un gobierno, el de turno actual y todos los que han antecedido, que sólo es grande en tamaño, peso y costo, que se encuentra perdido a medida que sus sueños se convierten en pesadillas. El gobierno de un Estado que se niega a escuchar a los sectores que producen, que se quejan de cosas muy elementales, por ejemplo cuando sus gastos se multiplican y se resiente el trabajo; es decir que el gobierno ve bien que las empresas de energía por ejemplo, las de gas, las eléctricas, eleven su tarifas y tener a gusto a esos núcleos poderosos, pero tener bajo la suela de su bota, una lastimosa zapatilla en verdad, a los quejosos de los sectores de la producción y servicios, a transportistas, a los maestros, empleados y profesionales de la salud, a las marginadas fuerzas de seguridad, a los jubilados, a la gente del común de todos los días que trabaja con sus manos y su saber y que está acostumbrada a callar porque si protesta se le llama con facilidad fascistas o esto o lo otro, o lo que convenga en el momento, que no deja de ser revelador de un inmoral oportunismo.
Si los que producen, los que transportan la producción, los que producen y elaboran alimentos, los que educan, los propietarios, no pueden establecer el precio de lo que ofrecen a cambio, es debido a esa absurda creencia de que hay un método mejor, superior de lo que es la oferta y la demanda, para ajustar esa clase de intereses contrapuestos, esa absurda creencia que el Estado es ilimitado, todopoderoso y “social”, y por lo tanto, capaz de actuar con sabiduría y justicia ante estos “desajustes”, y no hay nada más alejado de la realidad que eso. Lo que si tenemos, es que el gobierno del Estado aprovecha todas las subas de precios de energía, electricidad, gas, de alimentos, de transporte, de coberturas de salud, de vestirse, de alimentarse y todo lo que la gente necesita y tiene que adquirir con su dinero, para llenar las arcas de hacienda, esquilmando, licuando deuda y poder seguir con sus políticas de favores, como la de subvencionar, subsidiar cualquier delirio que se le ocurra con la excusa de lo “social”, y otros desquicios similares, sin tener idea o sin importar de donde sale ese dinero, en definitiva es dinero robado a la gente que trabaja, que produce. Tamaño despropósito, y que no cesa, se debe a la ridícula creencia en esa capacidad de los llamados poderes políticos empeñados en modelar a su gusto o su ideología la vida de la gente, y con esto solo muestran una patética debilidad e incompetencia para poder afrontar los conflictos creados por el propio gobierno del Estado, que resultan en góndolas y anaqueles vacíos en supermercados, tiendas y negocios de aprovisionamiento de lo esencial para la vida cotidiana, que resultan del desmadre de precios como lo que vemos en estos días, lo que hace que la gente renuncie a moverse y así llenando el horizonte de negros nubarrones.
Y a medida que se pusieron a hacer “milagros”, los Estados comenzaron a crecer con fuerza, como gramilla asfixiante, tomándose en serio o soberbiamente su pretendida condición divina, su capacidad de aparecer desde las alturas y cambiar los actos y movimientos de la obra que se estuviera representando, cual patético teatro de febriles funciones que han llegado a su máxima expresión con los totalitarismos de la primera mitad del Siglo XX, para quienes la vida humana individual carecía de valor. Y en esos atajos que toma el gobierno del Estado para solucionar sus conflictos, como se hace patente la estafa del Estado, aumenta y aumenta esa tensión de la historia, de los hechos hasta que de repente y “porque yo lo valgo” asume el Estado, saca de la manga un personaje con poderes mágicos y relata que lo soluciona todo, ¿y cómo se queda la gente? ¿no siente que le están tomando el pelo?, la respuesta es sí, ¿y qué puede hacer?, nada, solo espera y apela a su paciencia y el tiempo pasa y llega un momento en que ese recurso mágico, ese “deus ex machina” que primero es el Estado, se transforma en un principal actor porque empieza a sentirse capaz de reescribir la historia, el drama, la comedia, y no ser solo el autor y el director, sino también el crítico.
Cada vez más nuevas misiones que va creando el Estado, se convierten en obligaciones y compromisos y por lo tanto autorizan todo tipo de iniciativas y van haciendo que la máquina estatal se diversifique, se complique y se haga cada vez más difícil de controlar y dominar hasta llegar a un punto es que se hace intratable. Y realmente decir que el Estado es una máquina implica emplear una metáfora simplista, ya que el problema de esa máquina es que ha llegado a ser un mecanismo, una máquina, un sistema múltiple, autónomo e ingobernable por el solo hecho de la voluntad del hombre o un grupo, del gobierno de turno del Estado, en definitiva.
Cualquier persona, cualquier ciudadano que intente tener, que tenga o que haya tenido contacto con alguna de las miles de caras, esquinas y agujeros de este fantasmagórico poliedro sin fin, que es a la vez administrativo, informático, asistencial, recaudatorio, punitivo, planificador, proyectivo, financiador, emisor, prestamista, fiscalizador, educativo, comerciante, proveedor, sanitario, medioambiental, industrial, innovador, inversor, gestor, registrador, garante, prestamista, certificante, inspector, diplomático, militar, y un interminable campo de especialidades existentes o por inventar, sabe este ciudadano que cuando entra a una oficina pública lo que más esencialmente necesita es suerte.
Existe siempre cierto riesgo en que el Estado avance y se apodere de alguna cosa o propiedad del ciudadano, de cualquier libertad o derecho, y lo más tóxico y patético es que siempre habrá detrás el aplauso de muy buena parte de la gente, y que ocasionalmente son también afectados, al punto tal que entre los muchos que han tenido experiencias negativas con cualquiera de sus dependencias, incluye también a parte importante de funcionarios y empleados del Estado, quienes apenas o raramente se atreverán a comentarlo en privado, ante el miedo a que se los tilde de delincuentes o desestabilizadores, y nunca pensará en reclamar con tan enorme monstruo enfrente porque seguramente el proceso le resultará mucho más caro y pesado que el daño que intente reparar, todo esto toma más cabal dimensión cuando sucede que alguien anuncia que ha ganado un caso en contra del Estado, y será noticia en los medios como algo insólito, como si se hubiera ganado la lotería.
Nadie intentaría tan solo pensar en que rinda cuentas, sería un caso de insolencia. El Estado siempre goza de la presunción de inocencia, y el “prestigio” de sus acciones obviamente está garantizado de antemano. ¿Por qué se debe tanta bendición con tan poco fundamento?.
Y así los Estados alimentan a millones, y no solo esto, también cultivan la dependencia de muchísimos más de forma tal que incluso los más beneficiados en esa danza de la fortuna ya se han acostumbrado a sacarle la mejor tajada y no son los hábiles que se diga. Y esa alianza cómplice, implícita de casi todo el mundo a su favor se le agrega el hecho principal de la soberanía, que a pesar que en las Constituciones resida en el pueblo o la nación terminan de hecho en manos del Estado que es quien la invoca, la aplica y saca provecho.
Se muestra benéfico, y que si nos castiga, nos confina, nos proscribe o nos quita lo que tenemos, lo hace por el bien de todos. Personifica la función presuntuosa y soberbia de proteger a la gente de sí mismas, pues da por hecho que pueden hacerse daño sin saberlo. Es todopoderoso y conoce todo, en contraste con la debilidad del individuo, con su ignorancia y su fragilidad y eso lo hace fuerte y esencial. Decide entre que es lo que es, y que es lo que no es, es quien decide la Nada que somos y el Ser al que se arroga llevarnos. Es cada vez más estricto, es inhumano, maquinal, frío, sin pasiones ni conciencia. Es importante aquí poner atención en que la experiencia más simple y común de los seres humanos es la del error, y al mismo tiempo la incapacidad de predecir la punzante conciencia de que no podemos evitar las consecuencias no deseadas de nuestras acciones, y esto nos obliga a dudar, vacilar, en pensar y en prever que un supuesto mejor plan puede terminar con el peor desastre. No tenemos nunca la seguridad de si debemos hacer lo que pensamos y mucho menos de las consecuencias, y esto hace que seamos prudentes, piadosos con la desdicha ajena.
Y supone y aplica ese Estado lo contrario a esta clase de pensamientos críticos, tan sinceros como paralizantes se podría decir y hasta en exceso liberales dirían algunos. Por naturaleza los individuos podemos tener dudas, equivocaciones, y el Estado no, por definición, es una maquina en sí misma, y no en sentido metafórico sino en sentido propio sin ninguna tendencia a la reflexión ni piedad alguna porque es consciente de actuar en nombre de la fortaleza impostada de la totalidad y está diseñado para despreciar a quien tenga la osadía de salirse del carril recomendado.
Los Estados, todos, están muy cerca de haber alcanzado su nivel de incompetencia en todas partes, pero cuando, como ahora mismo sucede aquí, llegan a estar en manos de un gobierno de mediocres, incompetentes, un gobierno que se ha alzado sobre la mentira, la demagogia y el descaro de poder hacer lo opuesto de lo anunciado con bombos y platillos cuando lo considere conveniente, esto es algo muy frecuente. Nos encontramos ante una crisis muy profunda, sin el menor prestigio en el exterior, en el mundo, ninguneados más allá de lo que merecemos… ¿o en realidad lo merecemos? por estúpidos, sujetos a la voluntad de terceros sin escrúpulos, sin el menor horizonte realista de prosperidad real y con instituciones sometidas a un grado de congelamiento que nadie hubiese imaginado nunca.
Y los que producen, los que transportan, los que generan y producen alimentos, bienes y servicios, y las góndolas y escaparates vacíos en los supermercados y tiendas, servicios de todo tipo resentidos en su funcionamiento, la inflación desbocada, el desprecio y atropello a la razón y a la inteligencia humana, el desprecio a la independencia de la justicia, a la Constitución, el atropello a las libertades individuales, la insumisión constante de algunos socios de turno de los gobiernos, el ridículo internacional, y una lista interminable y para no ser exhaustivos y agobiar más aun, debieran hacernos pensar que se necesita cuanto antes un cambio político real, no un cambio de ignorantes vanidosos que quieren el poder, un cambio político real y cambio de comportamiento de la ciudadanía muy profundo sino queremos ahogarnos sin remedio en un desastre nacional de enormes dimensiones.
Escribiré contra el olvido
Porque mientras yo escribo
Otro habla de lo que hago o digo
Con aires de superioridad moral
Y una incapacidad total
Para crear algo de belleza
Si sólo puede desarrollar
Destreza para destrozar...
Mientras sigan creyendo
Cómo si fuera el primer mandamiento
Vigilando que nadie se salga del cerco
Cómo gallinas en el corral
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